Qué en paz está una sin tener TikTok, madremíadelamorhermoso.
Lo malo es que hay vídeos que acaban viéndose y compartiéndose por doquier, y una servidora, que es muy de entrar al trapo, pues entra. Veganaynormal -la cuenta de TikTok de una madre sufridora y «devastada»- ha publicado un vídeo-queja hacia la tutora de su hija de 8 años, Navia, porque en su familia practican el veganismo y a la niña la obligan a ir disfrazada en carnavales de ¡pescadora! Pecadora no, ¿eh? Con ese: ¡pescadora! ¡Habrase visto tamaña desvergüenza!
Vivan los objetores de conciencia de la piscivoracidad. Pobre Navia, le están enseñando en el colegio que existe en el mundo (y desde tiempos de Jesucristo ¡o antes incluso!) una profesión (durísima, por cierto) consistente nada menos que en echar redes al océano para capturar seres vivos con escamas y branquias, que sienten y lloran como tú y yo escuchando el Nessun dorma de Puccini. Inocentes cuerpos con espinas que son arponeados para que nosotros, los humanos, nos alimentemos con sus proteínas, sus omegas-3 y su fósforo. Habiendo como hay tofu, quinoa y semillas de chía, ¿quién quiere comer besugo o rodaballo? Qué insensibles, de verdad.
Pobre madre, y encima llama a su hija Navia. ¡Si tiene nombre de ferry! Mamá, ya estoy en Barcelona, dentro de dos horas cogeré el Navia para Menorca. Irónico, ¿no? Eso sí, le veo a esta señora muchos recursos: dice que irá a pelearse con la dirección del centro y a enseñarles el BOE, donde se dice, según cuenta ella, que nadie puede ser discriminado por sus creencias religiosas, morales o éticas.
El BOE es muy amplio, Maricarmen, y no sé en qué número sale eso que comentas. Pero la Constitución Española, en su artículo 27.3, dice: Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones. Mucha carta magna y yo, que también soy madre, me tengo que aguantar con que a mis hijos les digan que existen 54 géneros o que los niños pueden tener vulva. Menos mal que en casa luego les quito las tonterías.
Tú deja a la chiquilla que se disfrace, no sea que la llamen bicho raro porque no come sardinillas en aceite. Luego tú ya si eso le preparas unas zanahorias ecológicas hervidas con salteado de brócoli y la llevas a la pescadería del barrio para que sienta el asco por ese olor a vísceras húmedas y viscosas. Mano de santo. Ah, no vayáis a Málaga de vacaciones, que igual el olor a espeto y a pescaíto frito le nubla la razón. Pero déjala que se divierta en el carnaval, mujer. En el fondo estamos en el mismo barco (perdón, no quería ofenderte): mis hijos hacen oídos sordos cuando les sueltan a todas horas el todas y todos o el chicas y chicos (lo de chiques no lo han llegado a oír en las aulas, a Dios gracias), asienten como borreguicos y después en casa me lo cuentan y nos echamos unas risas despotricando un buen rato del progrerío, la incultura y la insensatez.
Un profesor que impartía lingüística general en la universidad nos decía a los aprendices de filólogos que todo el mundo tiende a opinar sobre el lenguaje porque todos somos hablantes y nuestro idioma materno lo sentimos tan propio como nuestros lunares o el color de nuestros ojos (esto último no lo decía él, pero bueno). Sí que nombraba a menudo a los hablantes diletantes; en su segunda acepción, diletante es la persona que cultiva un arte o una disciplina como aficionado, no como profesional, generalmente por no tener capacidad para ello.
En su cuenta de Twitter, Morgade expresa que se le hizo raro que la RAE no añada «PAPITIS también al diccionario. Pero claro, el afecto y el apego solo es excesivo si se tiene hacia una madre, eso está documentadísimo por la universidad de los c0j0nes cuadrados. Circulen, que aquí no pasa nadEN FIN». Lo he copiado textualmente y con la tipografía original de su cuenta @ana_morgade, aquí dejo por si acaso el enlace: https://twitter.com/ana_morgade/status/1606393714913558534?s=20&t=oSzYz9ea-88zvzfT59aXGQ
Imaginemos que es al revés: que papitis está en el diccionario y mamitis no. Las voces exaltadas como la de Ana habrían dicho entonces que no es justo que los bebés y niños pequeños tengan excesivo apego al padre y no a la madre, qué desfachatez no reflejar el amor materno en el diccionario. A ver, Ana: los lexicógrafos introducen nuevas palabras, añaden nuevas acepciones a palabras ya existentes o retiran voces en desuso con arreglo a lo que palpan en el uso de los hablantes, con arreglo a cuánto de documentada está tal o cual palabra en publicaciones coetáneas tales como literatura, prensa, radio, publicaciones científicas y técnicas, etc. Tú puedes utilizar papitis si te place, y cuando esté tan extendida y documentada como mamitis también aparecerá en el diccionario. La buena noticia es que si dices papitis la gente te entenderá porque existe mamitis, simplemente por conciencia metalingüística (por hablar tu mismo idioma, vamos). Como hablantes tenemos un superpoder que es el de crear palabras utilizando los recursos conocidos de nuestro idioma. Te pongo un ejemplo, Ana. ¿Has leído a Julio Cortázar? Pues el adjetivo cortazariano es otra de las novedades del DLE, y está formada por el apellido del escritor y el sufijo -iano, igual que en bolivariano o kantiano. Aunque no sepamos el significado de cortazariano, si sabemos quién es Cortázar deduciremos que hace referencia a ese escritor, porque el sufijo nos informa de ello. Así que, en resumen, tú puedes crear palabras con los recursos del español y te entenderán, es algo que escritores, periodistas, hablantes en general e incluso humoristas ¿como tú? llevan haciendo toda la vida.
