Miraculum

Pestañear es el aleteo de dos mariposas en el rostro. Surgen arreboles al atardecer y tiñen el cielo de rojo y anaranjado. Un rayo de luz trazado con tiralíneas atraviesa las nubes y parece un foco sobre el escenario de la tierra. Risas de niños en el parque y sonrisas de abuelos surcadas de arrugas. Una tarde de charla entre amigos alrededor de unos cafés. Salir indemne de un accidente que parecía fatal. Agua que surge limpia y fresca accionando tan solo una palanca. Historias de papel o de pantalla que nos hacen llorar (o reír). Descubrir el amor. Gestar y alumbrar una vida.

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Que juntando unos signos seamos capaces de transmitir mensajes y entendernos. Que haya miles de códigos diferentes llamados lenguas que logran ese propósito. Los avances médicos, científicos y tecnológicos. Las invenciones, las serendipias. Ver una estrella fugaz. La luna redonda como un queso, brillante como una moneda nueva. Las olas del mar, rítmicas, cíclicas, hipnóticas. La música.

Emocionar y que nos emocionen; que una simple caricia nos desarme. Esas miradas que dicen tanto, no hablemos ya de las sonrisas. El poder sanador de un abrazo o el de una carcajada. Soñar.

Esta es mi lista de milagros, inadvertidos casi siempre, pero que suceden a diario. Si estamos rodeados de milagros, si estamos hechos de milagros, ¿por qué no creer que este podrido mundo aún tiene esperanza? Así lo espero.

Duele

La detonación fue un momento y duró siglos.

Gritos, confusión, miedo. No comprendo, no quiero, no está pasando.

Cristales rotos alfombran mi casa. Mi casa destruida en un suspiro.

Estamos bien, vivos, rotos por dentro, pero vivos. Y el piano.

Lo miro: tan blanco, está entero. ¿Sonará? Hijos, venid. No sé,

no sé si hay tiempo, esperad un momento, necesito pensar, tocar, pensar.

Irina frota las teclas negrasblancasnegrasblancas. Suspira, teme y le duele.

Sabe que hay que marcharse, dejar todo atrás. La música y su vida allí, la música

y la tranquilidad, la tibieza de un hogar labrado a golpe de esfuerzo y amor. La música.

Elige a Chopin, qué delicia, no puede imaginar sus dedos huérfanos.

Sus dedos se irán con ella, el piano se queda atrás. Llegarán otros pianos, quizá otro hogar,

con suerte, no lo sabe.

La música brota de sus manos, está en su cabeza, negrasblancasnegrasblancas y corcheas.

Bello instante incrustado en la tiniebla. Como en aquella película, cómo se llamaba,

la del pianista.

Bello instante incrustado en la tiniebla. Suena la última nota.

Nos vamos.

(Para escuchar a Irina despidiéndose: https://www.youtube.com/watch?v=KkZQuE50b9E)

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Vivir es urgente

No sé si es por el subconsciente, donde habita el carpe diem clásico y de El club de los poetas muertos, pero a veces me invade una sensación de no estar aprovechando el momento como es debido; no sé si les pasa: típico domingo por la tarde de sofá y de pulsar el mando a distancia con el móvil en la otra mano, y de repente una vocecilla en el cerebro: no estás exprimiendo el tiempo, podías hacer algo creativo, o salir con la bici, o hacer una manualidad con los críos, o poner orden en las dos mil fotos que no has vaciado del teléfono. Hacer, hacer, llenar los minutos con algo productivo.

Últimamente, y desde hace ya demasiado tiempo, nos engulle la rutina: ese no tener vida social, ese miedo al contagio, del trabajo a casa, sin aglomeraciones, compañía la justa. Destaparse la cara para beber un sorbo es deporte de riesgo; hay que ventilar, no acercarse al otro, ¡desconfía! El termómetro bajo cero no invita a salir, a ir de excursión, a escapar. Un día es parecido al anterior, y al siguiente, y sin embargo tenemos que sonreír porque siempre hay alguien que está peor que nosotros. Gente cuya realidad transcurre en un ay, en no llegar a fin de mes: un desahucio, un embargo, una nevera vacía, un negocio cerrado. Soy afortunada, no puedo quejarme.

Nuestra existencia sencilla y en ocasiones aburrida choca cada vez más a menudo con que vivir tenga que ser excitante, cada día una aventura. La publicidad y los que viven de enseñar su vida a través de una pantalla de teléfono nos muestran lugares de ensueño, comida deliciosa y perfectamente fotografiada, imagen cuidadísima -cabello, maquillaje, ropa, pose. Pero la mayoría llevamos vidas corrientes y parecidas entre sí, porque esta puta pandemia -permítanme el exabrupto- nos ha hecho ser similares: tenemos el mismo miedo, repetimos el mismo discurso que nos vomitan los medios de comunicación y mantenemos las mismas conversaciones que giran en torno a incidencias acumuladas, ocupación de camas UCI, presión hospitalaria, positivos, cuarentenas y antígenos.

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No estoy siendo ordenada, perdón: no escribo hoy con planteamiento, desarrollo y desenlace. Necesito echar fuera un sentimiento de rabia, hastío y hartazgo que estoy segura comparten conmigo. Tengo ganas de gritar al aire, dar una patada y que reviente por donde sea. Me pongo triste cuando pienso en mis hijos, cuando miro al pasado y veo cuán diferente era de ahora. Me aferro a una esperanza chiquitita de que esto pasará, pero dudo muchísimo de que el mundo vuelva a ser como hace diez o quince años.

Todo va muy deprisa, acojonantemente deprisa, y es oscuro y estremecedor. La libertad, nuestra libertad, debe ser nuestro bien más preciado. Y en cambio se oyen y se leen discursos atroces que salen de personas corrientes, como tú, como yo, en virtud de no sé qué normas.

La última vez que sentí plena felicidad (desbordante, simple y rotunda) fue hace unos meses en la boda de mi hermana. Porque verlos felices era contagioso, porque bailamos todos hasta caer rendidos y nos dieron igual las mascarillas y la distancia, porque estábamos (y estamos) todos hasta las narices, esas narices que llevamos tapadas demasiadas horas al día.

¿Cuándo va a acabar esto? Quiero vivir como antes, urgentemente.

Mi pequeño

Hoy es tu cumpleaños, cariño: ¡felicidades!. Cumples diez preciosos años durante los que has aprendido valiosas enseñanzas: pedir las cosas por favor, dar las gracias, no arrojar basura al suelo, tomar tus propias decisiones sin importar qué dirán, no insultar a nadie y respetar a todo el mundo. Cosas que parecen comunes y corrientes pero que no todos ponen en práctica: felicidades por ser uno de los que sí. Felicidades, hijo, por ser como eres, con tu simpatía y cariño a raudales, tu sensibilidad y creatividad, tu sentido del deber y de la justicia.

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Gracias por haberme hecho crecer tanto, por tener paciencia conmigo cuando a veces pierdo la paciencia. Por comprender que los adultos trabajamos y ocupamos mucho tiempo, a veces demasiado, en cosas de adultos. Gracias por tus ansias de saber, por tus preguntas curiosas y tu escucha atenta. Gracias por ese amor infinito hacia tus abuelos y tus tíos, y por esos abrazos que nos das a todos acompañados siempre de un «te quiero». Gracias por querer tanto a tu hermana, por cuidarla y jugar tanto con ella como sueles hacer. