Hablar: del latín FABULARE, ‘decir fábulas’

Me siento orgullosa de mi tierra, Navarra, antiguo Reyno e importante pieza en la historia de España. Lugar de cultura ancestral, aquí se habló y se habla aún una de las lenguas más antiguas que hoy perviven, el euskera o vascuence, y cuyo origen es incierto. Por Navarra discurre el Camino de Santiago, que ofrece contrastes y diversidad en cuestión de paisaje y paisanaje. En Navarra disfrutamos de una exquisita gastronomía, fruto de un campo y una ganadería privilegiados; contamos con tres universidades, una economía aceptable para los tiempos que corren y una amplia oferta cultural y festiva.

He dudado mucho acerca de si escribía o no esta entrada, por lo espinoso del tema, pues es triste que aquí nos miremos de soslayo cuando tocamos determinados asuntos de identidad, nacionalismo y lengua.

Quienes hoy gobiernan en Navarra se están inventando una realidad paralela existente solo en sus cabezas, una fábula; más aún, una desiderata. La lengua oficial de Navarra es el castellano, y el euskera es cooficial únicamente en la zona considerada vascófona. Olvidándonos por un momento de la oficialidad y de «encerrar» las lenguas en compartimentos estancos, lo cierto es que, en la práctica, menos del 7% de la población navarra utiliza de manera habitual el euskera, según un estudio reciente. Un estudio rebaja el uso del euskera en Navarra al 6,7% de la población Dicho estudio señala que en Pamplona, la capital, apenas el 3% emplea en el día a día la lengua vasca. Con esta situación, el ejecutivo foral está librando una batalla por diferentes frentes:

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La sonrisa con bata blanca

Anoche estuvo de invitado en el programa El Hormiguero de Antena 3 el periodista Iñaki Gabilondo. Lo pillé empezado, así que no pude ver toda la entrevista, pero llegué a tiempo de ver uno de los vídeos más hermosos que ha emitido nunca este programa. Dejo el enlace por si alguien no lo vio: Homenaje a un héroe

La cosa va de médicos. Médicos que viven su profesión y no se limitan a recetar y a auscultar, sino que miran al interior de los ojos de sus pacientes hasta llegar a su alma. Acabo de llegar del centro de salud, más concretamente de la consulta de pediatría. Hace muchos meses, casi un año, que el pediatra de mis hijos no está en la consulta por motivos de salud, aunque no sabíamos la causa exacta. Las sucesivas pediatras sustitutas nos han atendido bien entretanto, pero no nos hablaban claro acerca de qué le pasaba a nuestro pediatra. Mientras esperaba a entrar, he leído un texto que colgaba de la pared junto a la puerta de la consulta en el cual él, personalmente, explicaba a padres y pacientes qué le ha pasado en estos meses. Lo más importante es que él está ya bien, esa es la mejor de las noticias. La noticia triste, para quienes éramos sus pacientes, es que ha pedido traslado a otro centro de salud donde no tendrá tanta carga de trabajo, que es lo que su cuerpo necesita ahora.

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Mi hijo mayor es el que más veces ha estado en esa consulta con Ignacio. Siempre tuvo una sintonía especial con él. Quizá ayude el hecho de que mi hijo nunca ha sido temeroso de los médicos, es un niño que se deja hacer y que confía. Pero eso no quita que haya que agradecer que existan estos profesionales tan humanos, o estos humanos tan profesionales. Ignacio explica siempre cómo es la dolencia, qué pasa por sus cuerpecillos en esos momentos, cómo le va a aliviar tal o cual medicamento. Siempre quiere hacer un seguimiento, no hay que esperar sin más a ver si se le pasa. «Mamá, lo traes dentro de cinco días y vemos». Ignacio siempre bromea con los niños, les deja ponerse el fonendoscopio, les regala dibujos para colorear sacados de la impresora (me pregunto cuánto tóner le haría falta en su consulta para satisfacer tanta demanda). Ignacio pone un belén en diciembre hecho con figuras de Playmobil que guarda de cuando sus hijos eran pequeños. Tiene juguetes en la consulta, y cuelga muchos dibujos que han coloreado sus pequeños pacientes. Siempre atiende con una sonrisa, bromea con grandes y pequeños, y mi caso no es aislado. Cuando me ha surgido la ocasión de hablar con otros padres en el pasillo de espera, todos coinciden -coincidimos- en que él ha sido el mejor pediatra que nuestros hijos han tenido. En su nueva plaza los niños que a él acudan van a tener mucha suerte. A nosotros solo nos queda decir gracias y hasta siempre.

