Este no es un blog sobre fútbol, pero me van a permitir que, al igual que hice en una anterior entrada Soy rojilla desde que nací, y rojilla me voy a morir me salga un poco del guion.
El osasunismo se encuentra esta temporada exultante, rebosante de ilusión, orgulloso y, a ratos, incrédulo. No voy a hablar aquí de los puntos que lleva el equipo, de las estadísticas que va rompiendo a machetazos colocando récord tras récord en la historia del club. No voy a hablar de que se acerca el centenario de su creación, de los pocos puntos que necesita ya para certificar el ascenso directo -qué bien suena eso, as-cen-so di-rec-to-, ni del juego eléctrico, certero, técnico y táctico que ejecuta (gracias, Jagoba Arrasate).

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Si han leído hasta aquí es porque algo les interesa Osasuna. Y es que el fútbol, con todo lo que lleva aparejado, está en muchos sectores de la sociedad muy denostado, y no lo discuto. Pero Osasuna es más que fútbol. De hecho reconozco que no suelo ver muchos partidos que no sean los de Osasuna. No significa eso que no me guste ver jugar a otros equipos, pero ver a otros carece de chispa, de sentimiento, de ¡uy!, ¡ay!, ¡casi!, ¡noooo!, ¡eeeh!, y todas las interjecciones que se les ocurran.