De recuerdos que olvidamos recordar

Organizar las fotos familiares desde que nadie usa cámaras analógicas y acumulamos miles de instantáneas en el móvil es, para mi gusto, una tarea titánica a la par que aburrida. Mi padre hizo hace un par de meses limpieza de la galería de su teléfono, y se fue a una tienda a imprimir un buen montón de fotos. Unas cuantas eran para mí, y me las tendió dentro de un sobre de gran tamaño. Aquí ando desde entonces reorganizando los álbumes de fotos que ya se me antojaban objetos de un siglo pasado.

En casa de mis padres siguen estando los álbumes con las fotos de mi infancia; siempre me pareció que estaban muy desordenados, pues en la misma hoja (de esas con adhesivo y una lámina de plástico) podían convivir fotos mías en pañales con otras de preadolescente. Una vez que me mudé empecé a rellenar mis propios álbumes, con fotos del noviazgo, de vacaciones en pareja, con amigos, en salidas y excursiones, y años después con las fotos de la boda, los primeros años de casados, nuestros hijos… Eran años en que llevábamos una cámara Canon sencillita a todos los viajes y eventos diversos, y aunque el carrete de fotos estaba en desuso, aún había que ir a revelar esas fotos que entonces contenía la tarjeta de memoria que se insertaba en la cámara. Confieso que aún guardo de esas tarjetas en casa y no tengo ni idea de qué contienen, seguro que fotos ya impresas en su momento. A veces se traspasaban las imágenes de la tarjeta de memoria a un CD, y eso nos parecía la repanocha.

He detectado una laguna de tiempo sin fotos en papel: de mi hijo mayor hay imágenes impresas dentro de su correspondiente álbum, y luego se produce un salto temporal tras el que ya aparecen fotos impresas de mi hija pequeña con cuatro o seis años, supongo que de alguna otra vez que hicimos limpieza de móvil. Pero de ella bebé no tengo, así que deduzco que la llegada de los teléfonos inteligentes influyó para que le hiciéramos muchísimas fotos y no imprimiéramos casi ninguna. A mí este desbarajuste me produce cierta desazón. Me he puesto manos a la obra y quiero rescatar de esos pozos inmensos de olvido y recuerdo (Google Fotos, Amazon Photos y otras nubes) algunas fotos que me faltan para completar la sucesión cronológica, aunque ya sepa de antemano que no las voy a colocar en su sitio ni en el orden correcto, porque eso implicaría quitar y poner, volver a quitar y volver a poner. Mi paciencia es abundante pero tiene límite.

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He mencionado antes esos pozos de olvido y recuerdo; evidentemente las fotos son recuerdos de nuestro pasado y del pasado de otras personas que han transitado por nuestra vida. Y evidentemente de muchas de estas personas no nos harían falta fotos para recordarlas para siempre. Digo que son pozos de recuerdo, pero también de olvido. Porque una vez hecha la foto con el móvil y archivada en algún lugar (el propio móvil, un disco duro, un pendrive o la nube), está abocada al olvido si no tenemos un álbum de papel, con sus tapas y sus hojas con fundas. Qué pocas veces nos da por abrir un archivo informático del tipo que sea para ver fotos, y qué placentero y fácil es, en cambio, hojear un álbum repleto de fotos, aunque estén desordenadas.

Me hace gracia que se llame nube a ese espacio virtual ilimitado e incorpóreo donde dejamos nuestras fotos y hasta nuestros documentos y archivos. Así define nube el DLE en su octava acepción:

8. f. Inform. Espacio de almacenamiento y procesamiento de datos y archivos ubicado en internet, al que puede acceder el usuario desde cualquier dispositivo.

Me hace gracia, decía, porque uno suele andar por las nubes cuando es despistado o soñador y no se apercibe de la realidad (y hay que ver sin embargo, caray, cómo nos damos cuenta de la realidad al ver una foto nuestra y comprobar cómo nos han tratado los años). Una nube es efímera y va a merced del viento, y se deshace o se destruye o se hace más grande según cambia el tiempo. Una nube digital es todo lo contrario, porque tiene intención de durabilidad y fiabilidad, contiene muchísima información y es todo lo tangible y estable que se puede ser mientras no se hunda el internet global y se colapse el mundo, el universo y el metaverso y todo eso. Nube es muy poético, pero no parece un término muy acorde.

Qué tiempos, en fin, en los que todas nuestras fotos cabían en un librito. Si nos propusiéramos imprimir todas y cada una de las que almacenan nuestros teléfonos y cachivaches tecnológicos, no habría sitio suficiente en casa para guardar tanto álbum. Es bonito ver recuerdos, y más bonito aún que una simple instantánea toque nuestro cerebro y descargue de la memoria momentos, personas, sonidos, voces, olores, risas. No hay mayor nube que el corazón.