El viajar es un placer

Otro año más llega la Semana Santa y con ella las procesiones. Las religiosas y las otras: la procesión A-6, la A-8, la A-1, la A-66, etc. Precaución al volante, por favor, que se trata de llegar bien y en tu propio coche, no en la ambulancia.

No era en estas fechas sino en verano, pero recuerdo la primera vez que fuimos mi familia y yo de Pamplona a Málaga, allá por 1994. Nos pegábamos el madrugón para intentar pasar Madrid antes de la hora punta. Mi hermana y yo nos tumbábamos como podíamos en los asientos traseros de una Renault Express sin cinturones atrás (ahora da escalofríos pensarlo) y sin dirección asistida. Dormíamos un par de horas o lo que nos permitiera el dolor de espalda por la postura. Mi padre era el único que conducía, y parábamos bastantes veces a estirar las piernas para que descansara. Llevábamos el repertorio musical en casetes, desde Mocedades a Roberto Carlos, lo que les gustaba -les gusta- a mis padres. Enseguida se acababa la música, no existía el MP-3 para poder llevar decenas y decenas de canciones diferentes en poco espacio. La radio tampoco era una solución a la falta de variedad, porque cada poco se iba la emisora y tenías que buscar otra entre el ruido blanco de las ondas hertzianas. Tampoco tenía la furgoneta aire acondicionado, y a mediodía, habiendo pasado Madrid y en tierras manchegas, el calor ya había hecho mella en los cuatro. A pesar de las incomodidades, un viaje largo como ese puede llegar a unir muchísimo a una familia, y nunca se olvidan las anécdotas relacionadas con él.

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Hoy queremos llegar rápido a todas partes. No hay más que fijarse un poco si vamos por la autopista, donde el límite es 120 km/hora, y contaremos muchos coches que van a más de 140. Algunos encuentran un entretenimiento magnífico en adelantar a todo quisqui, y hacen suyo el carril izquierdo, se acomodan allí y a veces ven con pasmo cómo alguien les adelanta por el carril derecho: la paradoja hecha conducción.

En ese afán «adelantatorio», muchos echan el intermitente (cuando lo echan, porque algunos ni eso) y creen que eso ya les da derecho a salir del carril y meterse con calzador en el carril izquierdo, por donde estás tú adelantando, y tienes que pisar el freno para que el listillo de turno se te ponga delante. No hay bocinas en el mundo para afear ese comportamiento, descortés pero sobre todo peligroso.

En el sopor y el aburrimiento de un viaje de tantos kilómetros, cualquier nota discordante era bienvenida: cuando veías pasar un tráiler, un camión cisterna, una autocaravana con remolque, un toro de Osborne, una escultura horrenda en la mediana, un conejo aplastado en el asfalto, un grupo de moteros en sus Harley, el Patrol de la Guardia Civil… Recurríamos también a los juegos de carretera, como el de las palabras encadenadas o el veo-veo, o nos fijábamos en la procedencia de los coches por sus matrículas, cuando todos llevaban esa señalización en la placa:

V- Valencia

M- Madrid,

AB- Albacete

VI- Vitoria (Álava)

CC- Cáceres

Hemos avanzado mucho e incluso un viaje largo se hace llevadero si se descansa adecuadamente cada tres horas. No pasamos ya calor ni frío en nuestros coches y los asientos son mucho más cómodos que antes. Muchos vehículos llevan control de velocidad, no hay peligro de que se nos acabe la música o la tengamos que oír repetidas veces. Los peajes se pueden pasar casi sin detener el coche gracias a que una antena detecta el dispositivo de nuestro coche al llegar a la barrera; ya no hay que llevar suelto para pagar en una ventanilla. Las áreas de servicio son más numerosas y modernas, y contamos con otras opciones para viajar, porque los trenes, por ejemplo, hoy muy veloces, ya no son tampoco como los de antes, y hay más kilómetros de vía que antaño.

Por encima de todo, y sea cual sea la opción que elijamos, viajar es en sí toda una experiencia, y si el viaje es por vacaciones y por placer, mucho mejor.

Lo dicho, que todo el mundo esté aquí a la vuelta, y como decía la coplilla: no corras mucho, papá.

Perlita de Huelva: Amigo conductor

«Amabiliza», que no es poco

Anoche tuve un sueño maravilloso. Me encontraba en un comercio muy cuqui, de los que hacen ciudad, de los que cambian muy a menudo los escaparates (preciosos, además), y en los que tratan al cliente con suma amabilidad y una sonrisa permanente porque les gusta ser comerciantes, llevan toda una vida haciéndolo y quieren que vuelvas a su tienda. Bien, pues en el sueño todo era como en la realidad, tal y como he descrito. Lo llamativo era que no había sistema de alarma en la puerta. Las prendas y los objetos no tenían etiquetas ni alarmas, y la dueña del establecimiento miraba todo el rato en dirección opuesta a mí. No había nadie más en el local, solo ella y yo. Por alguna extraña razón, algo me empujó a coger un abrigo preciosísimo que, aunque no llevaba precio, tenía pinta de ser muy, muy caro. Me lo probé, y desdoblé también un par de camisetas de marca que seguramente me iban a quedar divinas. Miré de reojo a la señora y seguía inexplicablemente mirando a la pared. También me fijé en una funda para el móvil y una taza de cerámica de esas con mensaje positivo que tan agradables me haría los desayunos. Con todo esto en las manos, fui reculando hasta la puerta de la tienda. Con estupor pero también con alegría inmensa salí de allí sin que sonara ninguna alarma y sin que la dueña se percatara de nada. Y desperté.

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Los comercios también son «atracados» fuera del mundo onírico. A raíz de lo tristemente sucedido en el barrio de Lavapiés en Madrid, donde murió un hombre que se dedicaba a la venta ambulante ilegal -mantero-, muchas y variadas han sido las reacciones. Aquí, en Pamplona, uno de los partidos que integran el equipo de gobierno ha propuesto unas medidas, cuando menos, curiosas:

Aranzadi propondrá un plan para reordenar el comercio de los manteros en Sanfermines

El descontento del gremio de comerciantes de Pamplona no es nuevo, llevan varios años quejándose por la permisividad de la que disfrutan los vendedores ambulantes en fiestas, que exponen en las aceras peatonales su mercancía y espantan así a su clientela. No pueden competir con un muestrario tan a la vista de los viandantes (que son muchísimos), que tiene un precio más barato por tratarse de falsificaciones de marcas conocidas (marcas que ellos venden en sus negocios) y que no tiene un horario de apertura ni cierre. Estos comerciantes de la ciudad pagan alquileres -nada baratos-, pagan impuestos, declaran a Hacienda, pagan la seguridad social a sus empleados, contribuyen a que la ciudad esté viva, a que haya empleo; sufren desde hace unos meses la «amabilización» de la ciudad, que ha hecho que llevar el coche al centro sea una tarea casi imposible, y que ha hecho descender sus ventas de manera progresiva. Ahora también se propone que los manteros tengan una parcelita exclusiva en la ciudad durante los nueve días de Sanfermines y que la policía no haga nada. Vía libre, pues. Voy a imprimir yo unas camisetas Adadas y las voy a vender delante de la estatua de los Fueros, enfrente de la Policía Foral. Como no he nacido en el África subsahariana, seguramente vendrían a por mí «en cero coma».

Tiremos por tierra el trabajo de los comerciantes, tiremos por tierra la propiedad intelectual. Si de verdad quieren ayudar a esta gente que no tiene otro medio de subsistir que vender de manera ilegal, que promuevan escuelas-taller, cursos básicos de hostelería, de comercio, que hagan convenios con las empresas para que puedan hacer prácticas y alcanzar con suerte un contrato que les permita salir de las calles; que luchen por un cambio en la legalidad para que gente que lleva tantos años en España y no ha dado problemas cambie su situación legal. Son políticos, ¿no? Les pagan para encontrar soluciones con nuestros impuestos. Los mismos impuestos que pagan los comerciantes y en los que parece que se mean encima con medidas como las que intentan aprobar.

Decálogos de 19 puntos

El sindicato CCOO ha publicado en su dosier Conquistando espacios y transformando la educación un artículo llamado Breve decálogo de ideas para una escuela feminista. Las autoras son Yera Moreno (artista, investigadora y educadora) y Melani Penna (profesora de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid). Dejo aquí el enlace, es un archivo PDF y el artículo en cuestión comienza en la página 24. Léanlo primero, y después continúen, si lo desean, leyendo esta entrada.

Dosier Conquistando espacios y transformando la educación

Empezando por el hecho de que no es un decálogo porque contiene diecinueve puntos y no diez (deca-, diez), y aunque alguno de estos puntos puede tener parte de razón (como el de la necesidad de incluir en el currículum educativo a escritoras, artistas, y músicos mujeres), me niego a tolerar tal sarta de sandeces, como la de tener que decir *todes para incluir a todo el mundo, por ejemplo. Soy licenciada en Filología Hispánica, sé de qué hablo cuando hablo de lenguaje. No me parece de recibo que haya que cambiar un sistema (porque la lengua es un sistema), porque algunas tengan un complejo de inferioridad cuando al escuchar o leer la palabra todos (o ciudadanos, alumnos, trabajadores, etc.) no se sienten incluidas. Podría escribir y escribir sobre el tema del lenguaje inclusivo y del masculino plural, pero paso a otros puntos.

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Chanel nº 5

No soy yo muy aficionada a echarme perfume, todo lo contrario que algunas personas a las que se les ha ido la mano con el bote o el flis-flis, que llegan a dejar un rastro tan intenso que confieso que a veces me ha dado hasta la tos. Sin embargo, sí me declaro fan absoluta de ciertos olores que en ocasiones nos rodean. Algunos son caros de oler (por infrecuentes), como por ejemplo el olor a mar para los que no vivimos cerca de él. Por eso mismo, cuando visitamos un lugar con costa, los que somos de interior percibimos rápidamente cómo huele el aire a sal y a mar aun cuando no hemos llegado siquiera a pisar la arena de la playa.

Otros olores nos quedan muy atrás porque ya hace tiempo que dejamos la niñez, pero si alguna vez los volvemos a percibir regresamos al instante a esos momentos: el forro para proteger los libros tiene un olor muy particular, que a mí me recuerda al comienzo del curso; igual de particular es el olor que tienen las aulas en los colegios. Cuando ahora tengo que ir a alguna reunión con la tutora de mi hijo, visitar el aula es como un regreso al pasado, huele exactamente igual que olía mi clase en el cole.

El papel y los libros también provocan un olor reconocible. Es entrar en una librería o en una biblioteca y sentir de inmediato ganas de leer. Y qué sensación única la de abrir un libro, pasar sus páginas aceleradamente con el pulgar de modo que estas te abanican, y de pronto percibir su olor, el papel, la tinta.

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Para mañana, mates

Herrikoa, la Federación de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado de Navarra, ha hecho un llamamiento a los padres de los colegios públicos de Navarra para que secunden la campaña Stop Deberes en defensa de unas vacaciones de Semana Santa sin tareas escolares. Pide que esta campaña se difunda por Twitter con la etiqueta #StopDeberes, y persigue los siguientes objetivos: sensibilizar, alertar y movilizar.

No es la primera vez que los deberes escolares son el foco del debate educacional; incluso se llevó al Congreso a comienzos del curso 2016-2017. Los contrarios a la existencia de los deberes argumentan que estos forman parte del pasado, que demuestran la ineficacia del sistema educativo porque el hecho de que se pongan deberes es señal de que no se realiza un trabajo eficaz en las aulas; que merman la calidad de vida del alumnado, influyen negativamente en su salud y no sé que otras más consecuencias nefastas.

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Catálogo de placeres inefables

Comer la última croqueta del plato, la que nadie se atreve a coger, esa: para mí, ¡ñam!

Estar en la cola del supermercado, ver que en la otra caja se avanza más rápido. Ser fuerte para no cambiar de caja, y descubrir finalmente que sí, que la que tú elegiste ha sido en verdad la más rápida.

Que alguien te deje pasar antes en la cola del supermercado porque ha visto que solo llevas dos cositas.

Encontrar aparcamiento a la primera. Llegar y ya.

Aparcar en dos maniobras de nada cuando te está mirando una cuadrilla de expectantes señores que piensan a ver si la cagas porque eres mujer.

Dejar fundir en la boca una pastilla de chocolate del bueno.

Devorar un huevo frito con la única ayuda de un buen trozo de pan y los dedos.

Encontrar dinero en un bolsillo de un pantalón que no te ponías desde hace tiempo.

Cantar un temazo a grito pelao y bailar como una posesa en compañía de tus amigas en un bar abarrotado con la música atronando, porque te da igual, nadie te oye desafinar, y es como si estuvierais solas en ese bar.

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Fahrenheit 451, de Ray Bradbury

Quemar para leer, así es esta edición…

No acostumbro a leer narrativa de ciencia ficción, pero quería probar con esta famosa novela distópica que no me ha dejado en absoluto indiferente. Empezaré por dejar este apunte: en unos planes de estudios de bachillerato donde se repiten hasta la saciedad Lorca, Unamuno, Valle-Inclán o García Márquez como lecturas obligatorias materia de examen preuniversitario, estaría bien dar una oportunidad a otro tipo de literatura que case más con los gustos de los estudiantes. Si estos acuden en masa al cine a ver Juegos del Hambre o la saga Divergente (ambas basadas en novelas distópicas), no veo por qué no puede entusiasmarles la historia que aquí se nos presenta, escrita (parece mentira) en 1953. O si no encaja como lectura obligatoria, sí al menos como lectura recomendada para trabajar en clase de Filosofía o de Ética.

