A vista de pájaro

Se acaba de conocer que los alpinistas Reinhold Messner, italiano, y Krzysztof Wielicki, polaco, son los galardonados este año con el Premio Princesa de Asturias de los Deportes. Messner, entre otras proezas, es la primera persona que ha logrado escalar las catorce cumbres de más de 8.000 metros del planeta sin ayuda de botellas de oxígeno. Algunos lo consideran el más grande alpinista de todos los tiempos, y no es para menos. Entrevista a Reinhold Messner

Wielicki fue el primero en hollar la cima del Everest, el Kangchenjunga y el Lhotse ¡en invierno! Y sí, también ha ascendido los catorce ochomiles, es el quinto hombre que lo ha logrado. Wielicki, el «guerrero del hielo»

Admiro de verdad a quienes encuentran en el alpinismo y la escalada su objetivo vital. Algo realmente inefable e inconmensurable se debe de sentir al practicar estos arriesgados ascensos para que seres humanos corrientes -y no superhéroes- se atrevan a hacerlo. Lo cual me hace extraer la conclusión de que las personas nos sentimos irremediablemente atraídas por las alturas. Quienes no tenemos el arrojo ni el físico (sobre todo el físico) para lanzarnos a tamañas empresas, nos conformamos con ascender monumentos o cuanto lugar de interés turístico que disponga de escaleras, rampas, ascensores o teleféricos y quede unas decenas de metros por encima del suelo.

Recuerdo muy bien cuando estuve en París, ya que no he vuelto a ir nunca. Me faltaba un mes para cumplir los catorce, y era la primera vez que mi familia y yo salíamos de España. Mi padre y yo subimos por las escaleras el primer tramo de la torre Eiffel, el emblema de París y seguramente el monumento más visitado del mundo. Ignoro por qué no subimos más arriba o por qué no utilizamos el ascensor. Esta primera planta, aun así, está a nada menos que 57 metros del suelo, y hay que subir 345 escalones para llegar a ese punto. Aunque no subimos más alto, recuerdo lo impresionantes que eran las vistas, y tampoco se me olvida el también impresionante temblor de piernas al descender los mismos escalones, que hizo que al llegar al suelo sintiera una rara flojera como si se me hubiera olvidado caminar. Allí estaban mi madre, mi hermana y mis abuelos, que se habían quedado esperando.

Vayamos ahora a un lugar más cercano, a Salamanca, por ejemplo. Allí estuvimos en 2005 mi marido y yo, siendo aún novios. La altura no es comparable a la torre Eiffel, pero la experiencia es bien distinta, y a nosotros, que nos encanta la arquitectura de antes, la de hace varios siglos, nos resultó inolvidable. El conjunto catedralicio de Salamanca tiene un programa de visitas llamado Ieronimus que permite subir a las torres de la catedral, ver de cerca arbotantes, gárgolas y filigranas varias y de paso ver la ciudad a nuestros pies. Lo recomiendo de verdad para quienes visiten Salamanca, porque no es habitual poder ver una catedral desde esa perspectiva. Dejo aquí el enlace con la información: Ieronimus. Torres de la Catedral de Salamanca

Y años más tarde llegaría la luna de miel, que pasamos recorriendo varios lugares de Italia antes de embarcar en un crucero con diversas paradas. Sigo hablando de catedrales, esta vez de Santa María de la Flor (o Santa Maria dei Fiore, en italiano), el Duomo de Florencia, quizá la ciudad más hermosa de Europa. Al margen de su imponente tamaño y su increíble belleza, destaca en ella la famosa cúpula de Brunelleschi. Cúpula que es visitable, y no lo supimos hasta estar in situ y ver un cartel que lo anunciaba en una fachada lateral de la catedral y que apuntaba a una puertecilla que daba acceso a más de 460 escalones por los cuales se va ascendiendo hasta llegar a un balconcillo en el interior del templo, desde el que se pueden contemplar de cerca las pinturas que adornan la cúpula. Pero no solo eso, además se sale al exterior a otro balcón que nos da unas impresionantes vistas de Florencia. Poder estar tocando un prodigio arquitectónico como esta cúpula es una experiencia única. Mereció la pena subir tantos escalones en pleno julio y tras haber esperado en una numerosa cola hasta entrar.

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Y ahí estábamos, en la cúpula y viendo estas maravillas

Quería terminar este paseo por las alturas mencionando a Xia Boyu. A él no le van a dar el Princesa de Asturias, al menos no este año. Pero es un ejemplo de lucha, perseverancia y entrega a un sueño. Ha ascendido el Everest por la cara nepalí (nadie lo había hecho hasta ahora) con la circunstancia añadida de que Xia Boyu tiene las dos piernas amputadas. Él había intentado el ascenso cuarenta años atrás, y en ese intento sufrió congelaciones que le hicieron perder sus piernas. Ahora, con 70 años, lo ha logrado. Xia Boyu, 70 años, primera cima…

Todos tenemos ochomiles y cumbres difíciles en nuestras vidas: una pérdida, una enfermedad, un desamor, miles de batallas. A cada uno nos parecen cargas livianas o empresas extremadamente difíciles, dependiendo de cómo afrontamos la vida. Ojalá podamos enfrentar todo como Xia Boyu y como tantos otros luchadores. En el camino, que no perdamos nunca una ocasión de ver la vida desde lo alto.

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