Modo «off» para estar más «on»

Aunque lo parezca, no vengo a hablar de fútbol. Esta imagen fue tomada el 1 de marzo de 2023 en el estadio de El Sadar -y parece de otro siglo, verán por qué-, nada más marcar gol Ez Abde, el futbolista que mira a los aficionados. Intenten encontrar en la grada a alguna persona con un teléfono en la mano. Difícil, ¿verdad? Será de las escasas situaciones de mi día a día en las que veo que la gente deja el móvil de lado, y eso me hace sentirme orgullosa de la afición que somos, pero eso es otro tema.

Madrugo, cojo el autobús, son las siete y media. Viajamos trabajadores (una mayoría de mujeres) y muchos chavales que van al instituto. Unos minutos antes de subir al autobús (la villavesa, para los que somos de Pamplona), ya están en la parada, móvil en mano, haciendo deslizamiento de pantalla o escribiendo a velocidad de vértigo. ¿Qué tienen que mirar con esa avidez a las siete y media de la mañana? E incluyo también a los adultos, claro. Solo hay que aprovechar el viaje de veinte minutos para observar a nuestro alrededor. Cabezas que apuntan al suelo pero no están mirando el suelo sino una pantalla. Algún estudio ha salido ya para simular cómo serán nuestros cuerpos dentro de tropecientos años (si no ha explotado todo), y da repelús ver la deformación que les espera a los esqueletos fruto de tanto agachar la cabeza.

Últimamente intento hacer propósito de soltar más el aparatito, al que recurro -y recurrimos- por mero aburrimiento, por inercia. Es un poco como el fumador que enciende el cigarrillo sin pensar si le apetece, simplemente lo enciende por costumbre; gente que recién se levanta de la cama se echa nicotina al coleto en ayunas, por puro acto reflejo. Así es con el teléfono. Vengo de recoger la cocina, me siento en el sofá, cojo el móvil. Abro Twitter, Instagram (Facebook ya ni lo miro), reviso los estados de WhatsApp, contesto algún mensaje que tenía visto y no respondido (perdón, sé que eso está mal, pero así es la vida). Después de un rato leyendo naderías, hay un clic que sucede a veces y me agarra de los hombros, me sacude y me dice: ¡déjalo ya, estás perdiendo el tiempo, seguro que hay cosas más interesantes que puedes hacer!

Anoche me fui con mi hija a su habitación a escucharla leer en voz alta un libro que tenía que devolver al colegio al día siguiente. Estuvimos casi una hora, y me pregunté luego cómo hemos podido dejar que un cacharro luminoso nos robe el tiempo así. Una hora mirando el móvil se pasa volando, y ya no vuelve. Estoy haciendo autocrítica, que nadie vea en estas líneas una moralina o una acusación contra nadie. Nos pasa a t-o-d-o-s, en mayor o menor medida. Luego ve a decirle a tu hijo adolescente que suelte el móvil ya, que lleva tres horas.

Desde hace un par de meses, me llevo un libro en mis viajes en villavesa. Cuando estudiaba siempre llevaba uno, porque tardaba bastante en llegar a la universidad, y tengo la suerte de no marearme en el trayecto, así que aprovechaba esos ratos para leer, a veces lecturas obligadas y otras escogidas. Ahora no veo a casi nadie leyendo libros, si acaso algún dispositivo electrónico donde se llevan libros en formato digital. Tenemos la mayor de las enciclopedias en la palma de la mano y no le sacamos rendimiento porque lo usamos casi siempre para tonterías.

Ahora estoy leyendo la última novela de Dolores Redondo, y ha conseguido engancharme como el móvil. Un día fui de pie leyendo en el autobús, con la mano derecha agarrando la barra y el brazo izquierdo tonificándose mientras sujetaba el libro, que es de tapa dura y acaba pesando, oyes. Pero me resisto a la ligereza del libro electrónico, necesito páginas de papel: es el oasis analógico en el universo digital, es un ancla al pasado, a lo que está bien. Voy a citar un fragmento de El valor de la atención, de Johann Hari: https://www.todostuslibros.com/libros/el-valor-de-la-atencion_978-84-1100-129-8 «Leer libros nos adiestra en un tipo de lectura muy concreto, nos enseña a leer de manera lineal, centrados en una cosa durante un periodo sostenido. Y [Anna Mangen] ha descubierto que leer pantallas nos habitúa a leer de una manera diferente, a partir de saltos nerviosos que nos llevan de una cosa a otra. Tenemos más probabilidades de seleccionar y descartar […]. Transcurrido un rato, ese seleccionar y descartar se desborda. Y también empieza a colorear o influir en cómo leemos en papel… Ese comportamiento también se convierte en algo que hacemos por defecto, más o menos. […] La gente entiende y recuerda menos lo que absorbe a partir de pantallas […]. Esa brecha en la comprensión que se da entre libros y pantallas es tan grande que en alumnos de primaria equivale a dos terceras partes del progreso anual en comprensión lectora».

En fin, todo esto va de carpe diem, de consciencia plena (anglófilos: mindfulness), de atrapar el momento. Celebrar un gol con toda el alma, pasar un rato con los hijos sin ninguna distracción maligna, echar una partida a las cartas con la familia, hacer un bizcocho, llamar a una amiga. Nos quejamos a todas horas de que no tenemos tiempo de nada. Subámosnos al modo avión: un poco de desconexión no nos va a venir nada mal. Termino con una imagen que habla por sí sola y porque esa señora me parece maravillosa: https://www.huffingtonpost.es/2015/09/23/senora-sin-movil_n_8181282.html

Que te saco el BOE, ¿eh?

@veganaynormal

Qué hartazgo de sistema y de adoctrinamiento 🔥🔥 #Veganismo #Especismo

♬ sonido original – VeganayNormal

Qué en paz está una sin tener TikTok, madremíadelamorhermoso.

Lo malo es que hay vídeos que acaban viéndose y compartiéndose por doquier, y una servidora, que es muy de entrar al trapo, pues entra. Veganaynormal -la cuenta de TikTok de una madre sufridora y «devastada»- ha publicado un vídeo-queja hacia la tutora de su hija de 8 años, Navia, porque en su familia practican el veganismo y a la niña la obligan a ir disfrazada en carnavales de ¡pescadora! Pecadora no, ¿eh? Con ese: ¡pescadora! ¡Habrase visto tamaña desvergüenza!

Vivan los objetores de conciencia de la piscivoracidad. Pobre Navia, le están enseñando en el colegio que existe en el mundo (y desde tiempos de Jesucristo ¡o antes incluso!) una profesión (durísima, por cierto) consistente nada menos que en echar redes al océano para capturar seres vivos con escamas y branquias, que sienten y lloran como tú y yo escuchando el Nessun dorma de Puccini. Inocentes cuerpos con espinas que son arponeados para que nosotros, los humanos, nos alimentemos con sus proteínas, sus omegas-3 y su fósforo. Habiendo como hay tofu, quinoa y semillas de chía, ¿quién quiere comer besugo o rodaballo? Qué insensibles, de verdad.

Pobre madre, y encima llama a su hija Navia. ¡Si tiene nombre de ferry! Mamá, ya estoy en Barcelona, dentro de dos horas cogeré el Navia para Menorca. Irónico, ¿no? Eso sí, le veo a esta señora muchos recursos: dice que irá a pelearse con la dirección del centro y a enseñarles el BOE, donde se dice, según cuenta ella, que nadie puede ser discriminado por sus creencias religiosas, morales o éticas.

El BOE es muy amplio, Maricarmen, y no sé en qué número sale eso que comentas. Pero la Constitución Española, en su artículo 27.3, dice: Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones. Mucha carta magna y yo, que también soy madre, me tengo que aguantar con que a mis hijos les digan que existen 54 géneros o que los niños pueden tener vulva. Menos mal que en casa luego les quito las tonterías.

Tú deja a la chiquilla que se disfrace, no sea que la llamen bicho raro porque no come sardinillas en aceite. Luego tú ya si eso le preparas unas zanahorias ecológicas hervidas con salteado de brócoli y la llevas a la pescadería del barrio para que sienta el asco por ese olor a vísceras húmedas y viscosas. Mano de santo. Ah, no vayáis a Málaga de vacaciones, que igual el olor a espeto y a pescaíto frito le nubla la razón. Pero déjala que se divierta en el carnaval, mujer. En el fondo estamos en el mismo barco (perdón, no quería ofenderte): mis hijos hacen oídos sordos cuando les sueltan a todas horas el todas y todos o el chicas y chicos (lo de chiques no lo han llegado a oír en las aulas, a Dios gracias), asienten como borreguicos y después en casa me lo cuentan y nos echamos unas risas despotricando un buen rato del progrerío, la incultura y la insensatez.

Bendita locura la nuestra

Se anunciaba frío polar y sensación térmica de seis bajo cero para el miércoles, 25 de enero de 2023, en Pamplona. La RFEF, la tele y quién sabe más y por qué, deciden programar el encuentro entre Osasuna y Sevilla para ese día a las diez de la noche, que es una hora estupenda para estar 90 minutos o más a la intemperie. Va acercándose el día y me olvido del frío, de la hora, de que es muy difícil aunque, oye, jugando en casa, ¿quién te dice que no pasamos? Leo por ahí que Osasuna ha disputado cinco semifinales de Copa del Rey en su historia: dos ante el Barcelona (1936 y 1988), una ante el Sevilla (1935), otra ante el Recreativo de Huelva (2002), y la última, la que nos dio el pase a nuestra única final, ante el Atlético de Madrid en 2005. La final ese año fue el 11 de junio, contra el Betis, que nos ganó en la prórroga y nos mandó para Pamplona con lágrimas por lo que pudo haber sido y no fue, pero henchidos de osasunismo y orgullo a más no poder. El Betis levantó el trofeo, equipo al que acabamos de eliminar en octavos de final, con prórroga y penaltis, a la heroica, yendo con el marcador en contra hasta rascar el empatico tras 106 minutos jugados y que daba opción en los lanzamientos de penaltis a lograr el pase a cuartos.

Y vaya si pasamos. Cuartos de final, partido único y por fin en El Sadar (donde, por el formato del campeonato y los sorteos, no jugábamos Copa del Rey desde el 12 de septiembre de 2018); el rival, otro sevillano, el Sevilla F.C. Ahí estuvimos 19724 almas encogidas de frío, de nervios y de ilusión, mucha ilusión. Porque estamos séptimos en Liga, y hace 8 años nuestro club estuvo al borde de la desaparición. Jagoba Arrasate es el capitán del barco y nos ha vuelto a ilusionar, ha creado en los últimos años una piña equipo-afición no conocida desde los tiempos en que era entrenador Martín Monreal, por lo menos. Si hay posibilidad de algo grande, es esta temporada.

Me preparé a conciencia las capas de la cebolla: mucha ropa y forros para no pasar frío, que no fue tanto como el que anunciaban, o quizá es que por dentro bullía una gran olla a presión. Solo quien siente los colores de Osasuna lo entenderá: nudos en el estómago los días previos, contando las horas el día del partido, ansiando que lleguen las 22:00. Ni las inclemencias ni todos los inconvenientes del mundo pueden echar atrás a esta afición; se logró una entrada considerable, a pesar de que los socios también tuvimos que pasar por taquilla.

La primera parte fue más del Sevilla, pero a pesar de su insistencia logramos llegar al descanso con la puerta a cero. En la segunda mitad los de Sampaoli asediaron a Sergio Herrera con tres ocasiones clarísimas rondando el minuto 60 de juego. En ese momento la mente está: tanto va el cántaro a la fuente… nos la van a clavar, nos hundiremos y como mucho igual logramos empatar a uno y forzar la prórroga. Pero llega el minuto 70 y Juan Cruz levanta la cabeza, mete un pase en profundidad a Rubén García, que centra al área para que Chimy Ávila baje el balón, se gire, controle y dispare y ¡¡¡¡gooooooooooooool!!!! Ya está, nos hemos adelantado en el marcador, quedan 20 minutos y se puede, ¡se puede!

Poco después, nos acordamos de toda Croacia, del «somos contentos» y de lo mal que tiene que estar pasándolo este hombre de pómulos marcados, Ante Budimir, para no salir de ese bucle de mala racha goleadora, porque no hay tutía y en los minutos 89 y 92 falla dos ocasiones cantadas, muy claras. En la grada nos desesperamos, era la puntilla, qué oportunidad perdida, porque sí, llegó lo más temido: gol in extremis del Sevilla. Minuto 95 (el árbitro había añadido 6 al tiempo reglamentario), y En-Nesyri nos clava un puñal en el costado. Todos pensando que nos íbamos a casa con el 1-0 y tan felices y había que jugar la prórroga.

Quién dijo que sería fácil: aquí no se rinde ni Dios. Cansancio, sueño, calambres: la grada se echa al equipo en la espalda, os vamos a llevar en volandas, no os preocupéis. Juega Abde, el chaval cedido por el Barcelona, el de «encara, encara, Abde». Pues voy y encaro, vaya que sí: minuto 98, el tío echa a correr, se planta delante de un defensa que habrá tenido pesadillas con él, se frena, dribla, chuta y ¡¡¡¡goooooooooooooool!!!! Ahora toca resistir, aguantar el marcador, no hay que permitir que vuelva a empatar el Sevilla. Cada posesión del rival se acompaña de pitidos y abucheos en la grada: hay que minarles la moral, que sientan que no van a poder con Osasuna: el pase a semifinales es nuestro, ya está, queda un minuto. Pitido final y Sergio Herrera, nuestro loco, le quita la bandera a un aficionado y la ondea por el césped hasta que se sale la tela del mástil. La grada enloquece, lo hemos conseguido; los jugadores se abrazan, lloran, cojean, no pueden más del esfuerzo, pero aún pueden correr hacia graderío sur para dedicar la victoria. Está lloviendo y son más de las 12 y media, es jueves y dentro de pocas horas muchos irán a trabajar con ojeras y una sonrisa más grande que el puente de Triana.

