Si tocan a una, nos tocan a todas

¿Cómo comprender lo incomprensible? He intentado leer completa la sentencia del juicio contra «La Manada» en busca de explicaciones, de porqués. Quería averiguar dónde reside la diferencia entre abuso y agresión sexual. En el relato de los hechos probados, se habla de la actitud de la denunciante (así se refiere a ella la sentencia; yo voy a utilizar otro término: la víctima) como de una actitud de estupor, sometimiento, pasividad. Aparecen las palabras angustia, ansiedad, intenso agobio y desasosiego. Ella declaró que en ningún momento imaginó que iba a suceder lo que sucedió dentro del portal de la calle Paulino Caballero, al cual entró porque dos de los procesados la hicieron entrar. Ella pensaba que iban a fumar y a pasar allí el rato.

En la sentencia se describe el contenido de los vídeos que estos mamarrachos grabaron de su «hazaña». Si la descripción es desagradable, no quiero pensar cómo será su visionado. Me detengo en la víctima: tiene los ojos cerrados en todo momento. No se aprecia iniciativa alguna en sus movimientos, estos no parten de su voluntad, es como si se dejara hacer. Me viene a la cabeza la imagen de una marioneta. Que no se resistió, arguye la defensa de los sevillanos.

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Señores jueces: la víctima es casi diez años más joven que los procesados. Es una mujer, y ellos unos maromos de tamaño considerable. La víctima había consumido bastante alcohol, detalle importante ya que la fuerza física, la coordinación de movimientos y la claridad mental quedan muy mermadas. Ella declaró estar sorprendida por la deriva de los acontecimientos, y en ningún momento dijo estar al tanto de los planes de los procesados. Que la víctima no chille, no se revuelva, no patalee ni dé puñetazos o mordiscos no significa que esté gozando, disfrutando y jadeando de placer siendo penetrada oral, vaginal y analmente a discreción. ¿Acaso hay un protocolo de comportamiento cuando se está sufriendo una violación? No olviden que somos personas, no robots. Cada persona es diferente, sus reacciones ante el horror, la violencia o los desastres naturales pueden ser bien distintas. Tengo clarísima una cosa: les ha importado más el peso de la palabrería legal que los sentimientos de la víctima. De nada han servido los testimonios de los dos agentes de Policía Municipal que acudieron a la llamada de la pareja que encontró a la víctima «llorando desconsoladamente» en un banco. De nada han servido tampoco los testimonios de esta pareja, las primeras personas que hablaron con la víctima tras lo sucedido. De nada han servido las exploraciones forenses o el estrés postraumático. Pudo ser sexo consentido, incluso. ¡Ja! ¿Pero qué clase de relaciones sexuales tienen ustedes? ¿Sus parejas acaban llorando desconsoladamente?

No he estudiado Derecho ni comprendo la mayoría de los recovecos legales que se esgrimen en un juicio. Admito que no he leído entera la sentencia, las 371 páginas de sentencia. Parece ser que para que esto sea considerado agresión sexual (=violación) es necesario que los hechos se produjeran con violencia o intimidación. Qué curioso que entre los miembros de «La Manada» haya un militar de la UME y un guardia civil. Tiendo a creer que a la víctima no se le infligió violencia, entendida como golpes, patadas, bofetones, tirones de pelo, etc., porque todo ello deja marcas, y ellos -no solo ellos dos, los cinco- lo sabían. La otra violencia, la sexual, parece que no es susceptible de ser probada, a pesar de las lesiones citadas en el informe forense. Pero hay otra violencia: la psicológica. Cuando se habla de la lucha contra la violencia doméstica, esa que va dejando mujeres muertas y niños huérfanos, también se incluye la violencia psicológica. Esta chica sufrió violencia psicológica; el gran problema es que los jueces no pueden meterse en su cerebro o en sus emociones y presentarlos como prueba.

¿Y la intimidación? Es un requisito para que los hechos queden admitidos como agresión sexual, ¿no? La víctima no se sintió intimidada, noooo. Estaba encantada de la vida, pensando que mejor no me resisto, voy a cerrar los ojos, que acaben cuanto antes y me dejen en paz. No quiero intentar zafarme y que me den de hostias, me dejen inconsciente, me hagan más cosas horribles incluso durante el tiempo que quieran, me dejen aquí tirada porque no conozco a nadie en esta ciudad, me queden secuelas como algún traumatismo craneoencefálico. No voy a resistirme. Quizá así siga viva.