Bradbury inventa una sociedad alienada y tecnócrata en la que nadie -casi nadie-  piensa ni lee porque hace tiempo que los libros son objetivo de un cuerpo de bomberos que no apaga incendios sino que los provoca. Aquel que guarda libros en su casa puede ser descubierto o denunciado, y los bomberos se ponen en marcha lanzallamas y manguera de petróleo en ristre hasta que no dejan ni una página «viva». No les importa incluso quemar a los dueños de los libros con ellos, hecho que conmoverá al protagonista del libro, Guy Montag, bombero de profesión, cuando se vea obligado a prender fuego a la casa de una mujer con ella dentro porque se niega a abandonar sus libros. Montag está casado con una completa desconocida cuya única motivación es ver una televisión multipantalla que le habla directamente (es un futuro imaginado, recordemos) y de la que ya ni recuerda cómo se enamoró. Sigue leyendo

Lazos negros en el alma

Por nada del mundo hubiese querido escribir sobre el fatal desenlace. El pequeño Gabriel Cruz, al que llevaban buscando desde el 27 de febrero, ha aparecido muerto en el maletero del coche que conducía la pareja de su padre. Todavía se desconocen las circunstancias de su muerte. Solo deseo que quien/quienes sean culpables de tamaña atrocidad lo paguen con creces. No puedo imaginar el dolor que estará sintiendo su familia en estos momentos.  A mí, que no tengo nada que ver con él, se me ha puesto una pelota en el estómago desde que conozco la noticia. Detenida la pareja del padre…

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Las noticias. Constantemente oímos, leemos, nos enteramos de noticias funestas, horribles, que superan la ficción y las mentes más retorcidas. La muerte revolotea alrededor de casi todas ellas. Para siempre van a quedar en nuestras mentes nombres propios que también permanecerán en la historia negra de un país, el nuestro. No me voy a referir hoy a las casi novecientas muertes perpetradas por el terrorismo etarra. Voy a recordar a otros inocentes, todos menores, que también en su día fueron noticia y aún lo siguen siendo. Sigue leyendo

Salud, femenino singular

Salud, dinero y amor. Los Rodríguez

Los Rodríguez cantaban «brindo por las mujeres que derrochan simpatía». Salud, contesto; y añado:

Por las que quieren llegar a todo y, aunque saben que igual no llegan, finalmente llegan.

Por las que lo dejan todo y se van de cooperantes a la otra punta del planeta.

Por las que se desviven cuidando del otro, del dependiente, sorteando dificultades con ayudas estatales irrisorias.

Por quienes emigran portando un expediente impecable y brillante, buscando a ver si en otro lugar son valoradas como corresponde.

Por aquellas a las que el cáncer les arrebató una parte (una, no más) de su feminidad y miran la vida con valentía.

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Por las que no tienen otra opción que comerciar con su cuerpo para poder salir adelante de mala manera. Sigue leyendo

De la maternidad y otros demonios

Me contaba una amiga que pronto será madre lo distorsionado que está el concepto de maternidad. Hemos llegado a un punto en que solo parecen existir los extremos, en este tema y en otros muchos, pero nadie parece querer hablar desde un término medio. Leyendo algunas cosas, fundamentalmente en redes sociales y blogs variopintos, cualquiera se asustaría ante lo que se le puede venir encima si decide tener descendencia. Ejemplo de maternidad terrorífica

El otro extremo estaría en aquellas madres ideales e idealizadas, bellísimas siempre, que parece que no han engordado doce kilos en nueve meses ni han pasado por un paritorio, y cuyos bebés son más parecidos a un reborn (por lo tranquilos y quietecitos) que a la máquina de lloros, cacas y gritos que casi todas hemos padecido. Ejemplo de maternidad idealizada

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Seamos claros: ni ser madre es la gran hecatombe ni tampoco es un reportaje del Hola donde los bebés son perfectos en habitaciones perfectas y ordenadas y con madres perfectas en todo su esplendor. Otra cosa es ver el asunto con humor, y por eso recomiendo el Club de las Malasmadres, una comunidad muy grande de madres que se ríen de sí mismas y desmitifican la maternidad además de luchar por la conciliación con su lema «Yo no renuncio» capitaneadas por Laura Baena, Malamadre jefa. Club de Malasmadres

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