Las semifinales enfrentarán a cuatro equipos, y los cuatro pertenecen a sus socios: F.C. Barcelona, Real Madrid, Athletic Club de Bilbao y Club Atlético Osasuna. Sabemos que ellos nos quieren como rivales. Nosotros, a lo nuestro, porque toque el que toque no nos vamos a rendir. Ellos suman entre los tres 73 copas del Rey ganadas. Osasuna, ninguna. Sabemos que todos los equipos modestos del país están con nosotros, porque es la hora de los humildes, es la hora de hacer historia. Pase lo que pase, estaremos orgullosos. Porque somos Osasuna, y esto nunca va a morir.

Mamitis

Un profesor que impartía lingüística general en la universidad nos decía a los aprendices de filólogos que todo el mundo tiende a opinar sobre el lenguaje porque todos somos hablantes y nuestro idioma materno lo sentimos tan propio como nuestros lunares o el color de nuestros ojos (esto último no lo decía él, pero bueno). Sí que nombraba a menudo a los hablantes diletantes; en su segunda acepción, diletante es la persona que cultiva un arte o una disciplina como aficionado, no como profesional, generalmente por no tener capacidad para ello.

https://www.rae.es/noticia/la-rae-presenta-las-novedades-del-diccionario-de-la-lengua-espanola-en-su-actualizacion-236 Con la presentación de las nuevas incorporaciones del DLE (Diccionario de la Lengua Española), cuya actualización 23.6 cuenta con 3152 novedades, han salido a la palestra las inevitables y quejosas voces diletantes contrarias a la RAE, rancia institución de señoros machistas y anclados al pasado que siguen impenitentemente sin aceptar todes, todxs, tod@s y demás engendros. Una tal Ana Morgade, presentadora popular de televisión que lleva gafas de mentira y alguna vez me ha hecho incluso reír, ha debido de leerse las 3152 novedades de la actualización y ha resaltado de todas ellas mamitis. Además de inflamación de la mamá, la nueva acepción es «excesivo apego a la madre«. Morgade no ha sido la única en saltar a la yugular académica; aquí dejo un artículo con numerosas reacciones: https://www.publico.es/tremending/2022/12/24/la-rae-se-moderniza-mal-lluvia-de-criticas-por-la-definicion-de-mamitis-que-se-ha-incorporado-en-el-diccionario/

En su cuenta de Twitter, Morgade expresa que se le hizo raro que la RAE no añada «PAPITIS también al diccionario. Pero claro, el afecto y el apego solo es excesivo si se tiene hacia una madre, eso está documentadísimo por la universidad de los c0j0nes cuadrados. Circulen, que aquí no pasa nadEN FIN». Lo he copiado textualmente y con la tipografía original de su cuenta @ana_morgade, aquí dejo por si acaso el enlace: https://twitter.com/ana_morgade/status/1606393714913558534?s=20&t=oSzYz9ea-88zvzfT59aXGQ

Imaginemos que es al revés: que papitis está en el diccionario y mamitis no. Las voces exaltadas como la de Ana habrían dicho entonces que no es justo que los bebés y niños pequeños tengan excesivo apego al padre y no a la madre, qué desfachatez no reflejar el amor materno en el diccionario. A ver, Ana: los lexicógrafos introducen nuevas palabras, añaden nuevas acepciones a palabras ya existentes o retiran voces en desuso con arreglo a lo que palpan en el uso de los hablantes, con arreglo a cuánto de documentada está tal o cual palabra en publicaciones coetáneas tales como literatura, prensa, radio, publicaciones científicas y técnicas, etc. Tú puedes utilizar papitis si te place, y cuando esté tan extendida y documentada como mamitis también aparecerá en el diccionario. La buena noticia es que si dices papitis la gente te entenderá porque existe mamitis, simplemente por conciencia metalingüística (por hablar tu mismo idioma, vamos). Como hablantes tenemos un superpoder que es el de crear palabras utilizando los recursos conocidos de nuestro idioma. Te pongo un ejemplo, Ana. ¿Has leído a Julio Cortázar? Pues el adjetivo cortazariano es otra de las novedades del DLE, y está formada por el apellido del escritor y el sufijo -iano, igual que en bolivariano o kantiano. Aunque no sepamos el significado de cortazariano, si sabemos quién es Cortázar deduciremos que hace referencia a ese escritor, porque el sufijo nos informa de ello. Así que, en resumen, tú puedes crear palabras con los recursos del español y te entenderán, es algo que escritores, periodistas, hablantes en general e incluso humoristas ¿como tú? llevan haciendo toda la vida.

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Pero, querida, para estar en el diccionario una palabra necesita mucho más. Necesita presencia textual, uso extendido y estar acorde con las normas gramaticales y léxicas del español. Y ser necesaria, además, porque nombra una realidad nueva. Conspiranoico no estaba en el DLE hasta ahora, pero se ha usado tanto en los últimos tiempos que había que incluirla, porque designa un rasgo muy específico de una realidad muy concreta. Las palabras tienen ese nosequé (mira, otra palabra que no está en el diccionario pero podría estarlo): las leemos o escuchamos y sabemos exactamente adónde apuntan, son como una flecha o un letrero luminoso; y sin embargo no siempre son clarividentes, también son equívocas y confunden, son polisémicas, sarcásticas, irónicas, hiperbólicas. Pero son piezas del idioma, un idioma que tú y yo y todos construimos.

El castellano, el español, no es machista ni racista ni clasista, en todo caso lo serían sus hablantes. Y alguien que escribe un diccionario debe reflejar en él los usos de las palabras, nos guste o no lo que designan esas palabras. Ojalá no existieran palabras como subnormal: 1. adj. Dicho de una personaQue tiene una capacidad intelectual notablemente inferior a la considerada normal. U. t. c. s. U. frec. c. insulto o en sent. despect.

A todos nos horroriza (o debería horrorizarnos) que alguien llame subnormal a una persona con discapacidad intelectual. Pero debe estar en el diccionario (y bien señalado su sentido despectivo) porque alguien que está aprendiendo español y desconoce esta palabra debe poder encontrarla en el diccionario, por ejemplo. Si miras en la entrada brazo aparece brazo de gitano como 1. m. Pastel formado por una capa delgada de bizcochocon crema o algún dulce por encimay enrollada en forma de cilindro.

Mientras ese pastel en concreto con esa descripción concreta siga llamándose brazo de gitano, deberá seguir apareciendo en el diccionario. Ese es el quid de la cuestión, querida Ana, no sé si me sigues.