Ojalá dejes de sufrir. Deseo que recuperes tu vida, tu normalidad. Deseo que puedas enamorarte y sentir que la vida merece la pena, a pesar de todo. Deseo que tu caso sirva para algo. Ya ha servido para algo, de hecho: para que media España haya salido a la calle, para que las mujeres nos unamos y reclamemos nuestros derechos.

Tenías libertad para venir a Pamplona a San Fermín (desechos malnacidos que han manchado el nombre de mi ciudad y de sus fiestas), tenías libertad para beber unas copas, bailar, divertirte, conocer gente. No tuviste libertad para escapar de ese portal en el que te acorralaron.

Ojalá el recurso a la sentencia cambie las cosas. Mientras, debes saber que no estás sola.

Contradictorios

Todos, en mayor o menor medida, tenemos tendencia a la contradicción.

Presenciamos eventos deportivos con una porción -o varias- de grasas saturadas y extra de queso en la mano.

Endulzamos el café con sacarina después de una generosa ración de pastel de chocolate.

Nos quejamos toda la mañana de tener un sueño espantoso, pero nos fuimos a dormir a las mil ochocientas por estar viendo la tele o mirando el móvil.

Estamos contentos y orgullosos de que haya tiendas de siempre, autónomos y emprendedores, y comercio de proximidad, pero compramos cada vez más por internet.

Ponemos mil y una excusas para quedar con gente y amigos que hace tiempo que no vemos, pero siempre tenemos tiempo para navegar -y no hablo de barcos.

Decimos que vamos a suspender. Y sacamos un diez.

Decimos ser creyentes pero apenas pisamos una iglesia.

Aquellas navidades que tocaron en nuestra puerta para que nos hiciéramos socios de una ONG, dijimos que no nos venía bien. Y al día siguiente nos gastamos los cuartos en la juguetería más cercana. O comprando angulas en la pescadería.

Nos encantan el campo, el mar y la montaña. Pero ponemos excusas para no reciclar.

Estamos deseando que lleguen las vacaciones, ese viaje planificado y ansiado, pero volvemos a la rutina estresados y cansados.

Echamos pestes de nuestro país, pensando siempre que fuera se vivirá mejor. Pero luego salimos al extranjero y al ver a un compatriota cantamos «yo soy español, español, español», y nos abrazamos extasiados.

Nos quejamos de lo pesada que es nuestra madre, pero nos llevamos a casa todos los táperes que nos da.

Aseguramos que no somos racistas, pero agarramos más fuerte el bolso si tenemos cerca a «ese tipo» de personas.

Vamos al gimnasio a hacer spinning, zumba, kickboxing y otras artes deportivas con nombre extraño, pero luego cogemos el ascensor para subir a un primero.

Decimos «la última y me voy». Y llegamos a casa de día.

Algunas personas, incluso, dicen tener la conciencia muy tranquila tras su ¿paso? por la universidad. Pero luego salen a la luz unas imágenes algo turbias y dimiten.

 

Que gane el mejor

Esta noche se disputa la final de la Copa del Rey entre el Fútbol Club Barcelona y el Sevilla Club de Fútbol. Como ninguno de los dos es mi equipo, veré el partido relajada y plácidamente. Los prolegómenos, ni tan relajada ni tan plácidamente.

Tuve la suerte de asistir el 11 de junio de 2005 a la final de la Copa del Rey que disputaron el Real Betis Balompié y el Club Atlético Osasuna en el estadio Vicente Calderón. Esa es la única final que ha jugado el equipo de mis amores, y además la perdió. Para los aficionados de un equipo humilde que nunca ha ganado ningún gran título, aquel día quedó señalado en rojo, como el rojo del escudo y de la camiseta. Fue una jornada de fiesta, para celebrar y disfrutar, y más allá de las diferencias sociales, culturales, ideológicas o de otra índole, aquel día todos los que estuvimos allí y quienes al otro lado de una pantalla vibraron con Osasuna íbamos remando juntos en la misma dirección. Éramos Fuenteovejuna: arquitectos y fontaneros, operarios y amas de casa, estudiantes y jubilados, dependientas e ingenieras, votantes de izquierdas y votantes de derechas. Una sola cosa en común: amor a los colores de nuestro equipo.

