Me siento orgullosa de mi tierra, Navarra, antiguo Reyno e importante pieza en la historia de España. Lugar de cultura ancestral, aquí se habló y se habla aún una de las lenguas más antiguas que hoy perviven, el euskera o vascuence, y cuyo origen es incierto. Por Navarra discurre el Camino de Santiago, que ofrece contrastes y diversidad en cuestión de paisaje y paisanaje. En Navarra disfrutamos de una exquisita gastronomía, fruto de un campo y una ganadería privilegiados; contamos con tres universidades, una economía aceptable para los tiempos que corren y una amplia oferta cultural y festiva.
He dudado mucho acerca de si escribía o no esta entrada, por lo espinoso del tema, pues es triste que aquí nos miremos de soslayo cuando tocamos determinados asuntos de identidad, nacionalismo y lengua.
Quienes hoy gobiernan en Navarra se están inventando una realidad paralela existente solo en sus cabezas, una fábula; más aún, una desiderata. La lengua oficial de Navarra es el castellano, y el euskera es cooficial únicamente en la zona considerada vascófona. Olvidándonos por un momento de la oficialidad y de «encerrar» las lenguas en compartimentos estancos, lo cierto es que, en la práctica, menos del 7% de la población navarra utiliza de manera habitual el euskera, según un estudio reciente. Un estudio rebaja el uso del euskera en Navarra al 6,7% de la población Dicho estudio señala que en Pamplona, la capital, apenas el 3% emplea en el día a día la lengua vasca. Con esta situación, el ejecutivo foral está librando una batalla por diferentes frentes:
En educación, Navarra lleva muchos años ofertando la enseñanza en castellano, en euskera y en inglés. Para no alargarme mucho, diré que es sobre todo desde los años ochenta cuando la enseñanza del euskera está implantada en Navarra y es posible aprender el idioma y aprender en ese idioma gracias a las ikastolas, que recibían ya entonces, como ahora, subvenciones públicas, al igual que el resto de los centros educativos. Bien, pues el gobierno foral ha extendido el modelo D (la enseñanza cuya lengua vehicular es el euskera) a zonas de Navarra consideradas no vascófonas, abriendo líneas en este idioma con apenas siete alumnos en alguna localidad de la Ribera de Navarra, donde nadie o casi nadie lo habla, con el desembolso económico y de recursos que esto implica. Saber idiomas es bueno se mire por donde se mire, pero el presupuesto educativo se inclina en favor de estos proyectos de «euskaldunizar» Navarra entera. Se subvenciona desde el departamento de Educación el transporte y el comedor a los alumnos que quieran estudiar en el modelo D y tengan que desplazarse a otra localidad. Pero el resto del alumnado no cuenta con ninguna subvención. Al mismo tiempo, centros públicos que imparten el Programa de Aprendizaje en Inglés (enseñanza en castellano y en inglés en proporción similar) sufren recortes de profesorado y de recursos para la atención a la diversidad, entre otras cosas. En definitiva: el esfuerzo para implantar el euskera por toda Navarra, en lugares sin demanda reseñable, es titánico.
Parece que hay dinero para esto y más, como para cambiar carteles de toda índole y por toda la Comunidad Foral. No hay cartel que no esté escrito en euskera y castellano. Los mensajes de bienvenida del teléfono de un centro de salud van en los dos idiomas. Toda comunicación oficial del gobierno está en los dos idiomas, y curiosamente el texto en euskera ocupa el lado izquierdo, ya que es lo que primero leemos, y el texto en castellano va a la derecha. Los plenos del Parlamento transcurren en los dos idiomas, con lo que los parlamentarios que no saben euskera deben tirar de traducción simultánea. Para rizar el rizo, se elabora incluso algún informe oficial y se redacta únicamente en euskera e inglés.
Para acceder a un empleo público se puntúa cada vez más alto el conocimiento del euskera, aunque ese empleo vaya a desempeñarse en la Ribera, o aunque el puesto de trabajo no sea de atención al ciudadano. Se acaba de aprobar que a las empresas se les recomiende un plan de euskera para poder trabajar con la administración pública (Ley Foral de Contratos Públicos) Aprobada la ley de Contratos Públicos
Considero que las lenguas deben ser instrumentos de comunicación. Que de una lengua determinada emane un nacionalismo disfrazado de romanticismo no es razón de peso para primar la comunicación forzada y forzosa en esa lengua. Algunos argumentarán que es labor de las instituciones fomentar el uso de lenguas minoritarias en riesgo de desuso o desaparición. Pero no olvidemos que la vida de una lengua está en manos de los hablantes. Tiendo a pensar que, de manera natural, alguien se expresa en euskera cuando esta es su lengua materna; cuando el euskera es lengua aprendida, su empleo no acontece de manera tan natural. Veamos un ejemplo: las autoescuelas del País Vasco, comunidad que supera a Navarra en hablantes de euskera, ofrecen a sus alumnos examinarse en este idioma, y muy pocos optan por esta posibilidad, lo cual puede ser síntoma de que, en cierto modo, quien conoce el euskera lo utiliza en un ámbito restringido o no lo utiliza apenas.
Que una lengua se hablase en mayor proporción que ahora en un determinado lugar no es razón de peso para favorecerla de un modo forzado. Aquí también se habló latín, y romance navarro-aragonés. Y no veo a nadie alzando la voz para recuperar dichas formas de comunicación. Que aquí más o menos todos sepamos decir kaixo, agur o eskerrik asko (‘hola’, ‘adiós’ o ‘gracias’) no significa que el euskera esté extendido y sea lícito querer que nos expresemos todos en dicha lengua; esa no es la realidad. En cierta manera, y utilizando una palabra de moda, hay bastante postureo. No todo el que suelta expresiones en euskera es hablante de euskera.
Mi nombre es de origen vasco, y mi apellido también. Toda mi familia cercana es navarra. El nombre de mi equipo de fútbol es vasco. Creo que sé más de cien palabras en euskera, aunque no sepa hablarlo. Mi hijo estudia euskera como asignatura, solo porque creo que es parte de nuestra cultura y porque, si no conoce algo del idioma va a quedar, por desgracia, apartado socialmente. Admiro y respeto a quien sabe euskera porque es su lengua materna, o porque se ha empeñado en aprenderlo, y lo utiliza sin dificultad. Pero no puedo pasar por alto que se utilice una lengua como instrumento de nacionalización o como forma de dividir a la sociedad, primando -o premiando- el uso de dicha lengua mientras se habla de igualdad para todos.
Las lenguas están vivas gracias a los hablantes. Las lenguas cambian, evolucionan, reciben préstamos de otras lenguas y están afectadas por las realidades que designan. Una lengua puede acabar desapareciendo, no es un proceso raro en absoluto. A nadie le agradaría que eso sucediera, a nadie, repito, porque la diversidad de lenguas es diversidad cultural y es riqueza. Pero no se puede forzar a nadie a hablar una lengua por un afán romántico o identitario. En este mundo global hay que apostar por lenguas que nos comuniquen con el mundo, y el euskera, lamentablemente, no es una de esas lenguas. El euskera debe preservarse en ámbitos donde ya se habla y se conoce. Querer implantarlo donde nunca se habló es de locos.
Por todo esto, numerosas asociaciones, partidos políticos, sindicatos y ciudadanos anónimos se manifestarán el 2 de junio frente al Parlamento de Navarra con el lema «Por el futuro de todos en igualdad». Aunque, en palabras de Koldo Martínez, dicha manifestación sea «identitaria, antinavarra y castellanista».