Pero, querida, para estar en el diccionario una palabra necesita mucho más. Necesita presencia textual, uso extendido y estar acorde con las normas gramaticales y léxicas del español. Y ser necesaria, además, porque nombra una realidad nueva. Conspiranoico no estaba en el DLE hasta ahora, pero se ha usado tanto en los últimos tiempos que había que incluirla, porque designa un rasgo muy específico de una realidad muy concreta. Las palabras tienen ese nosequé (mira, otra palabra que no está en el diccionario pero podría estarlo): las leemos o escuchamos y sabemos exactamente adónde apuntan, son como una flecha o un letrero luminoso; y sin embargo no siempre son clarividentes, también son equívocas y confunden, son polisémicas, sarcásticas, irónicas, hiperbólicas. Pero son piezas del idioma, un idioma que tú y yo y todos construimos.
El castellano, el español, no es machista ni racista ni clasista, en todo caso lo serían sus hablantes. Y alguien que escribe un diccionario debe reflejar en él los usos de las palabras, nos guste o no lo que designan esas palabras. Ojalá no existieran palabras como subnormal: 1. adj. Dicho de una persona: Que tiene una capacidad intelectual notablemente inferior a la considerada normal. U. t. c. s. U. frec. c. insulto o en sent. despect.
A todos nos horroriza (o debería horrorizarnos) que alguien llame subnormal a una persona con discapacidad intelectual. Pero debe estar en el diccionario (y bien señalado su sentido despectivo) porque alguien que está aprendiendo español y desconoce esta palabra debe poder encontrarla en el diccionario, por ejemplo. Si miras en la entrada brazo aparece brazo de gitano como 1. m. Pastel formado por una capa delgada de bizcocho, con crema o algún dulce por encima, y enrollada en forma de cilindro.
Mientras ese pastel en concreto con esa descripción concreta siga llamándose brazo de gitano, deberá seguir apareciendo en el diccionario. Ese es el quid de la cuestión, querida Ana, no sé si me sigues.
Termino despidiéndome de ti como cuarentañera (nueva incorporación, mucho mejor que cuarentona o cuadragenaria, que ya estaban en el DLE): de cuarentañera a cuarentañera (nos llevamos solamente un año, querida), déjame decirte que ya me tocaste los ovarios bastante cuando hace no mucho en Pasapalabra pusiste verde la canción de Hombres G «Sufre, mamón» por su letra machirula y patriarcal. David Summers ya te contestó adecuadamente. Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, explica: Hemos incorporado ‘mamitis’ y no ‘papitis'», declara Muñoz. Para evitar críticas por cuestiones de género ha añadido a su comunicado que no es que consideren que «una cosa existe y otra no: ‘mamitis’ está documentada y ‘papitis’ no».
Pues eso, Ana. Esperando estoy tu próxima salida de pata de banco en el universo tuitero. Y hablando de Twitter, quiero elogiar y recomendar la cuenta @RAEinforma, que es la de la Real Academia Española. Por medio de su etiqueta #dudaRAE se pueden plantear dudas lingüísticas. Tienen una paciencia infinita con ciertas cuestiones, he aquí un ejemplo de alguien que insistía con la discriminación del género femenino en el idioma y la brillante respuesta de @RAEinforma. Lo mejor es el final.
A punto estuve de coger entradas para ir con mis antiguos compañeros de universidad al concierto Yo fui a EGB que tuvo lugar en Pamplona el pasado día 3. Terminamos desechando el plan porque eran seis horas de espectáculo y nos pareció mucho, la verdad. Que el precio de las entradas tampoco era barato sumó argumentos para no comprarlas (lo del precio de los conciertos da para otro escrito, en serio lo digo).
Es sorprendente lo que vende la nostalgia. En la tele tenemos la longeva serie Cuéntame, los programas de recuerdos televisivos musicales Cachitos y Viaje al centro de la tele; los viajes al pasado histórico de la magnífica El Ministerio del Tiempo. En la gran pantalla, sagas ochenteras míticas como Regreso al futuro o los estrenos más recientes Voy a pasármelo bien (con números musicales de los éxitos de Hombres G) o Mañana es hoy, en la que vemos a Javier Gutiérrez y Carmen Machi “viajar” de 1991 a 2022 y vuelta al pasado otra vez: por la pantalla desfilan cabinas de teléfonos, el walk-man o los Héroes del silencio.
La tarde en que finalmente no fuimos al concierto acabamos yendo de tardeo, curiosa palabra que aún no sale en el DRAE. Sí que aparece tardear: «Detenerse más de la cuenta en hacer algo por mera complacencia, entretenimiento o recreo del espíritu«. Me cuadra bastante para tardeo eso del entretenimiento y recreo del espíritu. Tardeo yo lo definiría como divertimento para mayores de 40 consistente en echar unos bailes en un garito de moda con música de los 80, 90 y primeros 2000, tras previamente haber comido y bebido a gusto en cuadrilla. Nota: se empieza a partir de las 6 de la tarde y puede prolongarse lo que se quiera o se aguante. Como dice la RAE (aunque sean palabras diferentes), nos podremos detener “más de la cuenta”.
Pues ahí estábamos, como en tiempos veinteañeros pero a las siete de la tarde en vez de entrada la madrugada. El local, a rebosar; la media de edad, unos 45. La música, la de entonces: El último de la fila, Mecano, Bon Jovi, Spice Girls, Wham, Robbie Williams, Alaska… El universo egebero en todo su esplendor, la gente dándolo todo y coreando las canciones. Es curioso cómo el haber crecido los de mi generación con los mismos grupos musicales, las mismas películas y los mismos entretenimientos (el futbolín, el pin-ball, el VHS y el videoclub (podría seguir enumerando hasta aburrirles), nos hace estar unidos por un hilo invisible a los nacidos en las décadas de los setenta y ochenta, incluso de más edad. Tengo compañeros de trabajo que me pasan casi diez años y no se nota la diferencia cuando hablamos de personajes, músicos, cine, escándalos o programas de televisión.
Mis hijos me descubrieron hace no mucho a un youtuber barra tiktoker barra creador de contenido (yo ya no sé) llamado Sergio Encinas. Tiene su gracia, un punto club de la comedia pero centrado en sus «clases de historia semimoderna». Por sus vídeos desfilan el tamagotchi, la Nintendo 64, la Game Boy, el Frigopié o los Peta Zeta. Los niños alucinan bastante cuando él describe el objeto en cuestión, lo muestra a cámara, y explica cómo jugaba él o los recuerdos que le suscita hoy. Siempre con un toque de humor, de nostalgia y de niño-adulto muy logrado. Búsquenlo porque pasarán un buen rato.
Me reconozco una viejoven: no escucho apenas la música actual, sí que sé quiénes son Rosalía, Beret, Morat o Aitana, y reconozco muchos de los temas que lo están petando (¿se sigue diciendo esto?). Pero cuando quiero escuchar música por placer voy a lo de antes. Con el cine intento que mis hijos disfruten con películas de siempre, y no hablo del blanco y negro, pero ver a Marty McFly en el Delorean, a ET señalando con el dedo o a unos niños minúsculos encogidos por el chiflado inventor que es su padre bien merece soportar la etiqueta de viejoven. O nostálgica. O boomer, que no sé muy bien qué es pero nos lo llaman a los viejales, ¿no?
Termino reconociendo que el reciente invento del tardeo (o pe-tardeo) me gusta mucho. Ojalá se hubiera puesto de moda hace veinte años. La buena noticia es que aún queda cuerda para rato.
Me declaro polígama en cuanto a supermercados y cadenas de alimentación. Hace unos años solía comprar en el mismo sitio, normalmente hacía una compra semanal grande y solo reponía en compras pequeñas los productos frescos como la fruta y la verdura. No hacía mucho caso a los precios, siempre caía algún capricho inesperado y tampoco llevaba lista. Hablo de diez años atrás, quizá más.
Pero los últimos tiempos mis hábitos de consumidora han cambiado bastante. Siempre llevo una lista en papel, copiada previamente de la pizarra blanca que tengo en la cocina, en la que voy apuntando aquello que se me ha terminado o está a punto de terminarse. Dicen que así nos limitamos a comprar lo estrictamente necesario, aunque ello esté supeditado a la fuerza de voluntad de cada uno (porque salirse de la lista es muy fácil, reconozcámoslo). En esa lista suelo separar los productos por tienda: unas cosas las compro en un sitio, otras en otro y otras me es indiferente y acabaré comprándolas en donde crea yo que están más baratas. Un ejemplo: manzanas. En cualquier súper las hay, pero el precio cambia según la tienda y la variedad. A veces estarán de oferta por algún excedente y habrá que aprovechar, aunque la jugada no siempre sale bien: compro en el primer sitio y en el segundo resultó que estaban más baratas. Cachis. Otras veces hay suerte y ocurre al revés.
En fin, que soy de las personas que compran los yogures, el pan de molde o el zumo en un sitio; el queso, el pavo en lonchas o el café en otro. Confieso que pruebo distintas marcas blancas: el yogur griego en formato de un kilo me gusta más el de un súper que el del otro. Me ilusiona descubrir delicias, y más aún si son saludables: un paté vegetariano (lo sé, eso no es paté, pero lo pone en el envase) a base de pimiento, calabacín y tomate, ideal para untar en pan, se acaba de sumar a los descubrimientos que me hacen la boca agua. Un pan de harina de centeno y sésamo en formato tostadita que está riquísimo con ese “paté”, o con queso de untar. Los cereales sin azúcar añadido a base de avena, quinoa y arroz que están riquísimos con yogur o con requesón. Las tortitas integrales de trigo que me sacan de un apuro en la cena, porque pegan con casi todo y se preparan en dos minutos. No me reconozco: yo, que me quedaba babeando delante de la sección de chocolates, hablando de comida sana y sin remordimientos.