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Por haberlo vivido así es por lo que me resulta tan desconcertante la actitud de una gran parte de la afición barcelonista al pitar el himno de España, pero no es la única. En aquella final de Osasuna hubo un sector de la grada rojilla que pitó el himno. También hinchas del Athletic de Bilbao, en la final de 2015, hicieron retumbar el Camp Nou junto con los hinchas culés silbando en contra del himno. Con la de esta noche serán cuarenta las ocasiones en que el conjunto azulgrana ha disputado la final de Copa. El F.C. Barcelona juega en la Liga española, pertenece a la Federación Española de Fútbol; muchos de sus futbolistas juegan también en la selección española; entre sus socios, aficionados y simpatizantes hay gente de muchas nacionalidades y, por supuesto, gente de otras comunidades españolas. Sigue leyendo

Francina en el País de las Incongruencias

Érase una vez una alegre socialista, a la sazón presidenta del Gobierno de Baleares, llamada Francina. Una tarde, después de darse un chapuzón en una calita ibicenca, se sentó en el sofá de un local con música chill-out y sacó el móvil para tuitear un rato y ver qué se cocía en el ciberespacio político. Fuera porque era el atardecer, fuera porque el baño la había dejado muy relajada, se quedó dormida en el sofá y soñó con un lugar llamado el País de las Incongruencias.

En este mágico paraje todos parecían conocer a Francina. Primero, unos astronautas le salieron al encuentro llevando agujas de punto en las manos. Estaban tejiendo unos jerséis porque, según le contaron, eso es lo que hacían los astronautas del País de las Incongruencias.

Poco después se topó con un profesor de inglés que cantaba ópera delante de una pizarra y ante sus embelesados alumnos. Supo que era profesor de inglés porque en la pizarra ponía: All English teachers in this country can sing opera (todos los profesores de inglés de este país saben cantar ópera).

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Francina iba absorbiendo todas estas experiencias, y lo que iba viendo le gustaba y le divertía. Siguió caminando hasta descubrir entre unos árboles un grupo de lo que parecían médicos, a juzgar por su indumentaria. Hablaban un idioma desconocido para Francina, así que se acercó a uno de ellos, a una mujer en concreto, y le preguntó en voz baja qué idioma era aquel y si sabían hablar español. La doctora le contestó en perfecto castellano que estaban hablando en rumano porque se les exigía un nivel B2 de ese idioma para poder ejercer la medicina en el Servicio Público de Salud del País de las Incongruencias (SPSPI). Francina, como estaba soñando, y en el mundo onírico la lógica no existe, asintió, asimiló la idea, la interiorizó como algo completamente normal, y siguió su camino. En un momento dado, se giró porque creyó escuchar a alguien gritando muy enfadado: ¡Que no me tienen que operar de apendicitis, que lo que tengo son piedras en el riñón! Decidió no meterse en asuntos ajenos y continuó caminando.

De pronto, se había levantado un viento fresco que hizo que Francina despertara de tan extraño sueño. Cogió su móvil, abrió el WhatsApp y escribió en el grupo «Equip de Govern»: He tingut un somni. Demà parlem (He tenido un sueño. Mañana hablamos).

Días más tarde, los habitantes del archipiélago balear y el resto de los españoles leían esta bonita y onírica noticia, propia de un país de incongruencias:

Baleares exige el catalán para tocar en la Orquesta Sinfónica

Como se puede comprobar aquí, no es una inocentada: Bolsa de trabajo Fundación Orquesta Sinfónica de las Islas Baleares

Redoble de tambores, trrrrrrrrrrr… ¡tacháááááán! (Aplausos).

Usuaria de Instagram, nivel principiante

Hace escasos dos meses decidí abrirme un perfil en Instagram, porque oía hablar mucho de esta red social y sentía curiosidad. Tengo Facebook desde hace por lo menos diez años, y tiempo después me hice también cuenta en Twitter, aunque esta última la uso poquísimo. No pertenezco a la generación de nativos digitales; en mi infancia viví con solo dos canales de televisión, conocí los teléfonos de ruleta, los casetes, los televisores de tubo, el walk-man, los walkie-talkie. Mi primer ordenador o PC no lo tuve hasta comenzar la universidad (y no tenía internet), y pasaba de los veinte años cuando tuve mi primer teléfono móvil y pude mandar mi primer SMS. Los de mi generación, los que hemos estudiado la EGB, hemos ido aprendiendo y «digitalizándonos» sobre la marcha. Nadie nos ha dado clases, somos autodidactas, y aún así, en mi caso particular al menos, muchas veces nos llegamos a sentir analfabetos digitales si nos comparamos con quienes hoy no han cumplido la mayoría de edad. Diccionario de Instagram

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Por tierras leonesas

Acabo de pasar con mi familia unos días de vacaciones en León, lugar que visitábamos por primera vez. Al ser la semana de Pascua, ya se habían terminado las procesiones y los distintos actos religiosos, así que la ciudad estaba en calma y no había demasiados turistas. Partíamos hacia León con la expectativa de visitar muchos lugares, de la capital y de la provincia. Y aunque hemos hecho bastantes cosas, viajar con niños pequeños imposibilita en muchos momentos ver todo lo que se había planificado al comienzo. No pretendo parecer una guía turística ni este es un blog de viajes, pero me gustaría dar unas pinceladas y recomendaciones por si alguien está pensando en viajar a León alguna vez.

