Con todas las sillas ocupadas

Algún que otro alcalde ya está peleando con sus colegas sobre quién lo tiene más grande. El árbol, se entiende: el de Navidad. Más alto, más frondoso, con más luces. En Vigo saben de eso. Melania ha recibido ya el que va a decorar la Casa Blanca, y se ha ido luego al vestidor a elegir modelo para la foto navideña oficial.

Ya estamos todos empezando a comprar cosas que no necesitamos. A llenar el congelador de comida que engulliremos para, inmediatamente después, arrepentirnos de haber ingerido porque nos echará al cuerpo unos kilos de más. Ya hemos empezado a adquirir décimos de lotería a la que no jugamos jamás el resto de los días del año. En nada mantendremos conversaciones de cortesía en persona, por teléfono, por correo, WhatsApp o Facebook con gente a la que el resto de los días del año no hacemos casi ni recordar.

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Los pasillos de los supermercados ya se encuentran atiborrados de cajas de turrón y mazapanes. Luces de mil colores pueblan escaparates, calles y tiendas. Y falta un mes aún, pero nunca es demasiado pronto para que nos recuerden con un sinfín de señales que debemos empezar ya a gastar indiscriminadamente, a tirar de tarjeta de crédito, a poner el árbol, a asaltar jugueterías, perfumerías o, en el mejor de los casos, librerías.

Los restaurantes ya se están frotando las manos con las comidas de empresa y las cenas de cuadrillas. Las salas de fiestas publicitan sus packs de cena y cotillón, y en Pamplona alguno está ya confeccionando su disfraz para fin de año, o al menos pensando de qué personaje u objeto va a disfrazarse.

En las casas en las que somos afortunados de tener niños pequeños, nos quedan ellos. Son la alegría de estas fechas, porque las viven con ilusión, con mirada inocente y el relajo de saberse de vacaciones. Los mayores que estamos a su alrededor deberíamos desprendernos de todo lo demás, y dar gracias porque, de la pasada Navidad a esta, ninguna silla se va a quedar vacía. Ese es el mejor de los regalos: sentarnos con quienes todos los días del año nos demuestran su amor, mirarles a los ojos y decirles «gracias por estar siempre a mi lado, por regalarme tu amistad. Perdona si en algo te ofendí, y aquí me tienes para cualquier cosa».

Felices 28 días previos a Navidad. Y feliz Navidad.

Y media hora para comer (10N)

La vida es acumular experiencias, y el domingo sumé una a mi mochila particular: ser vocal en una mesa electoral. Qué ilusión hace, madre mía, levantarse un domingo a las siete y cuarto, mirar por la ventana cómo diluvia (aguanieve llegó a caer incluso) y ver en la predicción que va a estar así todo el día y no va a pasar de 8 grados la temperatura máxima. La frase más escuchada este domingo electoral por los que estábamos de vocales o presidentes fue: ¡Y lo bien que estáis aquí, calenticos! Total, con el día que está…

Pues allí que me fui, con mi cojín, mi termo de leche caliente, mi botella de agua, unos caramelos para la garganta, mucho sueño y una buena dosis de paciencia ante las, como mínimo, catorce o quince horas que me iba a pegar detrás de dos urnas. Tuve la suerte de que me tocaran de compañeros de mesa dos chicos muy simpáticos y habladores. Así acabó mi garganta, tocada y hundida. No se me hizo excesivamente largo el día gracias, en parte, a las conversaciones y a que el goteo de electores fue constante sin llegar a aglomeraciones en ningún momento. Que estuvimos entretenidos, vamos.

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Game over

     Mi hijo mayor acaba de cumplir ocho años, y hemos ido esta tarde a cambiar uno de los regalos que le hicieron sus amigos porque ya lo tenía. En uno de los pasillos de la juguetería no he podido evitar fijarme en el despliegue de muñecos y juguetes basados en el videojuego Fortnite. No hace demasiado que escuché por primera vez este nombre, en boca de una de las madres del colegio al referirse a que hijos de amigas suyas juegan con siete u ocho años a este juego en línea. Ya en aquel momento escuché por ahí que contiene violencia no demasiado extrema, pero violencia al fin y al cabo, y que se puede jugar en línea con desconocidos o chatear con ellos. Investigando un poco más, leo que es muy adictivo porque las partidas son muy cortas -como máximo de veinte minutos si consigues que no te maten-, que promueve la competitividad y genera frustración en el niño que no consigue durar los veinte minutos de la partida. Además incita a consumir porque, aunque es gratuito y tiene su app para móviles, los personajes mejoran en habilidades y aspecto comprándoles todo tipo de armas y vestimenta, tirando, claro está, de la tarjeta de papi y mami. La edad recomendada en Europa para iniciarse en él es 13 años. Guía para padres sobre el videojuego Fortnite: Battle Royale

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