Feliz año nuevo

Mi abuelo vivía el momento de las uvas de nochevieja como un rito inaplazable, venerable y ancestral, de vital importancia para empezar bien el año y no tener mala suerte. Le encantaba Ramón García, y este año que el bilbaíno ha vuelto a la televisión pública no estaba él para verlo. En cuanto en la pantalla salía el reloj de la Puerta del Sol nos mandaba callar a todos: ¡shhh, que va a empezar, calla!, y mi padre siempre le contestaba que tranquilo, hombre, que ya sabemos que es un momento de gran importancia, que todavía están presentando y contando lo de los cuartos, que es lo de todos los años y ya nos lo sabemos.

Recuerdo las nocheviejas de mi infancia y juventud en casa de mis abuelos, cenando en el salón las primeras veces y en la habitación del fondo los últimos años hasta que mi abuela ya estuvo muy mayor para ejercer de anfitriona y trasladamos las celebraciones navideñas a casa de mis padres. Cuando era pequeña poníamos en la televisión a Martes y Trece, años después a Cruz y Raya, recuerdo cuando pasó lo de la teta de Sabrina; jugábamos al chinchón, reíamos, cantábamos, bailábamos incluso, y no faltaba nunca alguna llamada de otros familiares para desearnos feliz año nuevo. El móvil era un objeto que no existía y no ocupaba manos ni mesas, así que todavía la gente se llamaba por el teléfono fijo, el único que había. Muchas nocheviejas mi hermana y yo nos quedábamos a dormir en esa casa, tras la cena y las uvas, y aquellas noches en casa de los abuelos -y las de reyes, y las de muchos sábados- forman parte de mis numerosísimos momentos felices. Fuimos creciendo y, tras las doce uvas, empecé a salir con las amigas disfrazada. Aclaremos una cosa: en Pamplona nos disfrazamos en nochevieja desde hace 41 años. Una de esas nocheviejas, hace 21, conocí al que es mi marido, pero esa es otra historia.

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Esta última nochevieja (la de la cortina de ducha de Cristina Pedroche y la joya robada que no fue realmente robada; la de la futbolista emporedada y el traje fucsia de un sesentón de Bilbao), estábamos jugando tan a gusto a un juego de mesa cuya partida empezó alrededor de las once que de pronto vimos la hora en el reloj del microondas y rápidamente pusimos la tele porque eran las 23:58. Las uvas estaban preparadas en platitos desde hacía un rato, menos mal, aún teníamos tiempo. Tardamos unos segundos en decidir qué cadena poner, y tras un breve zapeo que acabó dejando el canal ETB, la televisión pública vasca, vimos que iban por la novena campanada en Euskadi. Será porque no quieren seguir el rollo a los españoles, pensamos. Cambiamos a la primera cadena y ahí estaba Ramontxu terminando de decir feliz 2024. Anda, pues resulta que el reloj del microondas va con retraso, mamá.

«Abuelo», dije mirando al cielo (al techo), «contigo no nos habría pasado esto, cagüen diez». Ha sido la vez que más despacio he masticado las uvas. Prisas pa qué.