Tendrá mucho que ver que llevo mes y medio desayunando de manera diferente. Lo saben los pobres incautos seguidores de mi Instagram, donde doy la tabarra con mis fotos de desayuno-by-influencer. Tranquilos, aún no he caído en eso de proferir moderneces como healthy, food-lover, brunch, AOVE o fit. Hasta digo influyente en lugar de influencer, siguiendo los consejos de la Real Academia Española. Cuidemos el idioma, por favor.
Estoy hecha una señora en toda regla, digo cosas como “hay que ver qué caro está todo”. O me cisco en la marca Pepito Pérez por subir de repente veinte céntimos el paquete. Comento con mi madre el precio de las mandarinas, y mi madre, a su vez, me da unos plátanos que estaban de oferta y ella dice que ya comprará más. Empiezo a creer que la moda del ayuno intermitente (a esta no pienso apuntarme, ya lo aviso) es la excusa para comprar menos por comer menos y por tanto gastar menos y llegar mejor a fin de mes. Menos es más. Siempre.
Me encanta comer sano pero es costoso, en todos los sentidos. Las “guarrindongadas” están mejor de precio, no es justo. Voy a comerme una fresa.
Mamá, el domingo llevo torrijas, que una cosa no quita la otra.
Ya imaginaba que Victoria Beckham –de soltera Adams y una de las Spice Girls- seguía una dieta estricta para estar cual palo de escoba. Su silueta habla por sí sola, así como su inexpresivo rostro (si es que un rostro así puede “decir” algo). Creo que reprime la sonrisa para evitar la aparición de arrugas, o a lo mejor es así de siesa de manera natural. Hija, que tu marido es David Beckham, un tío por el que, al menos hace un par de décadas, suspiraba la mitad de las mujeres del planeta. Un exfutbolista que tiene su apellido en el título de una película (Quiero ser como Beckham). Un inglés que, aporto el dato, llamó “feo” a Raúl García en un Osasuna-Real Madrid hace 17 años. Raúl es de Zizur Mayor y su único defecto es jugar en el Athletic, así que cállate, Beckham. Puñal a Guti y Beckham: «Hay guapos que no saben ni andar por la vida»
David, al parecer, además de estar encantado de conocerse, es un cocinillas y un sibarita –con su cuenta corriente, cualquiera. Y lo que es más increíble, demuestra mucho aguante para llevar tantos años amando a su mujer, la quisquillosa, la reina de la monotonía dietética. Victoria Beckham y su estricta dieta: lleva 25 años comiendo lo mismo
Una cosa es estar a dieta de por vida, siguiendo un menú más o menos variado, bajo en calorías, alto en omegas de esos, renunciando a los dónuts, al chocolate y al queso gratinado (y todo esto ya me parece un esfuerzo titánico), y otra cosa es, por iniciativa propia y convicción personal –sin que nadie te obligue, recalco- comer un día y otro, y otro, y así siempre, pescado y verduras al vapor.
Pero vamos a ver: es que a mí me dicen que coma todos los días lo mismo, aunque fuera mi plato favorito, y se me queda la cara que tiene Victoria Beckham desde que se levanta hasta que se acuesta con el pescado hervido en su exiguo estómago. Vicky (perdona la confianza), eres tan fiel a tu menú como lo eres en tu matrimonio, enhorabuena. Tú sola comes más pescado que medio Japón, pero te estás perdiendo uno de los mayores placeres de la vida. Queda demostrado que tu marido te quiere muchísimo, porque salir a comer fuera contigo tiene que desmotivar a cualquiera.
En un programa de radio matutino comentaba la presentadora que se le había chafado una cita porque él confesó que no era lo que se dice disfrutón con la comida, que a él la comida pues sin más. Ella, al oír eso, supo que la posibilidad de que su relación tuviera éxito acababa de esfumarse: “a este me lo llevo a Asturias y se pide una ensalada”, comentó a carcajadas. Pues la comida favorita de Vicky es una tostada con una pizca de sal, cómo te quedas.
Lo más alucinante es que esta mujer ha vivido en España, amigos. Con las maravillas culinarias que tenemos aquí, ha desperdiciado el poder degustar, y sin cargo de conciencia económica, las mejores exquisiteces en los más laureados restaurantes del país. ¡Es que no habrá probado ni las croquetas! Que no hay que irse al Diverxo o al Abac, madredelamorhermoso. Que das un paseo y entras en cualquier bar modesto con menú del día o pintxos y sales de ahí llorando de alegría por lo que te has metido entre pecho y espalda.
Sabemos por la entrevista que le hicieron a su marido lo que come ella y lo que él aguanta estoicamente esta monotonía gastronómica. Pero ¿y los pobres hijos? Espero que ellos sigan la línea paterna y disfruten de una alimentación variada, se den caprichos y, por qué no, coman guarrerías de vez en cuando. Que la vida son dos días y los cuerpos esculturales también se los comen los gusanos. Disfrutemos del buen yantar antes de que se imponga la ingesta de insectos o de los propios gusanos. ¡Bon apetit!