La ciudad nos pareció fácil de recorrer y de orientarse en ella. Nuestro hotel estaba en la zona del campus universitario san Mamés, que queda a unos veinte minutos a pie del centro histórico. Se podía aparcar libremente -así que nos movimos a pie sin necesitar apenas el coche-, y además había comercio de todo tipo en los alrededores, lo cual nos vino muy bien para comprar comida, ya que en la habitación teníamos una pequeña cocina y frigorífico.

El día después de nuestra llegada descubrimos un lugar interesante que acabaría siendo una gran solución para nosotros. Nuestros hijos no son muy andarines y no tienen edad para apreciar el arte gótico, las pinturas al fresco o la orfebrería medieval, y nos quedó muy claro la primera tarde que intentamos pasear por el casco histórico y empezar a visitar algún monumento y ellos iban pidiendo ir al parque, y se peleaban por quién iba sentado en el carrito. Decía que habíamos descubierto un lugar interesante, y es que a dos manzanas del hotel hay una guardería 0-3 años y ludoteca para niños de 4 a 12 años, abierta de 7 a 22 horas y que cobra por horas. Guardería Tataruga

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A nuestros hijos les entusiasmó la idea de estar juntos tres horas jugando y divirtiéndose. A nosotros, pasar tres horas sin niños nos dio la posibilidad de visitar la catedral de León, su museo y el claustro, con todos los sentidos puestos en ello y experimentando la maravillosa visión de las vidrieras más impresionantes.

Otro día cogimos el coche hasta Ponferrada, a hora y media aproximadamente de León. Allí recorrimos durante casi una hora el interior del castillo, cuya parte más antigua data del siglo XII. Los peques disfrutaron algo más que el día anterior, quizá por la atmósfera de cuento de reyes y princesas que parece envolver el castillo. Eso sí, la pequeña tuvo a su padre de porteador toda la visita, pues el carrito no puede acceder al recinto, y los brazos paternos le aliviaron mucho el cansancio. El padre amaneció la mañana siguiente con unas estupendas agujetas.

Después de comer como en casa en la taberna de Toño (un encanto de persona), salimos para Astorga, que queda a medio camino entre León y Ponferrada. Taberna San Andrés, Ponferrada Vimos el palacio episcopal concebido por Gaudí, que hoy es museo y se puede visitar, aunque no nos detuvimos mucho en él. Junto al palacio está la catedral de Astorga, la cual también visitamos rápidamente.

Y sin salir de Astorga, fuimos además al Museo del Chocolate. Astorga, ciudad del chocolate Esta localidad fue en su momento una gran productora de chocolate artesanal, llegando a tener en los años veinte del pasado siglo más de cincuenta empresas distintas dedicadas al chocolate. El museo está pensado también para el público menudo, es bastante interactivo y las explicaciones claras. Al salir se puede degustar chocolate, y comprarlo en la propia tienda del museo.

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Al día siguiente no pudimos hacer gran cosa porque nuestro hijo mayor estaba indispuesto, así que la pequeña disfrutó de la ludoteca mientras yo me escapaba sola a visitar la basílica de san Isidoro, su museo y el panteón de los reyes. Es este un monumento no tan conocido como la catedral, pero que merece mucho la pena visitar. La iglesia no cuenta con visita guiada, se puede entrar gratis respetando, eso sí, las horas de culto. Pero el museo y el panteón se visitan con guía, y son muy interesantes. Las pinturas al fresco del panteón fueron lo que más me gustó. La foto no es mía, puesto que no se permitían fotos:

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Sí es mía esta foto del exterior de la basílica y esta otra del interior de la iglesia:

Lo último que vimos en familia no está en la capital, sino al norte de la provincia: las hoces de Vegacervera y la cueva de Valporquero. Siguiendo el río Torío pasamos diversos pueblos como Matallana de Torío o Garrafe de Torío, hasta llegar a Vegacervera. Según se asciende, el paisaje se vuelve más impresionante. Había mucha nieve aún en las montañas, y el río bajaba atronador.

