La vida es acumular experiencias, y el domingo sumé una a mi mochila particular: ser vocal en una mesa electoral. Qué ilusión hace, madre mía, levantarse un domingo a las siete y cuarto, mirar por la ventana cómo diluvia (aguanieve llegó a caer incluso) y ver en la predicción que va a estar así todo el día y no va a pasar de 8 grados la temperatura máxima. La frase más escuchada este domingo electoral por los que estábamos de vocales o presidentes fue: ¡Y lo bien que estáis aquí, calenticos! Total, con el día que está…
Pues allí que me fui, con mi cojín, mi termo de leche caliente, mi botella de agua, unos caramelos para la garganta, mucho sueño y una buena dosis de paciencia ante las, como mínimo, catorce o quince horas que me iba a pegar detrás de dos urnas. Tuve la suerte de que me tocaran de compañeros de mesa dos chicos muy simpáticos y habladores. Así acabó mi garganta, tocada y hundida. No se me hizo excesivamente largo el día gracias, en parte, a las conversaciones y a que el goteo de electores fue constante sin llegar a aglomeraciones en ningún momento. Que estuvimos entretenidos, vamos.
¿Anécdotas? A falta de diez minutos para las nueve, hora de apertura de las votaciones, una señora protestaba en la puerta instando a que abrieran ya porque era médico de guardia y no tenía todo el día. Por supuesto, nadie le abrió: las normas son las mismas para todos, me temo.
Una chica se dejó olvidado el carné de identidad, y al presidente de mi mesa se le ocurrió lo divertido que sería dar el cambiazo y devolverle al siguiente votante el carné de la chica en lugar del suyo, y al siguiente este último carné en lugar del correcto, y provocar así un bucle constante para acabar con cuatrocientas personas con el carné cambiado. Risas y desvaríos fruto de las horas acumuladas y el cansancio.

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A falta de dos minutos para el cierre de las votaciones, un caballero se acercó a mi mesa a votar. Bromeando le apremiamos y le dijimos que qué horas eran esas, que ya era casi hora de cerrar. «Aún quedan dos minutos», dijo impertérrito. Votó y, cuando ya le estábamos diciendo adiós, añadió: «Aún no he terminado. ¿Verdad que cualquiera tiene derecho a presenciar el escrutinio?»
Ay, mamá. El notas de turno. Pues ahí que se quedó el señor con todos los que estábamos (tres mesas: nueve personas, más los representantes de varios partidos políticos y algunos empleados municipales), viendo cómo abríamos y contabilizábamos el voto por correo, cómo votábamos en última instancia los miembros de la mesa, cómo pasábamos a contar los votos del Congreso… Entretanto, observaciones del caballero tales como: «y así se hace aún, como hace veinte años»; «qué atraso, ni en los países tercermundistas»; «¿y con los sobres vacíos qué se hace, los reciclan?»; «¿y todas las papeletas que han sobrado, se destruyen?»
Qué vidas más poco interesantes tienen algunos, la verdad. Aquello era un engorro, en resumen. Acta de constitución de la mesa: rellenada y firmada por presidente y vocales; acta de escrutinio del Congreso, acta de escrutinio del Senado; sobre 1, sobre 2 y sobre 3 firmados y requetefirmados por ambas caras, otra hoja firmada para la funcionaria de Correos. La del PSOE que te pide una copia de las actas, la otra que le saca una foto al escrutinio. Sobres y sobres por el suelo, ahora a contabilizar las cruces que cada cual marca o no marca en la papeleta del Senado. Que todo cuadre, que todo cuadre, por favor, que me quiero ir a mi casa.
Las once menos veinte de la noche. Me voy en el coche de mi padre del alma, que me ha venido a buscar y me va a llevar a casa con mi marido y mis hijos, angelicos. Los presidentes de mesa aún tienen que irse al ayuntamiento a llevar todo al juez de paz. Y, entretanto, millones de españoles se piden la cena con un clic.
Todo es inmediato, telemático e instantáneo, menos las elecciones. A ver cuándo nos modernizamos, que ya tenía razón el notas de turno.
PD. A estas horas parece que ya se han puesto de acuerdo el coletas y el del Falcon. Menos mal, porque el presidente de mi mesa ya iba por su segundo nombramiento consecutivo y ya me veía yo con la misma suerte dentro de unos meses por nueva repetición de elecciones.