De la maternidad y otros demonios

Me contaba una amiga que pronto será madre lo distorsionado que está el concepto de maternidad. Hemos llegado a un punto en que solo parecen existir los extremos, en este tema y en otros muchos, pero nadie parece querer hablar desde un término medio. Leyendo algunas cosas, fundamentalmente en redes sociales y blogs variopintos, cualquiera se asustaría ante lo que se le puede venir encima si decide tener descendencia. Ejemplo de maternidad terrorífica

El otro extremo estaría en aquellas madres ideales e idealizadas, bellísimas siempre, que parece que no han engordado doce kilos en nueve meses ni han pasado por un paritorio, y cuyos bebés son más parecidos a un reborn (por lo tranquilos y quietecitos) que a la máquina de lloros, cacas y gritos que casi todas hemos padecido. Ejemplo de maternidad idealizada

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Seamos claros: ni ser madre es la gran hecatombe ni tampoco es un reportaje del Hola donde los bebés son perfectos en habitaciones perfectas y ordenadas y con madres perfectas en todo su esplendor. Otra cosa es ver el asunto con humor, y por eso recomiendo el Club de las Malasmadres, una comunidad muy grande de madres que se ríen de sí mismas y desmitifican la maternidad además de luchar por la conciliación con su lema «Yo no renuncio» capitaneadas por Laura Baena, Malamadre jefa. Club de Malasmadres

El gran problema sigue siendo que estamos demasiado ocupados y descargamos muchas veces nuestro cansancio, nuestro estrés y nuestra frustración en quienes no tienen ninguna culpa, entre otras cosas porque nosotros los padres decidimos traerlos al mundo, ellos no lo pidieron. Ahora parece que se descubre América al enumerar todos los trances por los que se pasa después de dar a luz. No se trata de entrar en pánico. Nuestras madres, abuelas y bisabuelas pasaron también por ello, en tiempos seguramente más difíciles (sin lavavajillas, quizá sin lavadora, sin comida a domicilio o tiendas 24 horas, caray) y no nos educaron tan mal, ¿no? Me atrevería a decir que como no existía internet tenían un gran aliado en cambio: su instinto.

El truco está en no intentar ser los padres perfectos, asumir nuestras limitaciones, no tratar de llegar a todo y centrarnos en atender lo mejor que podamos a nuestros pequeños retoños, porque en unos años no nos necesitarán, se avergonzarán de nosotros, nos sustituirán por sus amigos, por el móvil, por el baloncesto, por cualquier cosa que les interese más que sus viejunos padres.

Hablemos de lo bonito, porque ya hay demasiadas voces dando relevancia al sufrimiento y el estrés. Empezaré por el impagable momento en que das a luz a tu hijo y te lo colocan encima, sientes su calor, ves su cara, te estremeces por el esfuerzo que acabas de hacer pero también por el vínculo que se acaba de crear. Seguiré con la unión que se produce entre tú y tu hijo cuando lo alimentas, esa manita diminuta que se posa en tu pecho, cómo te mira a los ojos mientras succiona. Después están las noches en que se duerme sobre tu regazo, sientes su respiración rítmica y tenue, te acabas durmiendo a su lado y es la mejor de las siestas. O esas noches en que despierta con treinta y nueve de fiebre y te llama con voz lastimera, lo abrazas, le das la medicación y al ratito se vuelve a dormir con su mano entre las tuyas.

Te enseñará sus logros al trepar a un columpio, te mostrará todos los dibujos que haga esperando tu aprobación, porque eres su héroe y su espejo en el que mirarse. Todos los «te quiero» que te dirá en estos primeros años son los más sinceros que puede haber en el mundo. Querrá que le respondas preguntas imposibles, porque cree que tú lo sabes todo. Saldrá del colegio corriendo como un ferrari para abrazarte tan fuerte que casi te caerás al suelo. El mejor de los juegos será que le hagas cosquillas, muchas cosquillas, y que juegues con él al escondite en tu piso de ochenta metros cuadrados. Le encantará esconderse en el rellano del portal para darte un susto mortal, aun cuando tú te lo esperas siempre y actúas como si de verdad te hubieses llevado un susto mortal. Te pedirá que veas todos los trabajos que hace en el colegio, y sentirás un orgullo máximo cuando vayas a las tutorías y te digan lo aplicado que es y lo rápido que aprende.

Cuando Samanta Villar se atrevió a decir públicamente lo desbordada que se sentía con la llegada de sus mellizos, el mundo se le echó encima por expresar su cansancio y su «esto no me lo habían contado». Da igual que te lo cuenten o no, da igual quién te lo cuente y cómo te lo pinten. Cada experiencia materno-filial es diferente y, como en todo, no se puede generalizar. Lo que hizo esta periodista fue dar voz a lo que todas hemos sentido y pensado más de una vez. La diferencia es que a ella se le conoce, y fue juzgada por sus palabras, que además salieron a la luz no solo en forma de reportaje televisivo, sino también en forma de libro. Estoy convencida de que no se arrepiente de haber tenido a los mellizos, y en cualquier caso nadie tiene derecho a juzgarla solo por haber manifestado un estado anímico relacionado con la maternidad. Samanta Villar

En fin, amiga que has inspirado este artículo: te deseo una experiencia maravillosa, y a buen seguro la tendrás, no te quepa duda. Y cuando te entren ganas de dejar al niño en brazos de su padre o del primer pariente que te venga a mano y salir tú corriendo, hazlo tranquilamente. Pero vuelve, no te olvides de volver, porque te perderás la mayor de las aventuras.

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