Todos al cole

Me entusiasma que las familias podamos tomar parte en las actividades escolares de nuestros hijos. Desde que empezó su vida escolar, primero del mayor y ahora de la pequeña, he podido colaborar en diferentes momentos con los profesores y con otros padres del colegio. Desde este curso he formado parte de los llamados grupos interactivos en primaria. Esta actividad tiene lugar una sesión por semana, y consiste en dividir a los alumnos en grupos de cuatro o cinco. Cada grupo tiene un adulto responsable de encauzar y guiar la actividad; puede ser un profesor o un voluntario, que casi siempre son (somos) madres de alumnos. En intervalos de unos diez minutos, los alumnos realizan la actividad del grupo en el que están sentados, que puede ser de matemáticas, lectoescritura, vocabulario, practicar las horas, juegos de lógica espacial, etc. Cuando suena la alarma, cambian de mesas y el siguiente grupo rota y se sienta. De este modo, el voluntario no se mueve sino que son los niños quienes cambian de actividad. No es mi profesión y por eso no sabría decir los numerosos beneficios pedagógicos de esta metodología, pero como madre veo que los alumnos están muy motivados: se les ilumina la cara cuando ven entrar a las mamis en su aula.

Hace poco mi hija salió de su clase de tres años con una «mochila viajera» que contenía un peluche de una tortuga y un cuaderno de hojas blancas. El cometido era tener esta mochila en casa durante una semana, y que mi hija jugara con el peluche, la tortuga Felisa, e hiciéramos fotos del día a día: en el parque, en la compra, durmiendo, etc. Fue un éxito. Escribí en el cuaderno lo que mi hija y Felisa habían compartido en esos días y pusimos unas cuantas fotos. Mi hija dibujó la tortuga, escribió su nombre -el de Felisa, con mi ayuda, y el suyo, sola-. Transcribí un cuento que se inventó con Felisa de protagonista. Fuimos la familia que inauguró el cuaderno, así que no teníamos muchas referencias, pero las profesoras se quedaron encantadas, y nos felicitaron por el trabajo. Mi hija todavía nombra a Felisa, aunque han pasado bastantes semanas de eso.

El año pasado hubo padres que contaron en la clase de qué país son oriundos, hablaron de costumbres o comidas típicas e incluso llevaron viandas del lugar. En otra ocasión, al terminar el ciclo de educación infantil, nos invitaron a las familias a autogestionar un almuerzo de fin de curso, y cada cual llevó comida casera como tortilla de patatas, queso ecuatoriano, dulces de papaya, pastas marroquíes, etc. Comieron los niños, los padres y los profesores, y además lo pusimos todo al aire libre, en la puerta de la clase. Este año también nos han invitado a colaborar en el mantenimiento del huerto escolar, cosa que aún no me ha tocado, pero a otros padres sí.

Cuando era pequeña, no recuerdo que los padres intervinieran tanto en la vida escolar. Sí que se apuntaban como voluntarios para acompañarnos en las excursiones, y todos envidiábamos a aquel cuyo padre o madre se encontraba montado en el autobús. Creo recordar también que, cuando hacíamos talleres los viernes por la tarde, venían madres al taller de cocina a enseñarnos recetas sencillas, como bolitas de coco, macedonia de fruta o crema de cacao y avellanas. Pero creo que a esto se reducía la colaboración familias-colegio. Es de agradecer que se trate de implicar a los padres en la vida escolar, aunque muchos, ciertamente, pasan del tema, quizá sencillamente por obligaciones laborales o de otro tipo. En mi caso, ahora que puedo, trato de aprovechar y me apunto a todo, que luego los chiquitos crecen y, bueno, ya sabemos todos lo que pasa.

Mi más reciente colaboración ha sido ayudar con los disfraces de carnaval. Recuerdo cuando nos disfrazábamos en mi colegio, casi siempre de carnaval rural de Navarra. Unos cursos iban del carnaval de Lanz, otros del de Alsasua, Ituren, Zubieta, Goizueta… Curiosamente, mis hijos este año van a repetir temática, e inevitablemente recordaré mis años mozos. Por aquí dejo unas fotos del año de la carraca de aquellos maravillosos carnavales escolares. Era el día de salir por las calles del barrio desfilando y llamando la atención de los transeúntes, el día de perpetrar el baile que nos habíamos aprendido en clase de música. El día, básicamente, de echarnos unas risas y unas fotos de carrete. No tengan en cuenta mis pintas de principios de los noventa, las fotos no hacen justicia. Casi nunca lo hacen, ¿cierto?

Que disfruten del carnaval, carnaval.

 

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