Termino despidiéndome de ti como cuarentañera (nueva incorporación, mucho mejor que cuarentona o cuadragenaria, que ya estaban en el DLE): de cuarentañera a cuarentañera (nos llevamos solamente un año, querida), déjame decirte que ya me tocaste los ovarios bastante cuando hace no mucho en Pasapalabra pusiste verde la canción de Hombres G «Sufre, mamón» por su letra machirula y patriarcal. David Summers ya te contestó adecuadamente. Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, explica: Hemos incorporado ‘mamitis’ y no ‘papitis'», declara Muñoz. Para evitar críticas por cuestiones de género ha añadido a su comunicado que no es que consideren que «una cosa existe y otra no: ‘mamitis’ está documentada y ‘papitis’ no».

Pues eso, Ana. Esperando estoy tu próxima salida de pata de banco en el universo tuitero. Y hablando de Twitter, quiero elogiar y recomendar la cuenta @RAEinforma, que es la de la Real Academia Española. Por medio de su etiqueta #dudaRAE se pueden plantear dudas lingüísticas. Tienen una paciencia infinita con ciertas cuestiones, he aquí un ejemplo de alguien que insistía con la discriminación del género femenino en el idioma y la brillante respuesta de @RAEinforma. Lo mejor es el final.

La intolerancia por bandera

La víspera del Día de la Hispanidad tuvo lugar en Pamplona un encuentro de fútbol amistoso entre las selecciones femeninas de España y EEUU. El Sadar acogió el partido, que era de pago a 5 euros la entrada (y retransmitido por Teledeporte), a las 20:35 horas de un martes víspera de festivo. Fuimos 11.209 personas, cifra que bate hasta ahora todos los récords de asistencia a un partido de la selección femenina de fútbol como equipo local. Por dar una referencia, el último encuentro de Osasuna en El Sadar congregó a 20.260 espectadores.  

El evento fue posible gracias a la colaboración entre Gobierno de Navarra, Ayuntamiento de Pamplona y la Federación Navarra de Fútbol, aunque he de decir que no se le dio mucha publicidad. A pesar de ello, la entrada registrada es para estar contentos: el fútbol femenino parece que sigue arrastrando gente a los estadios, claro está que los precios populares también contribuyen a ello.

Había mucha gente joven en las gradas, y el ambiente fue de animación y respeto en todo momento. Los únicos insultos fueron los proferidos antes del partido por ciertos seres mononeuronales que se juntaron en el exterior del campo que creen de su propiedad a gritar “españoles, hijos de p***”. Días antes, estos mismos energúmenos o amigos suyos pintarrajearon su querido Sadar con el precioso mensaje de “p*** España, p*** selección”. Por supuesto, sacaron además su preceptivo comunicado de repulsa, infumable de principio a fin.  

Llevo 32 años yendo a El Sadar como seguidora y socia rojilla, y en todo este tiempo nunca (¡nunca!) hasta este martes 11 de octubre había visto banderas de España poblando las gradas, con la excepción de cuando viene afición visitante, y no siempre. Nadie insultó a nadie, y antes de que alguien diga que a ver a España solo van votantes de derecha, ultraderecha y cayetanos varios, allí estábamos gente de todo pelo, ¡hasta había gente con camisetas de Osasuna! Varios conocidos míos fueron también, y puedo asegurar que ni ellos ni yo respondemos a esa clasificación que muchos dan por sentada.

El Sadar, y especialmente en un sector de la grada, se llena todos los partidos de ikurriñas. Se ve también alguna bandera de Marruecos (por Abde) o de Argentina (por Chimy Ávila), y no hace mucho de Ecuador, por ejemplo (por Estupiñán). Nunca he llevado ninguna bandera al fútbol, solo mi bufanda de Osasuna, pero cuando veo estas y otras banderas no me hierve la sangre ni me entran ganas de insultar a nadie. Se llama respeto. Eso de lo que carecen muchos, que partido tras partido se ganan a pulso multas económicas que, por supuesto, paga el club, porque han insultado a grito pelao al equipo rival, a España, a UPN, a Javier Tebas o a la santa madre del árbitro.  

El odio no es innato, se aprende: lo tengo clarísimo. Te lo pueden inculcar en casa, en el aula o en el grupo de “amigos”. A veces se odia por inercia, por no ser separado del rebaño. Gritas puta España y luego te vas de vacaciones al Puerto de Santa María y te partes el culo porque qué graciosos son los gaditanos, pisha. Los que intentamos respetar a quien no opina como nosotros deberíamos empezar por afear ciertas conductas. Afortunadamente, hace tiempo que se oyen pitidos reprobatorios cuando estos amantes de la tolerancia sacan su lengua a pasear. Que luego animan como nadie, eso no lo discuto. Pero curiosamente aplauden a rabiar el día que la Liga dedica una jornada a reivindicar que no haya racismo en el deporte. Una vez más, el refranero es implacable: consejos vendo y para mí no tengo.

Ah, España ganó 2-0 y jugando muy bien, por cierto. Bravas. Y añado: el pabellón Navarra Arena ya ha acogido partidos de la selección de baloncesto, con gran afluencia de público. Espero que los combinados nacionales de cualquier deporte sigan viniendo a Navarra. Pese a quien le pese.


El cartel

Volviendo de mis vacaciones el 27 de julio iba yo de copiloto en el coche cotilleando Twitter cuando me sorprendió un cartel del Ministerio de Igualdad con el rótulo “El verano también es nuestro”, escrito con una tipografía que me recordaba a la del sorteo de verano de la ONCE o a algo similar. Pero las chicas del cartel no jugaban a la lotería, leí después que eran ejemplos de “cuerpos no normativos” (sic, véase https://www.inmujeres.gob.es/actualidad/noticias/2022/Julio/elveranotambienesnuestro.htm), de cuerpos víctimas de “violencia estética” (sic, de nuevo).
Con el paso de los días se ha ido sabiendo que, por ejemplo, del diseño del cartel se ha encargado Arte Mapache, que a través de Twitter ha pedido disculpas por utilizar una tipografía sin tener la licencia, y también por (y aquí viene lo más chungo) utilizar imágenes de personas reales sin su consentimiento. Textualmente la artista tuiteó: “Mi intención jamás fue hacer abuso de su imagen, sino trasladar en mi ilustración la inspiración que suponen para mí mujeres como ellas, Nyome Nicholas, Raissa Galvão… Su trabajo y su imagen deben ser respetados. Gracias por vuestra labor, incluso en este caso”. Después añadió que de forma privada tratará de solucionar este asunto con las partes implicadas. También la cuenta oficial del Instituto de las Mujeres pidió disculpas: “en ningún momento tuvimos conocimiento de que eran modelos reales. Estamos resolviendo con la autora y vamos a contactar con las modelos para resolver esta cuestión. Pedimos disculpas por el daño ocasionado”. Curiosamente, ni en la cuenta del Instituto ni en la del Ministerio de Igualdad encuentro hoy, 1 de agosto, el famoso cartel. Borrado por arte de magia, también por cierto de sendas páginas web oficiales. Tampoco existe la web de Arte Mapache, borrada también del mapa virtual. Pero les dejo aquí esta noticia donde se ve muy bien el cartel: https://www.heraldo.es/noticias/sociedad/2022/07/29/la-autora-del-cartel-elveranoesnuestro-uso-imagenes-de-modelos-sin-permiso-y-ahora-les-ofrece-repartir-beneficios-1590739.html