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La cueva de Valporquero es bien conocida por los vecinos del lugar, aunque sólo hace unos cincuenta años que está acondicionada para el turismo. Se puede recorrer con guía durante una hora o durante hora y media, según nuestra capacidad y espíritu aventurero. Con niños es recomendable la visita de una hora. La fuerza del agua es la responsable de su profundidad y de las formaciones de estalactitas y estalagmitas, columnas y demás fantasías pétreas. El ruido del agua en el interior era sobrecogedor, y toda la cueva era un festival para la vista. Las fotos no hacen justicia,  pero aquí van.

Animo a todos a visitar León, una tierra con mucha historia, con unas gentes muy hospitalarias. Nos queda la pena de no haber tapeado por el barrio Húmedo, pero en otra ocasión será.

Semblanza

Nació a comienzos de 1931, en una familia trabajadora de seis miembros: los padres, dos hijos varones y dos hijas; ella la pequeña. Su padre pronto faltó, siendo ella muy jovencita; creció con sus hermanos y su madre en una casa-cueva, fría en verano, cálida en invierno, y sin lujos. En el pueblo y en casa siempre había quehacer: dar de comer a los animales, limpiar el corral, remendar, salir a comprar -casi nunca mucho; casi siempre les fiaban-, bajar al río a lavar la ropa, rezar el rosario, hacer la comida, atender a los hombres de la casa cuando venían de las labores. Entre rato y rato, a la escuela a aprender cuatro letras y números.

Trabajó mucho dentro de casa pero también en casa ajena, limpiando y cuidando niños. Cuando se daba la ocasión, se llevaba un poco de embutido de los señores para echarlo al guiso propio, pues la carne era un bien de ricos. Alguna vez también ellos comían de la matanza, por noviembre en san Martín, pero no de las partes reservadas para los pudientes, sino del hígado o la morcilla que ella aprendió a elaborar removiendo la sangre del cerdo para que no cuajara. Los huevos los reservaban para sus hermanos, que tenían que reponer fuerzas tras la faena en el campo. Las mujeres compartían un huevo para cada dos, si acaso.

Bien joven conoció al que sería su marido, un mozo del pueblo, hijo único. Años después se casarían, en 1955, y poco después se mudarían a la capital con todos los ahorros. Vivieron en la zona vieja, hoy la más turística; también en la periferia y finalmente en un barrio obrero. Tuvieron dos hijos. Ella conseguiría un trabajo de limpiadora en unas oficinas de una suministradora eléctrica; él de barrendero municipal y más tarde de empleado de mantenimiento en las piscinas. Tuvieron mucha suerte, pero no la hay sin trabajo, sin sacrificio y sin capacidad de ahorro. De las tres cosas iban sobrados.

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El hijo pequeño se les fue para siempre con veintiocho años. Nunca lo superaría, en el fondo, ni con la alegría por la primera nieta (tuvieron dos), que contaba seis años cuando una enfermedad se llevó a su hijo al cementerio. Con 55 años le arrancaron parte del alma, que afloró en luto unos cuantos años y se quedó negra por dentro para los restos.

Pero intentó remontar, como todo el mundo, y no dejó de ser la mujer jovial que siempre fue. Disfrutó con las nietas, a las que cuidó y malcrió como solo saben hacer las abuelas, y se desvivió por que no le faltase de nada a su familia: marido, hija, nietas y yerno. Cuidó además de su suegra y de su madre cuando ambas estaban ya mayores.

Disfrutaba siendo el alma de la fiesta, teniendo todo a punto como perfecta anfitriona. Siempre debía abundar la comida: «mejor que sobre que no que falte». Cuando se jubilaron, su marido y ella viajaron por la costa como hacen muchos jubilados; les encantaba la playa, y bailar el pasodoble, jugar a las cartas y al bingo. Pasaron muchos veranos en la casa del pueblo, y en ella disfrutaron con la familia de comidas al aire libre y juegos en la sobremesa, y de paso visitaban a los hermanos y los cuñados, los primos, los sobrinos.

Celebró rodeada de seres queridos las bodas de oro con su marido. Cincuenta años casados, que finalmente serían algo más de sesenta (¡sesenta!). Vivió la alegría de ser bisabuela por dos veces, el gozo de tener de nuevo en brazos un bebé y verlos crecer, aunque sea un poquito.

Vela por sus bisnietos y por toda su familia desde un lugar privilegiado, allí en las alturas.

Ella es Juana, mi abuela, y hoy, 4 de abril, hace dos años que nos dejó.