Mi primer móvil -sin internet ni nada, un zapatófono de Motorola- lo tuve con 20 años. Mi cuenta de Facebook, eso que los muy jóvenes ni utilizan ya porque es «de viejos», la abrí rozando la treintena. Me hice certificado digital en 2019 para realizar un trámite y, en unos pocos años, me ha servido en numerosas ocasiones para evitarme unas cuantas gestiones presenciales. Una de ellas, muy reciente y de actualidad, ha sido poder descargar el certificado o pasaporte covid. No soy nativa digital: basta con saber mi fecha de nacimiento, así que he tenido que aprender sobre la marcha, y casi siempre de forma autodidacta, a desenvolverme con las nuevas tecnologías. Si en muchos momentos ha resultado arduo y desquiciante, no quiero imaginar cómo les resultará a las personas que me pasan diez, veinte o más años. Mis padres, por ejemplo, quienes recurren a mí o a mi hermana cuando el móvil les hace algo raro o quieren comprar entradas por internet para ir al teatro, por ejemplo. Por no hablar de mi abuelo nonagenario, que bastante tiene con saber llamar de un teléfono de esos para abuelitos, con teclas grandes y sin internet.
La tecnología debería servir para facilitarnos las cosas, no para abrir una brecha que habría que salvar invirtiendo tiempo y recursos económicos en formar al ciudadano y en atenderlo con calidez humana y paciencia, mucha paciencia. Ninguna de estas tres cosas parece abundar, en general y salvo excepciones, en nuestra sociedad digitalizada y cada vez más unipersonal. El mencionado pasaporte covid se ha convertido de la noche a la mañana en lo más demandado para acceder a un restaurante, entre otras cosas. Aquí en Navarra lo podían descargar sin problema quienes ya tenían activada su carpeta personal de salud. Yo misma lo obtuve así desde el teléfono, porque tengo activada la carpeta desde hace más de dos años. Pero muchísima gente no la conocía, y comenzó a acudir en masa hace pocas semanas a su centro de salud para solicitarla y poder conseguir así el pasaporte covid. Los centros de salud se colapsaron, los administrativos se quejaron, y el Departamento de Salud habilitó dos puntos en Pamplona en donde pedir su activación mediante usuario y contraseña. Siempre desde internet, uno entra con esas credenciales y puede acceder a la carpeta y a la consiguiente descarga del pasaporte. ¿Cuál ha sido el problema? Que el colapso que podía haber en cinco o diez centros de salud se trasladó de buenas a primeras a la calle Tudela (registro del Servicio Navarro de Salud) y al edificio Conde Oliveto, con colas interminables bajo la lluvia. Sin refuerzo de personal y casi sin ser avisados, los trabajadores de estos lugares no han dado abasto en los cuatro días laborables que llevan atendiendo a estas personas ávidas de obtener su certificado de vacunación. Cuatro días contados, sí, porque se les trasladó esta gestión el 30 de noviembre, en vísperas de todo un puente foral cargado de festivos. Hoy leo en las noticias que Salud va a buscar pronto una manera de descargar el certificado desde internet sin necesidad de ningún otro trámite previo. Mejorará bastante la cosa porque se evitarán esperas y colapsos, pero seguimos con la webdependencia: los abuelos a pedir ayuda a los hijos y a los nietos. Con lo sencillo que sería enviarlo en papel a cada persona vacunada, teniendo como tienen nuestros datos sanitarios y de domicilio.
Pero la administración electrónica intenta prescindir del papeleo. Y no solo la administración, porque hoy leo que en enero arrancará un proyecto piloto para eliminar de los fármacos el famoso prospecto, ese papelito doblado por el mismísimo Belcebú (nunca consigo volverlo a doblar como estaba), ese papelito con tan característico sonido y que siempre está estorbando cuando abrimos la caja: de diez veces que abramos un medicamento, nueve veces lo abriremos por el lado en donde está el prospecto, parece hecho a mala idea. Bromas aparte, muchos añorarán el prospecto si acaba desapareciendo del todo, porque entonces, si alguien quisiera leer las contraindicaciones, la posología o los efectos adversos, tendrá que… ¡escanear un código QR! Pobres abuelos, enfermos crónicos, pacientes en general: si ya era un rollo desdoblar el papel y dejarse los ojos, ahora habrá que tener móvil con aplicación de escáner para enterarse de qué va el medicamento. Menos mal que los amables farmacéuticos, que ya de por sí ayudan muchísimo a sus clientes/pacientes, sumarán a sus labores la de facilitar en papel el prospecto a quien se lo pida, o la de ayudar a una abuelica a leer el QR con su móvil. https://www.ondacero.es/noticias/sociedad/fin-prospectos-medicamentos-papel-como-podran-leer-primeros-farmacos-afectados_2021120861b18e521034750001b7aa5f.html
Pero lo más terrible de las nuevas tecnologías es la banca electrónica, por el maltrato sistemático a la gente mayor desde su implantación. No entenderé nunca jamás que a una persona mayor se le niegue la atención tradicional en ventanilla para sacar 200 euros. O que hacer una transferencia atendidos por un empleado de la caja de ahorros sea misión imposible: hágalo usted en la app, caballero. Aquí tiene su contraseña. Los pagos en metálico solo de 8 a 10, gracias. Si es usted de otra entidad, le cobraremos tres euros de comisión.