Empecemos por el hecho de que alguien que se dedica a la ilustración (su perfil de Twitter dice “artivismo gordo y de la diversidad corporal”) debería saber qué es una licencia o qué ocurre cuando usas una imagen de alguien públicamente. Gisela Escat se llama, se presenta como diseñadora audiovisual, artista multidisciplinar y experta en la autogestión (sea lo que sea eso). Con su trabajo busca “a través de la ilustración y testimonios reales, mostrar la diversidad de cuerpos, romper con la normatividad, dar lugar a otras realidades invisibilizadas, empoderar, liberar, empatizar, formar redes de cuidados, crear nuevos referentes y espacios de reflexión” (fuente: https://okdiario.com/espana/asi-gisela-escat-ilustradora-activista-contra-gordofobia-detras-del-cartel-igualdad-9467726).
La cosa se ha liado bastante porque, claro, estas mujeres del cartel se han quejado con razón de que el gobierno de España haya usado su imagen sin su permiso. Y no solo eso, sino que además se han manipulado estas imágenes. No voy a extenderme mucho, pueden leer al respecto en muchos sitios. El resumen es que a una chica con pierna protésica le han puesto una pierna de verdad y le han pintado pelos en el sobaco y las piernas, a una mujer con doble mastectomía le han puesto un pecho por arte de magia y el otro se lo han dejado extirpado (robando de paso la imagen original a la fotógrafa Ami Barwell en su colección Mastectomy), a otra chica le han cambiado el peinado y añadido celulitis –quizá porque en la realidad sus piernas eran demasiado lisas-, y otra chica de las que están sentadas también se ha visto reconocida (la imagen real era de pie, en el cartel está sentada). Mujeres reales con nombres y apellidos, a algunas de las cuales les han hecho retoques nada inclusivos y sí muy violentos.

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Mire, señora ministra: usted ve problemas donde no los hay. Ve discriminación, machismo y violencia donde no los hay. Yo tengo un cuerpo de esos “no normativos”. Con sobrepeso, celulitis, muchísimas pecas, tripa flácida, piel blancucha y talla 44-46. He ido toda mi vida a la piscina, con bañador y con biquini, y un poco menos a la playa por razones geográficas, y jamás, jamás, he sufrido “violencia estética”. Hace cuatro días estaba chapoteando en la Costa del Sol y la gente iba a su bola, y fíjese, lo que abundaban eran los cuerpos nada esculturales. Ni rastro de modelos de pasarela, y todos tan contentos. Nadie me ha dicho nunca ni mu sobre mi precioso cuerpo, cuerpo que me gusta con todos sus rasgos porque me permite llevar una vida plena, está sano y me ha dado dos hijos maravillosos.


En el cartel hay muchos fallos: solo hay mujeres (su ministerio se llama de “Igualdad”), dichas mujeres están ahí sin que nadie les haya preguntado si quieren salir, a algunas les han retocado sus “deficiencias”, ya que parece que la playa está vetada a las personas con prótesis. Es un cartel innecesario, una campaña que no responde a ninguna urgencia social, porque la gente, normalmente, disfruta del verano tenga el cuerpo que tenga. Otra cosa es si su cartera le da para disfrutar del verano, tal como está la inflación, aunque esa es otra cuestión. Da la sensación de que había que gastar en algo la millonada de presupuesto que tiene su ministerio, y esto es lo mejor que se les ha ocurrido. Las posibles demandas con consecuencias económicas supongo que las pagaremos los españoles y que no habrá ninguna dimisión por este motivo.


Habrá quien esté pensando en replicarme con argumentos como que la sociedad ensalza los cuerpos bonitos en la publicidad, que las marcas siempre ponen modelos con determinadas medidas y cánones, y que esto daña a quien no se ve reflejado en esos cuerpos, empujándolo a dejar de comer, a someterse a cirugía o a hacer dietas salvajes y ejercicio a saco para perder unos gramos y parecerse a esa chica de Instagram que tiene tantos seguidores o a aquel maromo musculado y depilado que está como un queso. No lo voy a negar: la imagen vende y mucha gente, sobre todo joven, consume a diario el contenido de estos influencers con cuerpos esculpidos y modélicos, llegando a creer que el éxito en la vida dependerá de nuestra imagen ideal. Pero entonces, ¿qué hacemos? ¿Empezamos a cerrar cuentas de toda la “gente guapa”? ¿Obligamos a las marcas a contratar modelos gordos, feos, con pelo en las orejas, nariz aguileña o con estrabismo, para que cualquiera con un rasgo de estos se sienta plenamente identificado y respetado? ¿Va a estar prohibida la belleza? ¿O hay alguien tan hipócrita que prefiera ver un cuerpo con molletes y lorzas en una valla publicitaria antes que a un tío buenorro o a una mujer de piernas infinitas? Y no me digan que a ver quién determina qué es bello y qué no lo es. Bueno sí, ya sé la respuesta: el heteropatriarcado, ¿verdad, Irene?


Sé que es un tema peliagudo, y empiezo a abrir el paraguas para recoger la lluvia de críticas que vendrá. La sociedad es diversa, siempre lo ha sido y lo es cada vez más: diferentes etnias, cuerpos, caras, orientaciones sexuales, discapacidades, colores de piel. El secreto está en enseñar a respetar a las personas sin etiquetarlas. Respeta a todo el mundo, no respeta al gay, respeta al negro, respeta al transexual, respeta al ateo, al discapacitado, a la lesbiana, al gordo, al feo, al calvo, al pobre, al rico. Cuando dejen de poner etiquetas para resaltar la diferencia, desaparecerán las diferencias. Y que dejen de tirar el dinero de nuestros impuestos en tonterías, ya de paso.

Ya falta menos

Estamos a horas de entonar el Pobre de mí, ay. Hoy para las 10 de la mañana ya no había ni rastro de vallado del encierro. Los carpinteros de Puente la Reina corren más que los Victoriano del Río.

Estos Sanfermines se han hecho esperar tres años desde los últimos, y no sé si es por eso o porque me ha tocado trabajar varios días, pero el caso es que se me han pasado volando. San Fermín con niños y teniendo que madrugar se toma con otra tranquilidad, y más con cuatro décadas en los huesos: vamos cumpliendo años y el cuerpo lo nota, hay que dosificar. 

Aun así, hemos estado en el post-chupinazo echando un vermú y mojándonos bajo la lluvia, una mañana en los gigantes, un vistazo rápido a la procesión cuando llegaba el santo a misa de 12, una hora y media en las –carísimas- barracas (a mediodía y a pleno sol, cuando no hay gente ni colas), cuatro noches viendo los fuegos (nos queda la de hoy), un mediodía a la sombrica tomando un frito con mosto, un par de ratos de verbena prefuegos, tres cenas de bocata en la calle, un concierto para carrozas en Sarasate y un par de paseos por los puestos ambulantes de la Taconera (echando el freno a los hijos, que se comprarían de todo como si el dinero cayera del cielo).

El mejor día, el 9, que vinieron mis amigos de Zaragoza: siempre es un gusto estar con vosotros y las niñas. ¿Me he quedado con pena de algo? De estar con mi hermana y mi cuñado, que iban a venir el 10 pero el covibicho se cruzó en el camino de ella, y ese almuercico se quedó un poco cojo sin ellos, y el sorbete del Gazteluleku tuvimos que dejarlo para otro año. Y se me va otro San Fermín sin probar los churros de la Mañueta. ¡Asignatura pendiente! Hay otra cosa que tampoco he hecho en toda mi vida de PTV: coger sitio en la calle, en el recorrido del encierro. En la tele dijeron que la gente se aposta en el vallado para las 4 de la mañana. ¡Qué moral, con lo bien que se ve por la tele! Hace muchos años, tendría yo 16 o así, me invitó una compañera del colegio a un balcón en Estafeta donde está un club de jubilados donde su abuelo tenía opción de llevar a gente, o algo parecido, no recuerdo bien. Fue mi única vez presenciando el encierro en vivo: merece la pena, aunque es visto y no visto.

San Fermín, para los de aquí, es una sucesión de recuerdos en cada esquina: se pasean por la memoria anécdotas y vivencias de tantos Sanfermines vividos y disfrutados. Tengo la suerte de haber nacido en la ciudad con las mejores fiestas del mundo, y el honor de pasar el testigo a mis hijos, para que amen las tradiciones y defiendan unas fiestas muchas veces denostadas por motivos que nadie quiere que sucedan, ni aquí ni en ningún lugar del mundo. Si la gente ya fuera menos guarra y no dejara el suelo y todo como un estercolero, ¡otro gallico nos cantaría! El de San Cernin, por ejemplo, que lo tienen a buen recaudo porque está la torre en obras.

¡Ya falta menos!

Fuego

Todavía no me puedo creer la horrible pesadilla sufrida por decenas de pueblos y miles de personas aquí en mi tierra de Navarra en la última semana. El fatídico 15 de junio, mientras en Zamora empezaba a arder la sierra de la Culebra, reserva de la biosfera de la Unesco, aquí desalojaban a los monjes del monasterio de Leyre por un incendio provocado por un rayo en la sierra homónima, que amenazaba, y mucho, con llegar hasta los muros de tan emblemático lugar. El horror se avivó tres días después en otros puntos.

Era el sábado 18 de junio a la hora de la siesta. Me llegaban varios mensajes al móvil porque las noticias nos sobresaltaban a todos: fuego en Obanos, Muruzábal, Olleta, Legarda. Pueblos de la zona media de Navarra, pueblos agrícolas muy cercanos a Pamplona. No tardaba en llegar la noticia del desalojo del parque Sendaviva, más de 2500 personas abandonan un día de diversión en familia sintiendo el humo y las llamas muy cerca. El fuego empezó en las Bardenas, muy próximas al parque de atracciones y reserva de animales. La gente en redes sociales sufría no solo por las personas afectadas sino también por esos animales que hubo que evacuar en tiempo récord. Durante todo el fin de semana seguíamos con el corazón encogido las noticias que SOS Navarra y otras cuentas oficiales en Twitter iban actualizando.

Todo el tiempo que ha habido que pelear por extinguir el fuego hemos tenido en mente a las dotaciones de bomberos, que vinieron también de otras comunidades, al ejército, a los agricultores que han estado trabajando para hacer cortafuegos, voluntarios y vecinos de un sinfín de pueblos, a la Cruz Roja. Llegará el momento de pedir responsabilidades por la falta de previsión ante una ola de calor sin precedentes, o de preguntarse por qué no se dota de más recursos y personal la prevención de incendios durante todo el año, no solo ahora.

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En Navarra han ardido más de 10.000 ha. Es el equivalente a 14.000 campos de fútbol, pero apenas se ha mencionado de pasada en las noticias nacionales. Creo que si no existiera Twitter más de uno no se hubiera hecho ni enterar (también por Twitter han circulado bulos infundados, menos mal que atajados a tiempo). A día de hoy ya se han quemado más de 30.000 ha en Zamora. Eso es tres veces la superficie de Navarra. Tres. https://www.laopiniondezamora.es/zamora-ciudad/2022/06/21/manifestacion-zamora-incendio-sierra-culebra-67460521.html

Zamora y Navarra son dos sitios alejados entre sí (las capitales distan entre ellas 430 km) pero tienen casi la misma superficie: 10.561 km2 Zamora y 10.421 km2 Navarra. Sin embargo, la provincia castellanoleonesa tiene 169.000 habitantes y Navarra 661.000, que es casi cuatro veces más. Cifras aparte, las tragedias no entienden de datos y afectan igualmente a sitios de renombre o a provincias chiquiticas. Todo lo quemado tardará en recuperarse, y si no queremos que vuelva a repetirse algo así ni aquí, ni en Zamora, ni en ningún otro lugar de España, habrá que dotar convenientemente de recursos contra el fuego, limpiar el monte, poner medidas, no sé, lo que sea que haya que hacer, que yo me reconozco ignorante en esas cuestiones.

Solo sé que en esta tierra todo el mundo tiene un amigo, un conocido, un pariente, en tal o en cual pueblo. Habremos pasado mil veces por muchos de ellos, los hemos visitado, hemos estado en sus fiestas patronales, nos hemos sacado fotos en sus ruinas, su iglesia, sus bosques o su monasterio. Oír el nombre de cualquier pueblo de Navarra, a los que somos de aquí, nos suena igual que oír el nombre de una persona querida. Porque es fácil encontrar un vínculo con ese lugar, porque lo conocemos o sabemos de alguien que tiene relación con él.

Tenemos las fiestas más grandes del mundo a la vuelta de la esquina, pero se nos ha apagado bastante la alegría con todo esto que hemos vivido. Les dejo un enlace a un medio local por si quieren saber más: https://www.diariodenavarra.es/noticias/navarra/2022/06/22/10-000-hectareas-arrasadas-navarra-532191-300.html

Por último, espero que reine la cordura la noche de San Juan y a nadie se le ocurra encender su fogatica. Son muchos los ayuntamientos que ya han prohibido las hogueras, pero inconscientes los hay por todas partes. Por desgracia para todos.

