Quemar para leer, así es esta edición…
No acostumbro a leer narrativa de ciencia ficción, pero quería probar con esta famosa novela distópica que no me ha dejado en absoluto indiferente. Empezaré por dejar este apunte: en unos planes de estudios de bachillerato donde se repiten hasta la saciedad Lorca, Unamuno, Valle-Inclán o García Márquez como lecturas obligatorias materia de examen preuniversitario, estaría bien dar una oportunidad a otro tipo de literatura que case más con los gustos de los estudiantes. Si estos acuden en masa al cine a ver Juegos del Hambre o la saga Divergente (ambas basadas en novelas distópicas), no veo por qué no puede entusiasmarles la historia que aquí se nos presenta, escrita (parece mentira) en 1953. O si no encaja como lectura obligatoria, sí al menos como lectura recomendada para trabajar en clase de Filosofía o de Ética.
Bradbury inventa una sociedad alienada y tecnócrata en la que nadie -casi nadie- piensa ni lee porque hace tiempo que los libros son objetivo de un cuerpo de bomberos que no apaga incendios sino que los provoca. Aquel que guarda libros en su casa puede ser descubierto o denunciado, y los bomberos se ponen en marcha lanzallamas y manguera de petróleo en ristre hasta que no dejan ni una página «viva». No les importa incluso quemar a los dueños de los libros con ellos, hecho que conmoverá al protagonista del libro, Guy Montag, bombero de profesión, cuando se vea obligado a prender fuego a la casa de una mujer con ella dentro porque se niega a abandonar sus libros. Montag está casado con una completa desconocida cuya única motivación es ver una televisión multipantalla que le habla directamente (es un futuro imaginado, recordemos) y de la que ya ni recuerda cómo se enamoró.
Antes del episodio de la mujer del incendio, Montag ha conocido a una chica de su vecindario totalmente distinta a todos, que le pregunta en una conversación si es feliz. Esta y otras cuestiones le empujan a hacerse preguntas y a llevarse robado un libro de uno de los incendios que los bomberos como él provocan. Pronto descubrimos que guarda ocultos otros libros en su casa, pero nunca se ha atrevido a leerlos. Se lo cuenta a su mujer, que piensa que se ha vuelto loco, y que finalmente lo acabará denunciando. Montag tendrá que quemar su propia casa por imperativo laboral, pero se acabará rebelando después, y comenzará entonces su huida, primero buscando a Faber, un anciano que conoció en un parque hace tiempo y que es un intelectual. En esta sociedad bradburiana, los profesores, los escritores, los intelectuales en general viven al margen y en la clandestinidad, temerosos de ser descubiertos. Faber es uno de ellos y ayudará a Montag a escapar del Sabueso Mecánico, una megamáquina de matar que rastrea cualquier olor humano con total infalibilidad. El texto se publicó en 1953, con el nazismo muy reciente, así que, distopía o no, el totalitarismo está presente en todo el libro. En un momento dado leemos cómo la maquinaria gubernamental retransmite en directo la persecución de la que es objeto Montag, y engaña finalmente a su millonaria audiencia haciéndola creer que el sospechoso ha sido abatido, cuando solo han abatido a un cabeza de turco.
No voy a desvelar el desenlace, animo a todo el mundo a echarle un vistazo a la novela, pero adelanto que es un final muy poético y esperanzador. Me ha sorprendido muchísimo la actualidad de sus planteamientos. También nosotros vivimos en una sociedad cada vez más digital y mecánica y menos humana. En la novela se habla de que la filosofía, la ética o las humanidades no son permitidas por el gobierno (ejem, ejem). El ritmo de la novela no es pausado ni el autor se pierde en densos párrafos; al contrario, es muy claro a la hora de explicarnos ese mundo inventado. Mantiene el interés como si de una peli de acción se tratara (de hecho, ya se hizo una peli, dirigida por Truffaut) Fahrenheit 451 (1966)
Termino citando algunos pasajes que me han gustado especialmente o que son importantes para la trama:
«Los años de universidad se acortan, la disciplina se relaja, la Filosofía, la Historia y el lenguaje se abandonan, el idioma y su pronunciación son gradualmente descuidados (…) La vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer lo domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones, enchufar conmutadores, encajar tornillos y tuercas?»
«Un libro es un arma cargada en la casa de al lado. Quémalo. Quita el proyectil del arma. Domina la mente del hombre (…) Y así, cuando, por último, las casas fueron totalmente inmunizadas contra el fuego, en el mundo entero (…) ya no hubo necesidad de bomberos para el antiguo trabajo. Se les dio una nueva misión (…) Censores oficiales, jueces y ejecutores. Eso eres tú, Montag.»
«Cuando muere, todo el mundo debe dejar algo detrás, decía mi abuelo. Un hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada o un par de zapatos. O un jardín plantado. Algo que tu mano tocará de un modo especial, de modo que tu alma tenga algún sitio a donde ir cuando tú mueras, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, que tú plantaste, tú estarás allí».