Lo de las páginas web, cuentas y contraseñas da para otra entrada. Entre mi marido y yo tenemos apuntadas más de 80 páginas web con sus 80 contraseñas -algunas se repiten, otras no- de acceso con nombre de usuario. Es una maldita locura. Luego los expertos te recomiendan no usar contraseñas facilonas que un hacker podría averiguar sin mucho esfuerzo. Es imposible: para cualquier cosa hay que registrarse: usuario y contraseña. No podemos poner la misma para todo, pero poner una diferente para cada cosa es impensable a no ser que seas superdotado y recuerdes tus quinientas veinticuatro contraseñas. Solo nos queda encomendarnos a San Weborio de la Red Infinita para que no nos pirateen las cuentas con nuestras contraseñas de mierda. Y los pobres abuelicos rezan también para volver a los tiempos en que cobraban el jornal en un sobre, el del banco los llamaba por su nombre y el único móvil que conocían era el que colgaba de la cuna de sus hijos -y eso si tenían móvil o cuna.
El otro día asistí a una clase gratuita de zumba familiar, iniciativa de la profesora de zumba de mi hija para dar por terminado este curso tan raro y complicado y para tener un detalle con los alumnos y sus familias. Un fin de fiesta, en definitiva.
Allí estábamos bastantes madres, algún que otro padre, las criaturas -las más pequeñas de seis años, las mayores de trece o catorce-, y la entusiasta profesora, de quien envidio su permanente sonrisa, su energía desbordante y su ritmo y coordinación, sobre todo estas dos últimas virtudes. Fui con pocas expectativas de seguir la clase con dignidad, ciertamente. Conozco mis limitaciones físicas, pero me gusta mucho la música y creo que no bailo mal -en la intimidad- y que incluso tengo cierta gracia. Transcurrido el primer cuarto de hora mis pocas expectativas se confirmaron a la baja.
La sala donde tuvo lugar la clase estaba fresquita al llegar. Qué agradable, pensé. Poco duró el fresco: en cuanto empecé a transpirar por todos mis poros mientras intentaba no morir ahogada en mi propio dióxido de carbono -querida mascarilla, qué majísima eres -, la sala se convirtió en sauna. Me había llevado un botellín de agua de medio litro que no duró la clase entera y que rellené en la primera fuente que vi al salir de clase.
He aquí una metáfora de la vida: los alumnos aventajados (los niños) seguían sonrientes y sin dificultad todos los pasos, sin despeinarse apenas y demostrando cómo las nuevas generaciones vienen pisando -y bailando- fuerte. Algunos de los adultos, para los que no era la primera vez en zumba, bailaban ufanos y en comunión con sus hijos, seguros de lo que hacían y capaces de respirar y llevar el ritmo al mismo tiempo. Y otras madres en bajísima forma, como yo, hacíamos un descanso entre canción de Maluma y temazo de C. Tangana para recobrar el resuello y dejar que nuestra piel volviese a un color normal por debajo del rojo bermellón. Y de paso, para ver con orgullo y sin perder detalle a nuestras hijas, tan chiquitas ellas, bailar con tanto salero y sin equivocarse nada en los pasos.
En zumba, como en la vida, es más fácil bailar libre que seguir los pasos de otro. Es más fácil también lavar la ropa, cocinar o planchar cuando nos viene bien, no cuando nos sale menos caro, ejem, ejem. Yo intenté seguir a la profe, de verdad, pero soy disléxica de cuerpo.
A pesar de ello, nos lo pasamos muy bien; gracias, Itziar. La clave es perseverar y practicar, quizá me apunte a zumba familiar el año que viene. Espero que ya sin mascarillas.
Pobrecitos de nosotros, qué mal nos va que estamos pringando pasta y con el estadio en obras y sin pagar. Ya no vendemos tantas camisetas desde que se nos fue CR7. Hay más gente viendo La isla de las tentaciones que las galopadas de mi querido Vinicius. La juventud prefiere el Twitch o el Tik Tok antes que tragarse 90 minutos con el añadido, las pausas de revisión del VAR y la de hidratación si hace calor. La reforma que promete la UEFA para 2024 nos va a pillar ya muertos, RIP. Menos mal que yo, tito Floren, tengo la solución. ¿Por qué me tengo que tragar un Levante-Real Madrid que aburre a las ovejas? Me voy a juntar con mis coleguillas millonetis de la élite balompédica y nuestros laureados clubes jugarán una Superliga que sí va a interesar a todo el mundo y va a dejar mucha pasta en las arcas blancas. Las ligas nacionales, si eso, para los pobretones. Y no nos salimos de la española por solidaridad y porque somos muy majos, que a ver qué va a hacer el populacho sin ver los pocos partidos decentes que les proporcionamos Madrid, Atlético y Barcelona.
