Me siento orgullosa de mi tierra, Navarra, antiguo Reyno e importante pieza en la historia de España. Lugar de cultura ancestral, aquí se habló y se habla aún una de las lenguas más antiguas que hoy perviven, el euskera o vascuence, y cuyo origen es incierto. Por Navarra discurre el Camino de Santiago, que ofrece contrastes y diversidad en cuestión de paisaje y paisanaje. En Navarra disfrutamos de una exquisita gastronomía, fruto de un campo y una ganadería privilegiados; contamos con tres universidades, una economía aceptable para los tiempos que corren y una amplia oferta cultural y festiva.
He dudado mucho acerca de si escribía o no esta entrada, por lo espinoso del tema, pues es triste que aquí nos miremos de soslayo cuando tocamos determinados asuntos de identidad, nacionalismo y lengua.
Quienes hoy gobiernan en Navarra se están inventando una realidad paralela existente solo en sus cabezas, una fábula; más aún, una desiderata. La lengua oficial de Navarra es el castellano, y el euskera es cooficial únicamente en la zona considerada vascófona. Olvidándonos por un momento de la oficialidad y de «encerrar» las lenguas en compartimentos estancos, lo cierto es que, en la práctica, menos del 7% de la población navarra utiliza de manera habitual el euskera, según un estudio reciente. Un estudio rebaja el uso del euskera en Navarra al 6,7% de la población Dicho estudio señala que en Pamplona, la capital, apenas el 3% emplea en el día a día la lengua vasca. Con esta situación, el ejecutivo foral está librando una batalla por diferentes frentes: