Comunicando

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Hojeando el periódico de hoy me he topado con el anuncio de la fotografía. He tachado el apellido para preservar su identidad, pero no he podido evitar publicarlo aquí y utilizarlo de excusa para darle a la tecla.

La pobre Itziar debe de sentirse muy desubicada sin su móvil. No la culpo, todos estamos más o menos encadenados a ese pequeño artefacto de obsolescencia cada vez más temprana, con cada vez más aplicaciones, que gasta más batería cada vez y nos aplatana y esclaviza como nos descuidemos un poco. Centrémonos en la petición de Itziar: «llamadme, amigos, para recuperar el contacto». Me estoy imaginando la agenda de contactos del itziarphone: con más nombres que la chorboagenda de Will, el Príncipe de Bel Air, con más números de teléfono que las Páginas Amarillas de Tokio. ¿Cómo no va a estar agobiada nuestra amiga? (Un briconsejo: conviene tener una agenda de papel, de las de toda la vida, de las que llevan las abuelas en el bolso, donde apuntemos los contactos que almacenamos en el móvil, para que no nos pasen estas cosas).

¿Alguien recuerda los tiempos sin móvil? Cuesta, ¿verdad? Mi primer teléfono me llegó cuando estaba en la universidad, con unos veinte años, y no fue por estar en la universidad (quiero decir que no fue un «premio», como ahora que les regalan teléfonos de última generación a niños de primera comunión); lo empecé a utilizar porque me acababa de sacar el carné de conducir, y era un instrumento muy útil en caso de percance con el coche, que nunca se sabe lo que puede pasarle a una novata con la «ele». Aquel teléfono era grande y pesado y, sí, amigos, había que pulsar dos y tres veces la misma tecla para escribir una sola letra: ahí empezó el «criptolenguaje» SMS. El tono de llamada de esos teléfonos era soso y anodino como un ring-ring o un tirorí-tirorí, y a todo el mundo le sonaba el móvil de manera parecida y era un caos telecomunicativo cuando el autobús iba lleno a rebosar.

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Pero ¿cómo era la vida pre-smartphone? Me contaba una amiga mía, profesora de secundaria, que sus alumnos le hicieron una pregunta parecida esperando una contestación del tipo: éramos muy felices sin móvil, las relaciones eran más de verdad, nos mirábamos a la cara, pasábamos más tiempo en la calle, etc. Ella pasó por alto estas consideraciones que, por otro lado, ya habrían oído mil veces en boca de sus padres, y les habló de las incomodidades, es decir, ¡era una mierda! Quedabas con la cuadrilla y, si alguno llegaba tarde, no tenías manera de saberlo, ni conocías el motivo, ni podías calcular cuánto tiempo más esperar, así que había que consensuar con el resto qué hacer, si esperar o marchar. Por poner un ejemplo, claro.

Recuerdo cómo quedábamos para salir. El teléfono fijo echaba humo los fines de semana cada vez que empezaba la cadena. S. llama a M.; M. llama a P.; P. llama a R. pero R. se está duchando y coge el recado su padre. La cadena se corta hasta que R. sale de la ducha y llama a P. para decirle que ella no puede porque tiene que ir al cumpleaños de una compañera de judo pero su padre no lo sabía y por eso no le había dicho nada a P. Podía pasar una hora de reloj hasta que todo el mundo se había dado por enterado de la hora y el lugar, y aún podía pasar más tiempo si el plan elegido no satisfacía a algún miembro de la cadena y entonces se proponía un plan alternativo que tampoco encontraba quorum y finalmente se volvía al plan inicial. Lo realmente llamativo de aquella época era tener amigos y conservarlos.

Volviendo a Itziar, imagino que será una persona muy ocupada para haber tenido que recurrir a un anuncio en el periódico. Quiero decir que a mí no se me habría ocurrido, he de reconocerlo. Yo hubiera intentado localizar a uno de mis amigos, porque normalmente sabemos dónde viven nuestros amigos, y a partir de ahí le hubiera pedido que empezara una cadena. No, no una cadena a la usanza de los años noventa, sino una cadena de mensajes de Whatsapp: «Chicos, a Itziar se le ha perdido el móvil. Pasadle vuestro número para que recupere los contactos. Gracias». Claro que quizá todos los amigos de Itziar viven a kilómetros de ella y entonces no resulta práctica esta idea. Siempre nos quedará la incógnita.

Bueno, amiga Itziar, espero de corazón que logres recuperar al completo tu agenda de contactos. Y si me puedes leer, te mando un saludo y mi agradecimiento por haber inspirado estas líneas. Corto y cierro.

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