A vista de pájaro

Se acaba de conocer que los alpinistas Reinhold Messner, italiano, y Krzysztof Wielicki, polaco, son los galardonados este año con el Premio Princesa de Asturias de los Deportes. Messner, entre otras proezas, es la primera persona que ha logrado escalar las catorce cumbres de más de 8.000 metros del planeta sin ayuda de botellas de oxígeno. Algunos lo consideran el más grande alpinista de todos los tiempos, y no es para menos. Entrevista a Reinhold Messner

Wielicki fue el primero en hollar la cima del Everest, el Kangchenjunga y el Lhotse ¡en invierno! Y sí, también ha ascendido los catorce ochomiles, es el quinto hombre que lo ha logrado. Wielicki, el «guerrero del hielo»

Admiro de verdad a quienes encuentran en el alpinismo y la escalada su objetivo vital. Algo realmente inefable e inconmensurable se debe de sentir al practicar estos arriesgados ascensos para que seres humanos corrientes -y no superhéroes- se atrevan a hacerlo. Lo cual me hace extraer la conclusión de que las personas nos sentimos irremediablemente atraídas por las alturas. Quienes no tenemos el arrojo ni el físico (sobre todo el físico) para lanzarnos a tamañas empresas, nos conformamos con ascender monumentos o cuanto lugar de interés turístico que disponga de escaleras, rampas, ascensores o teleféricos y quede unas decenas de metros por encima del suelo.

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Feliz Día de la Madre

Entre el hipotálamo y la hipotenusa

habita una microcélula

que obliga a olvidar.

Olvidar esas piernitas de lorzas a bocados,

olvidar esos faroles llamados ojos.

Ese inexistente parpadeo

y todos sus graciosos gorjeos.

Las noches en modo mecedora,

las vigilias termómetro en mano.

El suave susurro de su respiro acompasado,

los minúsculos dedos aferrando tu meñique.

La exquisita morbidez de unos mofletes

que besaste y apretaste sin calibre.

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La microcélula del olvido trabaja duro

y gana alguna que otra batalla.

Su labor es ingrata pero necesaria

para que tú, madre, les dejes crecer y alejarse

en el tiempo.

Tu tiempo y el suyo, un nudo muy apretado

que lento va aflojándose

hasta liberar dos cuerdas

en donde antes hubo una.

Y al igual que en las cuerdas

que una vez estuvieron atadas

queda la marca del nudo,

así en un hijo y su madre

queda por siempre una huella

i  n  d  e  l  e  b  l  e

No cuesta nada

La sociedad que tenemos alrededor no invita nada a ser optimistas. Pero cada uno de nosotros somos una parte de esta sociedad, y en los pequeños gestos reside la diferencia, ese cambio que puede empezar a brotar tímidamente, que puede y debe transmitirse a las nuevas generaciones y que quizá resulte ser la esperanza de un mundo mejor. Porque hacerlo peor es muy difícil. Por eso, me pongo el disfraz de Dalai Lama y el antifaz de las buenas intenciones y declaro:

No cuesta nada pedir permiso en lugar de empujar. No cuesta nada pedir disculpas por un pisotón no intencionado. No cuesta nada añadir «por favor» a cualquier petición que hagamos.

No cuesta nada dar los buenos días, las buenas tardes, las buenas noches, al entrar en una tienda, un bar, una aseguradora o la consulta del médico. Ni sonreír al mismo tiempo.

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No cuesta nada decir «gracias» si de verdad hemos quedado satisfechos con un servicio, si han sido amables con nosotros, o simplemente nos han dado el cambio y el tique en el supermercado.

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