De jornadas escolares

A estas alturas de partido tuerzo el gesto al leer estos comienzos de enunciado: «según un estudio…». Mi último momento incrédulo ha ocurrido al degustar este precioso artículo de El País: La jornada escolar continua es negativa para los niños y agrava la brecha de género

Me enteré mirando Twitter: está habiendo todo tipo de reacciones, muchas airadas entre el cuerpo docente, de quienes se dice en el texto lo siguiente: Los beneficios de la jornada intensiva, concluye el informe, son para los profesores, “tanto en términos de bienestar como en posibilidades de conciliación”. Traducido al castellano: si ya vivíais bien los profes con jornada partida, no os digo na con jornada de mañana, malandrines, que no pensáis más que en tener vacaciones, válgamelseñor.

Miren, no me voy a meter en muchos jardines, porque este tema tiene tantas tonalidades a favor y en contra como el más colorido arcoíris. No soy docente, pero soy madre trabajadora, y puedo hablar desde mi experiencia.

Cuando mi hijo mayor empezó a ir al colegio con 3 añitos, yo ya me había reducido la jornada laboral a la mitad. Lo llevaba a las 9 al cole y lo tenía que dejar en el comedor, porque yo salía a las 14 horas y él a las 12:50 con la jornada partida. Su hermana, que nacería unos meses después ese mismo curso, acabó yendo a la guardería con 9 meses, y también comía allí y echaba la siesta, con lo cual no recogía a ninguno de los dos hasta las 16:30 o 16:45. En aquellos años, yo salía del trabajo, llegaba a mi casa hacia las 14:30, comía y marchaba a la guardería y acto seguido al colegio. Cerca de las cinco, tocaba hacer algún recado, o compra, o dejar la comida hecha o lo que fuera. Y por si no lo he dicho: el mayor, el único que iba al colegio, tenía jornada partida de 9 a 12:50 y de 15 a 16:40. Con mi exiguo sueldo pagaba comedor escolar y cuota de guardería. No me compensaba trabajar, pero lo hice. Menos mal que teníamos el sueldo del papá.

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Cuando la pequeña empezó el colegio, mi situación era otra, porque me encontraba en paro y podía atenderlos: se acabó el gasto de comedor. Seguían teniendo jornada partida, pero podía hacer los cuatro viajes diarios al colegio para llevarlos o recogerlos, y comían en casa, por supuesto. Cuando me puse a estudiar, mis padres me ayudaron mucho recogiéndolos a mediodía y dándoles de comer y volviéndolos a llevar a clase, así yo tenía más horas para estudiar. Mi hija se quedaba dormida la mayoría de los días en el sofá antes de ir a las tres a clase. Costaba un mundo moverlos de casa una vez que habían comido, y siempre con prisas y temiendo no llegar a tiempo. Tras recogerlos pasadas las cuatro y media, la tarde se nos quedaba muy corta si había que hacer alguna tarea escolar -en el caso del mayor- y si nos quedábamos en el parque se hacía enseguida de noche en los meses invernales.

Hace un año volví a trabajar. Era enero de 2021, con la pandemia en nuestras vidas, y aquí en Navarra se había implantado de manera provisional la jornada «covid»: clases solamente por la mañana. Así que su horario era entonces de 9 a 14:10 horas. Mi jornada laboral me permite no tener que pagar comedor, porque tengo la suerte de que mis padres los recogen y comen, unos días con ellos, y otros con la abuela paterna. Y sin prisa por volver al colegio corriendo. También comen en casa, por supuesto, simplemente tenemos ese acuerdo los tres abuelos porque les encanta tener a los nietos, y de hecho insisten en cuidar de ellos más veces de las que «toca». Mientras ellos quieran y puedan, por nuestra parte estamos felices de que nuestros hijos disfruten de sus abuelos. Tenemos mucha suerte y ellos saben lo agradecidos que estamos por ello.

Pero me voy del tema. A los detractores de la jornada continua les digo: no sé cómo será en otras comunidades, pero aquí en Navarra los centros con jornada de mañana permiten todas las opciones: puedes recoger a tus hijos a las 2 de la tarde, y comerán en casa y tú te ahorrarás mucha pasta. O si lo necesitas, puedes dejarlos a comer, previo pago, hasta las 3 y media. O que continúen después de comer en alguna actividad de refuerzo impartida por el propio profesorado del centro y sin coste para las familias, y recogerlos a eso de las 4 y media (opción comedor + extraescolar gratis). Es decir, tienes todas las posibilidades, y el mismo horario de recogida, si lo necesitas, que con la jornada partida.

Las ventajas de poder cogerlos a las 2 son obvias: no hay prisa por volver a ningún sitio, han hecho más gana de comer (mis hijos comen infinitamente mejor a las 2 y media que a la una y cuarto), queda toda la tarde por delante para adelantar la salida a la calle a jugar, para ir a una actividad extraescolar, para hacer deberes, jugar, ver una película, incluso ir al cine.

Con la jornada partida, la opción de dejarlos en el comedor es cuasi obligatoria: ¿quién puede recogerlos a la una? Quien trabaje de tarde o de noche, y ni siquiera así. Salen casi a las cinco, la tarde se queda cortísima. Volver a clase después de comer es un sufrimiento, a nadie le apetece moverse de casa con la barriga llena, y total para escasa hora y media de clase. El artículo habla de que la jornada de mañana es agotadora porque apenas hay descanso entre clases: mis hijos tienen dos recreos, y sus sesiones lectivas son de 45 minutos. Salen de clase con mucha energía, se comen hasta mis pies cuando les pongo la comida y disfrutan de la tarde porque les da tiempo a todo.

Y una última cosa. La brecha de género existe, claro que sí. La mayoría de las familias opta por que sea la madre la que se reduzca jornada. Razones hay variadas: generalmente el empleo de la mujer está peor retribuido. O quizá el tipo de trabajo permite más flexibilidad. O simplemente es una decisión de pareja y ya está, también habrá padres (varones) que se reduzcan el horario para atender a los hijos. En cualquier caso es un sacrificio económico que hacen todas las familias, en un sentido o en otro, porque el mundo laboral es así, es una mierda, con perdón. Las empresas no mueven un dedo por facilitar la conciliación familiar. Los abuelos, para quien tenga la suerte de contar con ellos, cargan con muchas horas de cuidados de nietos para ayudar a los hijos. No me extraña que las parejas no quieran tener hijos, porque no es fácil. Nunca lo ha sido, pero no me arrepentiré nunca de perder músculo económico por atender debidamente a mis hijos. Gracias a Dios no he tenido que pedir ayudas estatales para criarlos, pero otros padres sí. El mundo tiene que cambiar mucho para que no siga cayendo la natalidad en picado.

