Algunas personas estaban mejor confinadas y no esparciendo su mala educación en las horas establecidas, las no establecidas y las inventadas. Para lo poco que salgo, cuántas maldades veo.
Todo empezó el 26 de abril, primer día en que los niños podían salir a pasear con un progenitor, una hora al día, no más de un kilómetro desde su domicilio, y entre las 12 y las 19 horas. Abro la ventana y veo la plaza de abajo llena de gente, con padres haciendo corrillos, sin guardar distancia, mientras sus niños juegan con los del vecino compartiendo balón y quizá algo más. Paseando, no muchos. Los días sucesivos la historia se repite, aunque poco a poco va tomándose conciencia del uso de la mascarilla y la distancia preceptiva. En este tiempo me he encontrado casualmente en la calle y en dos días diferentes con dos conocidas, sin mascarilla ambas, y les hablé de lejos, no las besé ni toqué. Noté extrañeza en su mirada pero, qué quieren que les diga, me da igual.
Continuamente veo guantes y mascarillas tirados por la calle, amén de bolsas de basura apiladas junto a contenedores que deben de estar ahí de adorno, porque parece que cuesta mucho trabajo introducir los propios desechos por la abertura.

Hay personas a las que, de repente, les da apurillo apartarse como si el prójimo fuese un apestado. ¡Y es que a lo mejor el otro sí es un «apestado»!Que vaya alguien por la acera y le rebasen viandantes sin mascarilla, ciclistas o corredores que no se apartan lo más mínimo para evitar riesgos de contagio, sin inmutarse ni pedir disculpas, me hace pensar que, una de dos, o son unos desconsiderados, o son considerados de más porque no quieren que los tachen de misántropos. En cualquier caso, mal.
Mal no, peor, es manifestarse por el motivo que sea abarrotando calles y favoreciendo que los hospitales vuelvan a desbordarse. Si el motivo es ensalzar a un asesino, entonces la temeridad, además de sanitaria, es de índole moral. Pero ahí ya no entro.
O la gente tiene una grave falta de comprensión lectora, o reinterpreta las normas según su conveniencia. Sabemos que leer el BOE es mortalmente aburrido, pero es que ni siquiera hay que pasar ese trance: cualquier noticiero, periódico, página web o incluso influencer nos puede poner al día de manera más concisa y clara. Si luego ya «adaptamos» la norma, así nos va. Niños a las 9 de la noche por la calle, octogenarios a las ocho, adolescentes en grupo sin distancia ni mascarilla, terrazas atestadas que no cumplen la normativa.
A nadie le gusta estar privado de tantas libertades como teníamos antes de esta pandemia. Pero no hay que olvidar que mi libertad acaba donde coarto la del otro. Listillos podemos ser todos, pero es mejor ser listos, no listillos, para que toda esta pesadilla acabe, para que no haya más contagios, para dejar que el personal sanitario se recupere física y mentalmente, para que puedan seguir abiertos los comercios y no nos vuelvan a confinar. Nunca antes la solidaridad, el buen comportamiento y la empatía habían sido tan importantes. Y de todo eso, algunos están muy faltos.