Un año más, la ciudad ha comenzado su transformación de pequeña capital a gran urbe de la Fiesta, con mayúscula. Llega San Fermín, un compendio extraño de tradición, solera, primitivismo, música y alegría, hermandad, borrachera, comilonas, blanco impoluto y calles sucias.
Hace dos años un suceso por todos conocido manchó de la manera más dañina nuestras fiestas. Quedó claro desde el primer minuto que la sociedad pamplonesa y de más allá de estos lares reprobó los hechos, se asqueó y reivindicó unas fiestas libres de agresiones sexuales. Pero hace muchos años que llevamos aguantando que se proyecte una imagen de Pamplona que, aunque lamentablemente existe, no es representativa de lo que aquí ocurre del 6 al 14 de julio cada año.
Me estoy refiriendo a ciertos medios de comunicación que, como aves de rapiña, emiten para el gran público imágenes de reporteras besadas y sobadas en medio de un gentío mayoritariamente masculino; imágenes de beodos próximos al coma etílico, calles plastificadas de vasos y acristaladas de botellas, muchachas pechos al viento manoseadas sin que, al parecer, les importe. Esto es lo que vende, y a estos medios no les interesa ahondar en la fiesta. Recientemente, en unas jornadas en las que se debatía sobre San Fermín, una chica contaba que en la calle, en medio de la fiesta, propuso a un medio televisivo que la acompañaran a conocer los auténticos Sanfermines, pues lo que estaban grabando no lo eran. La respuesta que obtuvo fue: es que eso no vende.
No he tenido la suerte aún de disfrutar de otras famosas fiestas españolas: la Feria de abril de Sevilla, las Fallas de Valencia, el carnaval de Tenerife o de Cádiz. De todas ellas no conozco nada más que lo que veo en las noticias, y no percibo nada negativo; al contrario, recibo una imagen atractiva que no hace pensar que en esas ciudades la gente se beba el agua de los floreros, convierta las calles en un basurero o acose al sexo femenino. A los de Pamplona nos duele que no se conozcan, por ejemplo, los almuerzos en cuadrilla antes del chupinazo, la solemnidad de la procesión del santo en el día grande, el 7 de julio; los bailes de los gigantes de Pamplona al ritmo de las gaitas y los txistus y las carreras de los críos delante de los kilikis; el chocolate con churros después del madrugón para ver el encierro o una ronda de pinchos y vinico de la tierra para hacer hambre antes de comer; merendar pochas con almejas en los tendidos de la plaza de toros, compartir una jarra de sorbete de cava con los amigos en plena calle y cenar un bocata sobre el verde de la Ciudadela esperando a ver los fuegos artificiales.

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Echo de menos una mayor implicación por parte de quienes gobiernan. En el plano institucional nadie se ha preocupado nunca con ahínco de hacer llegar otra imagen de San Fermín. Se permite que agencias extranjeras publiciten en sus países de origen actos impropios de estas fiestas como el salto sobre la multitud desde lo alto de una fuente monumental del casco viejo pamplonés. Se permite que rancios tertulianos de Tele 5, Antena 3 o La Sexta suelten disparates sobre unas fiestas que no han pisado nunca.
Espero sentada que alguna vez un programa del estilo Comando actualidad o similar tenga a bien meterse de lleno en la fiesta de verdad: que hablen con los que cuidan y visten a San Fermín, con los pastores del encierro, con la churrera de la Mañueta, Paulina, con los que bailan a Braulia o a Josemiguelerico, gigantes de 60 kilos de peso que junto a sus otros seis compañeros concitan las miradas de miles y miles de niños todos los días de las fiestas. Que hablen con los foráneos que una vez vinieron a Pamplona a conocer una fiesta y acabaron enamorándose de otra, de la que no se muestra pero es. Esa es la auténtica, la que hace que, a cientos de kilómetros, un pamplonica esté a las doce el 6 de julio en un chiringuito playero con la mujer y los críos pañuelo rojo en mano y aguantando una lagrimica porque no está en Pamplona en ese instante. Es la fiesta que transmitimos de padres a hijos, niños que se saben el nombre de los kilikis y no levantan cuatro palmos del suelo; niños que corren delante de toros de cartón. Es la de las jotas entonadas desde el alma flotando en el azul celeste de julio, la de los dantzaris bailando para el santo, la Pamplonesa derrochando música o los gaiteros en la plaza consistorial haciendo bailar a la marabunta recién tirado el chupinazo.
Gigantes de Pamplona: Candombe para José
Salida de los gaiteros tras el chupinazo
San Fermín desde dentro. TVE internacional
No he mencionado apenas el encierro. Es el único acto de la fiesta que no necesita publicidad, se vende solo, pero hay que cuidarlo. He hablado de medios de comunicación, y en lo que se refiere al encierro quiero agradecer la labor de Televisión Española por la cobertura extraordinaria que da, por el respeto con el que trata esta tradición y por transmitir una imagen positiva de Pamplona y sus fiestas. A estos profesionales les doy las gracias y les animo a seguir así. Ojalá otros tomaran ejemplo.
Quedan pocas horas. Vayan planchando los pantalones y las camisas, rebusquen en el armario los pañuelos rojos y las fajas. Un año más, ¡viva san Fermín!