Lean el artículo de El País y saquen sus conclusiones. Solo fíjense en que el estudio en cuestión lo ha publicado una escuela privada. Privada. Por qué será que abomina del horario continuo de la escuela pública y aboga por volver al partido, que es la jornada por excelencia de la concertada. La concertada que ingresa dinero en el comedor y en las extraescolares de precios abusivos.

Lean, lean. Yo tengo claro qué prefiero, y mis hijos también. Que es lo importante.

A cara descubierta

Casi 700 días hemos estado llevando boca y nariz tapadas (algunos solo la boca, las cosas como son). Nos hemos tirado casi dos años de nuestras vidas acostumbrándonos al dolor de orejas, a tener que repetir las cosas porque no se nos entiende o no se nos oye bien, a que se nos empañen las gafas al entrar desde el frío de la calle a un sitio calentito o a llevar siempre un complemento en el codo, bajo la barbilla o dentro de un bolsillo.

Hemos vivido situaciones incongruentes, como la de ir por la calle con mascarilla, entrar a un bar, sentarnos a consumir y quitarnos la mascarilla durante media hora, una hora o más. O el aguante de los chiquillos en clase con la cara tapada toda la jornada escolar para después jugar en el parque muy cerca de niños de todas las edades y distintos colegios o en casa de algún amigo ir a cara descubierta. O estar en un campo de fútbol bajo el cielo azul con el tapabocas puesto sin comer ni beber mientras otros ven el partido en el bar de abajo echando una cerveza y dejando la mascarilla aparcada los noventa minutos más el tiempo añadido.

Desde el 10 de febrero no es obligatorio su uso al aire libre, salvo en sitios muy concurridos o si no podemos mantener la distancia interpersonal, y sin embargo muchísima gente la ha seguido llevando en sus paseos sin tener a nadie cerca ni potencial peligro de contagiarse: https://www.diariodenavarra.es/noticias/navarra/pamplona-comarca/2022/04/20/21-transeuntes-pamplona-lleva-mascarilla-calle-524700-1002.html

A mis hijos les explico que quitarse una costumbre de dos años nos va a costar mucho, a unos más que a otros. Ellos han sido muy disciplinados, y aguardan con incertidumbre el regreso al colegio tras las vacaciones de Semana Santa. Por un lado están muy contentos con la libertad que va a suponer quitarse esa cortinilla, pero habrá que ver hasta qué punto se sienten seguros sin ella. Nos pasa a la mayoría. Se supone que solo tendríamos que llevar mascarilla en transporte público, centros sanitarios, residencias de mayores y farmacias. ¿Fuera de estos lugares, vía libre? Pues tampoco es así, por lo que se ve a nuestro alrededor. Y aquí entran en juego los conceptos de recomendación, urbanidad o educación. Para hablar con alguien sin mascarilla en un sitio cerrado, se recomienda seguir manteniendo un mínimo de 1,5 metros. Citando el BOE:

Se recomienda para todas las personas con una mayor vulnerabilidad ante la infección por COVID-19 que se mantenga el uso de mascarilla en cualquier situación en la que se tenga contacto prolongado con personas a distancia menor de 1,5 metros.

Por ello, se recomienda un uso responsable de la mascarilla en los espacios cerrados de uso público en los que las personas transitan o permanecen un tiempo prolongado. Asimismo, se recomienda el uso responsable de la mascarilla en los eventos multitudinarios. En el entorno familiar y en reuniones o celebraciones privadas, se recomienda un uso responsable en función de la vulnerabilidad de los participantes.

Vamos, que seguiremos con el constante «quitapón» hasta que se nos inflen las narices, más todavía, y dejemos el odiado complemento olvidado adrede en casa. Confieso que el día 20, primer día sin mascarilla en interiores, fui al partido entre Osasuna y Real Madrid -más de 21.000 personas en el estadio- sin llevar puesta la mascarilla en ningún momento. Como la mayoría, vamos. No saben el gusto que da animar, cantar y jalear a tu equipo sin nada que tape la boca. Todavía no sé qué haré cuando vaya a hacer la compra, típica situación de lugar cerrado con mucha gente alrededor. Supongo que me taparé por precaución y por respeto a los demás, pero me planteo la siguiente reflexión: ¿hasta cuándo? Quiero decir que, estando sana y vacunada, no siendo persona de riesgo por edad y viendo que, supuestamente, el virus se ha debilitado mucho, ¿cuándo diantres nos olvidaremos de todo esto y viviremos como antes y, sobre todo, sin culpabilidad? Porque esa es otra cuestión: si yo decido quitarme la mascarilla, mucha gente me mirará mal, me tachará de maleducada, de insolidaria, de imprudente, de caradura. Y hará que me sienta fatal por mi mala educación, mi insolidaridad, mi imprudencia y mi cara de cemento armado. Más o menos como las personas que, libremente, decidieron no vacunarse, y no entro en los distintos motivos que tuvieran para no hacerlo. Me da la impresión de que si voy en ascensor y se sube alguien, deberé ponerme la mascarilla. Si voy al súper, lo mismo. Si estoy en el trabajo, donde no tengo obligación por las características del puesto, deberé taparme si se me acerca alguien, o si estamos muchos en la misma sala o habitación. Y así con todo. En resumidas cuentas: quitamos la palabra obligatoriedad y la cambiamos por recomendación. Y de paso seguimos recaudando impuestos con la venta de mascarillas, pensará el gobierno.

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Una amiga mía ya me dijo una vez que nunca volveríamos a la vida de antes. Mi marido opina lo mismo, y añade: y todos a tragar lo que nos echen y a no cuestionarnos nada. Si en el confinamiento del principio teníamos policías de balcón, vamos a tener ahora policías de mascarilla: personas que la seguirán llevando y nos juzgarán a los demás por decidir no llevarla, ojo, sin incumplir ninguna ley. Aclaro a este respecto que en el fútbol nadie miraba mal a nadie, ni por llevar mascarilla ni por no llevarla. Pero más de un rifirrafe habrá cuando a alguien se le diga póngase la mascarilla (un cliente a otro en un comercio, por ejemplo) y este último se niegue con todo derecho.

Antes del coronavirus dichoso, nadie se escandalizaba por entrar a un hospital exhalando aerosoles alegremente, repletos de virus y bacterias, que iban a ver a un recién nacido y a su recién parida madre en manada y sin ningún cuidado. Por no hablar de que visitábamos a enfermos inmunodeprimidos con total impunidad. Casi nadie se echaba las manos a la cabeza cuando la gripe colapsaba las urgencias y morían ancianos todos los inviernos: si algo bueno nos va a dejar esto es que en todo centro sanitario los enfermos y los trabajadores van a estar más seguros.

Pero el día a día no se compone, gracias a Dios, de recorrer pasillos de hospital a no ser que trabajes en el ramo. Nos movemos en ambientes cotidianos y queremos volver a la normalidad. No a la nueva normalidad (no se puede «volver» a algo nuevo, es incoherente), sino a la vieja vida de antes, por difícil que sea. Y respetémonos todos, ya de paso.