Pequeños ludópatas

Recientemente algunos medios se hicieron eco de la labor preventiva que realiza la Policía Foral en el entorno de los centros educativos de Navarra que cuentan en sus inmediaciones con locales de apuestas deportivas. Visitaban estos negocios para recordar a sus empleados y dueños su deber de vigilar escrupulosamente que todos los apostantes son mayores de edad, y ante la duda, pedir siempre el DNI. La ludopatía no es cosa de risa, desde luego (aunque juego, en latín IOCUS, significaba ‘broma’) y se debe atajar desde la adolescencia o cuanto antes. La Policía Foral ha realizado 365 inspecciones este año para prevenir apuestas de menores

Sin salir del tema del juego, traigo a colación mis visitas esporádicas con mi familia a cierto centro comercial. Centro comercial Itaroa Quién no ha pasado un domingo en familia en el cine, en la bolera o merendando «marranadas» de las que no está permitido comer a diario. Bien, pues allá que nos fuimos para un bautismo de bolera con nuestros retoños. La novedad les impactó, y gritaban de felicidad cada vez que derribaban más de un bolo. El recinto dedicado al ocio está plagado de máquinas recreativas: desde las que permiten batallar contra marcianos o echar carreras de fórmula 1 hasta las infantiles que se balancean y encienden lucecitas para regocijo del peque, previo pago de un euro. Todo a un euro, señores.

woman standing in front of x treme arcade machine

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Me voy a centrar en las máquinas de «echar partidas», para entendernos. Las hay para niños pequeños, y aquí les regalo mi frase de abuela: «en mis tiempos no había estas cosas». Les dejamos jugar una partida a cada uno en una máquina con volante y pantalla. En esta última aparecía un circuito muy sencillo -no olvidemos que era para niños-, y el jugador debe coger premios a su paso y esquivar los obstáculos que aparezcan. Si se gana la carrera, la máquina expende diez tiques.

Allí mismo, en medio de la vorágine de maquinitas con luces y sonidos varios, se halla un mostrador atendido con número (como en la carnicería) por unas chicas con cara de pocos amigos. En función del número de tiques que hayamos conseguido acumular gracias a nuestro afán desaforado por jugar y jugar y jugar en las maquinitas, podremos canjear dichos tiques por un regalo. Y aquí entra la noción de regalo de estos gestores de Sodoma y Gomorra. Mis hijos tenían veinte tiques para canjear. Una chuche (caramelo blando, piruleta o gominola, entiéndase) «costaba» diez tiques. La partida que dio diez tiques costaba un euro. Ergo, una gominola cuesta un euro. Mis hijos dieron veinte tiques por dos caramelos. Por seguir con la comparativa: un balón de plasticucho del malo, de esos que le das una patada y sale volando hasta el quinto piso, «costaba» ochenta tiques. Mi boca desencajada llegaba al suelo al contemplar a parejas con sus hijos portando ristras de tiques que llegaban al suelo, valga la redundancia. Echando el cálculo a ojo me salían unas cifras desorbitadas de dinero familiar empleado en juego. Si esto ocurre con los padres presentes y con su consentimiento, no quiero pensar en los adolescentes que van en cuadrilla sin adultos a pasar la tarde allá.

¿Esto no es ludopatía? Pregunto desde aquí a las autoridades competentes si este tipo de práctica debiera permitirse. Bastante terrible es ya atiborrar un centro comercial de máquinas recreativas, pero peor aún es que estas máquinas den recompensas en forma de tiques canjeables por yo qué sé qué. De momento mis hijos son pequeños, los puedo controlar y el dinero lo suministramos su padre y yo. Decidimos cuánto les permitimos jugar y cuándo hay que parar, y ellos lo asumen y lo comprenden. Pero ¿hasta cuándo? Ah, y por cierto, tras la partida de bolos que jugamos, un artilugio negro colocado junto a la pista nos expidió seis tiques, así que hasta en la bolera utilizan el mecanismo.

Pues nada, venga, un saludo a los de Itaroa. Y un saludo a esas familias que dicen no tener pasta para pagar la cuota anual del colegio de sus hijos pero sí la tienen para coleccionar tiques del chiringuito. Allá cada uno con sus prioridades.

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