Admitido

Al acabar la primaria, un niño tiene en Navarra tres opciones para estar escolarizado en un centro de secundaria.

Una es continuar en el mismo centro educativo, si este cuenta en su oferta con educación secundaria obligatoria. Los centros concertados suelen recibir al alumnado con 3 años y lo despiden cubierto de acné con 16 (acabada la ESO) o con 18 (tras el bachillerato).

Otra es ejercer su derecho a plaza en el instituto adscrito a su colegio: los centros públicos tienen «adjudicado» un centro de secundaria por cercanía o por similitud curricular (modelo lingüístico, por ejemplo), y en principio el alumnado cuyo colegio es un centro adscrito tiene prioridad para estudiar en ese centro de secundaria. Es decir, acaban sexto en su colegio y pasan al instituto que le corresponde a su colegio, que es adonde, en principio, irá la mayoría de sus compañeros. Sobra decir que la decisión acerca de qué instituto le corresponde a cada colegio no está en nuestras manos, queridos, sino en las del departamento de Educación.

Y la tercera vía es optar, a través de una solicitud dirigida al departamento, a que el alumno estudie en un centro de secundaria que no es el que le corresponde. Dicha solicitud requiere enviar en plazo cierta documentación, y pobre de ti si se te pasa ese plazo.

Optando por esta tercera vía, sobreviene un periodo de incertidumbre, peor que cuando estábamos esperando si la UEFA dejaba a Osasuna jugar la Conference. Las plazas que oferte el instituto objeto de nuestros deseos (o institutos, ya que se pueden consignar hasta seis en orden de preferencia) se conceden, de manera preferente, a alumnado con necesidades educativas especiales, y además, como he dicho, a alumnado procedente de centros adscritos. Si después sobran plazas libres, se conceden a los solicitantes teniendo en cuenta un baremo con diferentes criterios puntuables.

Los criterios en cuestión responden a situaciones familiares (familia numerosa, monoparental, víctima de violencia de género…), económicas (nivel de renta), geográficas (puntúa la cercanía del domicilio con el centro o la cercanía del lugar de trabajo de uno de los progenitores con el centro educativo), de coincidencia (tener hermanos en el mismo centro o uno de los padres trabajando en él), etc. Habiendo empate a puntos, se sigue el orden alfabético a partir de las letras que salieron en un sorteo público realizado ad hoc. El listado de admitidos se ordena por puntuación según baremo y atendiendo a este sorteo de letras.

No existe ningún criterio académico en el baremo; un expediente brillante no tiene ninguna importancia. Curioso esto de que, por ejemplo, alguien que ha aprobado la primaria a trompicones tenga más puntos que otro alumno de nueves y dieces solo por contar, por ejemplo, con un hermano mayor en el centro al que quiere entrar.

En marzo hicimos la preinscripción por la «tercera vía». En junio y julio salieron listados de admisión, y mi hijo quedó siempre en lista de espera. No teníamos otra opción que matricularlo en el centro de referencia, que no era de nuestro agrado por diferentes motivos. Capítulo aparte merece el hecho de que los días para hacer la matrícula fueran, exclusivamente, el 5 de julio en horario de oficina y el 6 de julio hasta las 11:45. Los de Pamplona sabemos cómo está el ambiente por esas fechas, ¿verdad? Pobre de ti si se te había ocurrido irte de vacaciones coincidiendo con esos días. Y no, no había más días para hacer la matrícula, qué te habías creído.

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En fin, llegó septiembre y, aunque las listas de espera seguían teniendo vigencia y aún podía ocurrir cualquier cosa, nos habíamos hecho a la idea de que el día 7 nuestro hijo iba a empezar secundaria en un centro que teníamos que aceptar con resignación y todo el optimismo posible. El mismo día 3 fui con mi hijo de casa al instituto para que se aprendiera el camino y las paradas de autobús.

Pero tres días antes del inicio de las clases recibí la llamada, justo un día después de esa pequeña excursión para enseñarle el camino al instituto al que ya no iba a ir. Se habían producido vacantes en el centro de nuestra elección, y me preguntaban si estábamos interesados en formalizar allí la matrícula. Si me hubiera tocado la lotería no me habría puesto tan contenta, creo yo. No olvidaré nunca ese lunes.

Mi reflexión sobre todo este periplo es la siguiente. A pesar del final feliz de la historia, me pregunto a qué cabeza cruel se le ocurrió tener a multitud de familias toda la primavera y casi todo el verano pendientes de si la lista se mueve, de si el departamento le llama, de a qué centro van a ir los compañeros de colegio de su hijo, de si tendrán que hacer malabares con los horarios, de cómo llegar todos los días al instituto, con coche, sin coche, con autobús, villavesas, a pie, etc. Mi solidaridad también con las familias que, inocentemente, creyeron que tenían plaza asegurada en el instituto que les correspondía y que, sin embargo, se han quedado fuera a pesar de tener preferencia para entrar, simplemente porque el departamento no ha abierto más líneas en ese centro y ha habido más demanda que oferta. Hasta en la prensa ha salido esto, con firmas y firmas de las familias afectadas.

Expulso con una sonrisa un gran suspiro de alivio porque todo ha terminado bien para nosotros. Pero envío desde aquí un tirón de orejas virtual a todo aquel con competencias para darle una vuelta a todo este proceso de admisión de locos.

Feliz curso nuevo.

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