Claro, Floren, claro. Si tienes razón. A un señor de Pozuelo o a una chica de Castrourdiales les vuelven locos el Manchester United o el Milan. Se saben la historia de todos esos clubes europeos que deslumbran con su fútbol, conocen sus plantillas, han pisado las gradas de los grandes estadios, los templos del fútbol con mayúsculas. La Champions League se os ha quedado pequeña, porque a veces la juegan equipillos del montón, y hasta que no llegan los cuartos o las semis no empieza lo bueno. En el fondo lo vuestro es magnanimidad y amor al prójimo. https://www.eurosport.es/futbol/superliga-europea-formato-funcionamiento-clubes-que-es_sto8279560/story.shtml
Lo dices tú, textualmente: «Una vez que tenemos el dinero, lo repartimos porque el fútbol funciona con solidaridad». Pues nada, el cheque ya nos lo mandas cuando quieras, a la atención de Luis Sabalza, que nosotros también tenemos que pagar la reforma del estadio; la diferencia es que hay dinero para ello. «La situación es muy dramática. No es normal que la gran mayoría de clubes modestos ganen dinero y pierda dinero el Barcelona, por ejemplo. Eso no puede ser». Ah, no, no, no, eso no. Hasta ahí podíamos llegar. A lo mejor los clubes modestos que tú dices no se gastan lo que no tienen, cuentan con una masa social fiel que no da la espalda a la segunda derrota consecutiva (ni a la séptima), y gestionan mejor que un club grande su patrimonio. A lo mejor sus jugadores no tienen inconveniente en bajarse la ficha cuando vienen mal dadas. El amor a los colores y esas cosas.
«Hoy en día muchos jóvenes dicen que los partidos se les hacen largos (…). El mundo cambia. O no tiene suficientemente interés el partido o hay que acortarlos. Yo hay muchos partidos que no los aguanto». Floren, el fútbol es de los aficionados, y de eso tú tienes poco o nada. Fútbol es ver partidos aburridos de tu equipo, soportar derrotas ignominiosas y aún así no renegar de tus colores. Fútbol es abrazar a un desconocido gritando gol con todas las cuerdas vocales en tensión. Es un pasado con un padre o un abuelo que nos empezó a contagiar el gusanillo cuando no levantábamos ni un metro del suelo. Es llorar de alegría porque os habéis salvado de bajar a los infiernos. Es celebrar un córner en el minuto 92 porque sabes que ahora o nunca. Es sentir como de tu familia a Oier, Torres, David García o Moncayola. Es pasear por la Estafeta y gritarles a unos pelos al viento ¡aúpa ahí, Aridane! Es dar colorido a una grada, pulirse los ahorros para apoyar al equipo en Gijón, Sevilla, Vigo o Burdeos. Es planificar el fin de semana en función de a qué hora juegan los tuyos. Fútbol es todo lo que no propugna esa Superliga que te has inventado. Es soñar con lo imposible a base de esfuerzo y mérito. Es dejar que cualquiera pruebe, si lo ha merecido, las mieles de enfrentarse a los poderosos. Fútbol es que exista el «Alcorconazo» (lo siento, Floren, sé que escuece). Agradezco desde aquí a Valencia y Osasuna, que juegan mañana (y a otros equipos que harán reivindicaciones parecidas), porque van a lucir camisetas con el lema ‘Earn it’ (ganátelo). Dos palabras que resumen lo que opinamos muchísimos aficionados.
Los que tenéis tanto poder, Floren, podíais invertir vuestros esfuerzos en hacer que los aficionados podamos volver a nuestros estadios. Que la pandemia existe y hay que hacer muchos sacrificios, sí, pero el fútbol se ve y se disfruta al aire libre, y con un poco de organización y de voluntad ya se podía haber intentado algo. Que hay actividades más de riesgo que estar en una grada con separación y todo eso. A lo mejor es que os ha venido bien que no podamos estar, no lo sé.
No sé qué pasará con tu invento de hermandad universitaria yanqui. Pero recuerda que los empollones, los rezagados, los del club de ciencias y el de ajedrez, los que estudian con beca y malviven en un apartamento de 40 metros cuadrados podemos unirnos y despacharos de la liga. Id a vuestra mansión a celebrar fiestas pijas y a beber ponche, que nosotros nos vamos al bar de la esquina a beber cerveza fría y a gritar los goles de nuestro equipo. Aunque pierda.
Porque, como todo el mundo sabe, los niños (y las niñas, válgame el Señor), ven una patata con ojos y ya se identifican con ella. Y si se identifican con una patata con bigote, ¿dónde quedan los derechos de las criaturas de no identificarse con ese rol, vamoavé? ¿Y qué es eso de llamar míster a un tubérculo? Estábamos confundiendo a nuestros hijos, qué terrible. Ahora ya puedo dormir tranquila: la patata con ojos es de «género neutro». Sí, entrecomillado. Porque el género lo tienen las palabras, y el frutero del barrio, de quien las abuelas dicen que tiene el género muy bueno.
