Gastos de gestión

Algo tan sencillo como comprar billetes de tren en la página oficial de Renfe puede resultar desesperante. Escribes en el buscador Renfe billetes; introduces la estación de origen, la fecha, el número de pasajeros; después la estación de destino, la fecha de regreso, etc. Hay que rellenar los datos personales de todos los viajeros: nombre, apellidos, DNI, teléfono, si se le aplica algún descuento… El siguiente paso, después de haber elegido el horario de tren de entre los que ofrece el sistema y el tipo de billete (normal o con cancelación), toca introducir la forma de pago. Y aquí vienen el llanto y el tirarse de los pelos.

Después de poner el número de tarjeta de crédito y todos sus sacramentos, le das a validar y tras unos pocos segundos aparece el mensaje: «Se han encontrado los siguientes errores: No se puede continuar con la venta (U010)». Y no, no es problema de tu cobertura, ni te has quedado sin datos, ni has tardado demasiado en completar todos los datos requeridos, ni estás sin saldo en la tarjeta, ni le has dado al botón equivocado, ni se ha caído internet, ni Putin ha boicoteado las redes. Nada de eso. Es un problema mucho más simple y crematístico.

Según explica la propia Renfe, la compra de billetes por su página web o su aplicación móvil tiene un recargo de 0. Nada. Gratis. Solo pagas por el viaje, nada por la gestión. Si compras las billetes en alguna de las máquinas de autoservicio que hay en las estaciones o bien llamando por teléfono al servicio de venta de Renfe, la gestión te costará un 3,5 % del precio de los billetes. Y si vas directamente a ventanilla, a la taquilla de la estación de origen, el recargo será de un 5,5 % sobre el precio de los billetes. Por ese módico precio te atiende una persona de verdad detrás de un cristal; imagino que el cristal lo ponen para no recibir ataques furibundos de los sufridos viajeros.

Como ya estarán adivinando, ni la web ni la app de Renfe funcionan. Parece que funcionan, pero no logras completar el pago. Lo vuelves a intentar y sigue dando error. Yo llamé, inocente de mí, a un teléfono de Renfe para explicar lo que me estaba sucediendo y ver si podían arreglar ese fallo informático que no era tal en realidad. La teleoperadora, después de pedirme todos los datos del viaje en cuestión, me informó del importe que tenían mis billetes. Por supuesto, la cifra que me dio era superior a la que me aparecía en la página web antes de producirse el fallo que no era tal. Exactamente un 3,5 % superior. Le respondí que no había llamado para comprar billetes sino para que me solucionaran lo del error con internet, y colgué.

El final de esta historia es que me terminaron apuñalando con el recargo más alto, el de ventanilla. Por un poco más decidí ir a la estación a comprar los billetes, ya que de haberlos adquirido por teléfono hubiera tenido que ir igualmente allí a sacarlos impresos por la máquina. Mi compra tuvo el correspondiente 5,5 % de comisión, pero no me fui sin rellenar una hoja de reclamaciones.

Esa es otra: pedí la hoja y me hice a un lado para cumplimentarla. Era un papel de esos dobles, donde se calca en una segunda hoja lo que escribes. Me despaché a gusto (en el escaso espacio que había para escribir) contra la ineficacia de la venta por internet en pro de cobrar comisiones a todo hijo de vecino. Asumo que le eché bastante cara al asunto cuando vi que se quedaba libre una de las empleadas de ventanilla y le dije al señor que tenía el turno que me dejara entregar la hoja de reclamaciones ya que solamente me tenían que dar una copia. Recordemos que era papel de calco: una de las hojas era para Renfe y la otra para mí. El señor mencionado no dijo nada, pero otro caballero que estaba en la fila un poco más atrás empezó a echar pestes porque me había colado.

De nada sirvieron mis argumentos: a ver, que acabo de estar en ventanilla, que yo también he hecho cola antes pero quería entregar esta hoja de reclamaciones. Que me da igual lo que vayas a entregar, vuelves a hacer la cola como todo dios. Pongan esto último en su cabeza con voz gritada. De energúmeno.

(Mientras tanto, la empleada de Renfe se había llevado mi hoja a una fotocopiadora. ¡A una fotocopiadora de velocidad supersónica! No sabía que se tardaba tanto en hacer una fotocopia, ¡una!, porque el tiempo que dedicó la muchacha a hacer esa fotocopia se me hizo un mundo, creo que el parto de mi primer hijo fue ligeramente más breve).

Mi desesperación por explicar que ¡yo solo quería un cuño! y ¡no sé para qué la fotocopia si es papel de calco! terminó conmigo saliendo de la estación con mi copia en la mano, mi yugular sobresaliendo en mi cuello y varios pares de ojos desorbitados y cabreados clavándose en mi nuca mientras salía por la puerta de cristal. Pasé un mal rato, lo reconozco, pero lo volvería a hacer si es necesario.

Derecho a la pataleta, lo llaman. No servirá de nada, pero es que menuda vergüenza, Renfe, Ministerio de transportes, movilidad y agenda urbana, presidente-del-gobierno-en-funciones. Pero luego no cojas el coche, ¿eh?, que contaminas.

Un comentario en “Gastos de gestión

Deja un comentario