La vida es acumular experiencias, y el domingo sumé una a mi mochila particular: ser vocal en una mesa electoral. Qué ilusión hace, madre mía, levantarse un domingo a las siete y cuarto, mirar por la ventana cómo diluvia (aguanieve llegó a caer incluso) y ver en la predicción que va a estar así todo el día y no va a pasar de 8 grados la temperatura máxima. La frase más escuchada este domingo electoral por los que estábamos de vocales o presidentes fue: ¡Y lo bien que estáis aquí, calenticos! Total, con el día que está…
Pues allí que me fui, con mi cojín, mi termo de leche caliente, mi botella de agua, unos caramelos para la garganta, mucho sueño y una buena dosis de paciencia ante las, como mínimo, catorce o quince horas que me iba a pegar detrás de dos urnas. Tuve la suerte de que me tocaran de compañeros de mesa dos chicos muy simpáticos y habladores. Así acabó mi garganta, tocada y hundida. No se me hizo excesivamente largo el día gracias, en parte, a las conversaciones y a que el goteo de electores fue constante sin llegar a aglomeraciones en ningún momento. Que estuvimos entretenidos, vamos.