Decía que puedo dormir tranquila, pero no. En Toy Story había una Señora Potato. ¿Y ahora, qué? La han dejado viuda a golpe de copyright. Más que viuda, la han dejado a dos velas y sin coyunda. Espero que en las cajas del nuevo Potato Head metan accesorios para armar una Señora Potato. ¿O eso tampoco? Imagino que si es sexista lo de Mr Potato, también lo será que entre las piezas haya labios rojos y carnosos, un sombrero con flores o unas orejas con pendientes. Entonces el juguete se nos quedaría muy limitado, prácticamente a unos ojos neutros, una nariz neutra, unas orejas neutras y una boca neutra. Los niños no son estúpidos, y por quitar el «Mr» del nombre no van a dejar de ver a un señor patata, de sexo masculino. Que haya señoras con bigote es la excepción, amigos.
Va, en serio: se les ha ido la pinza. Otra cosa es lo que lleva haciendo Mattel con su Barbie cada vez más inclusiva, decisión no exenta tampoco de polémica: https://www.nacion.com/viva/moda/barbie-inclusiva-conozca-a-las-munecas-con/6T2DNPTFUZHFDM6VAJR65D6O5M/story/ Si existiera una forma de meternos dentro del cerebro de un niño para saber realmente qué se le pasa por la cabeza cuando está jugando con Potato, con Barbie, con Playmobil, etcétera, quizá (y solo quizá) dejarían de ocurrir estas cosas. Si de verdad la industria juguetera quiere hacer algo útil y en beneficio de los niños, le propongo lo siguiente. En primer lugar, que deje de asociar el color rosa con las niñas. Recorrer el pasillo de muñecas de una juguetería es como meterse en la mansión de Barbie: rosa, rosa, rosa, fucsia, violeta, más rosa. Debería firmarse un acuerdo del gremio para que las cajas y etiquetas de todos los juguetes, independientemente de la marca o el fabricante, fuesen del mismo color, por ejemplo blanco. Y sobre el blanco podrían ponerse unas líneas de color, identificando cada uno con una franja de edad: 0-1 año, 1-2 años, 2-3 años, 3-6 años, 6-8 años, 9-12 años. Cero referencias al sexo. Y una guía por colores sobre lo que realmente importa: para qué edad es adecuado el juego o juguete. Nadie se ofendería (supongo) y la idea ayudaría muchísimo a padres, consumidores y comerciantes. Y como me siento generosa, ahí van dos materias del ámbito juguetero que todavía están por ser cambiadas en el aspecto identitario-sexual. En primer lugar, los disfraces. Si una niña o una mujer se quieren disfrazar de policía o bombero (por poner dos ejemplos), la niña verá en el envoltorio del disfraz la foto de un niño, nunca una niña, y la mujer adulta tiene dos opciones: comprar el disfraz «para chicos», que le quedará grande muy probablemente, o comprar la versión «para ellas»: policía sexy, bombera sexy… Dejen de «sexificar» los disfraces, por favor. Y en segundo lugar: el futbolín. Ya están tardando en poner «chicas» en los futbolines, que el fútbol femenino es una realidad, y ese cambio sí sería útil y significativo, no como llamar Potato Head a Mr Potato. DEP.
Lo sé, no soy muy original. Las redes sociales están plagadas de memes sobre hacerse viejo, pero voy a aportar mi granito de arena para completar la frase “Un día eres joven y al otro…”
Te activas todos los descuentos de la tarjeta cliente del súper. Y acumulas tarjetas cliente de todas partes. Vas por la casa apagando interruptores y diciendo “la luz no es gratis”. Emites un quejido o suspiras al levantarte o sentarte en el sofá. Cuentas anécdotas e historietas que a ti te parece que han ocurrido ayer pero hace más de veinte años que sucedieron. Te acuerdas de lo que daban de sí 5.000 pelas. Estrenar colchón te hace más ilusión que estrenar ropa de marca. No sabes quién es la mitad de los cantantes y grupos que suenan en la radio. Es más, no entiendes por qué no usan su nombre y apellido sino apodos, diminutivos e iniciales pronunciadas en inglés. C. Tangana, Becky G., Karol G. Hache, I, Jota Balvin.
Entiendes cada vez más a tus padres. La brecha generacional con quienes tienen diez años menos que tú (o más de diez) te parece en muchos aspectos insalvable. Te llaman señor/a los de la brecha insalvable. Eres capaz de ver un debate electoral o un “especial elecciones” sin quedarte dormido. Ya eres mayor que el mayor de los futbolistas en activo de la Liga. Añoras las Nocheviejas con Martes y Trece o con Ramontxu. Te has vuelto un sibarita, tú, que bebías cualquier cosa a la que echar unos hielos y comías kebab guarrete y chorreante.
Te emocionas cuando ganan el bote de Pasapalabra. Vigilas el colesterol, la glucosa y los triglicéridos. Lo de controlarlos ya, si eso, mañana. Acostarte más tarde de la una es trasnochar. Te pones o te quitas las gafas para enfocar. Repites cada vez más que ya no hacen películas/canciones/series como las de antes. La chavalería te mira raro cuando dices cosas como estas: El que sabe, “saba”. El algodón no engaña. Bic cristal escribe normal. Alucina, vecina. Para dentro, Romerales. Y hasta aquí puedo leer.
Tú también has podido leer hasta aquí, con gafas o sin ellas, y te invito a añadir en los comentarios lo que te venga a la mente tras el comienzo de esta entrada: Un día eres joven y al otro…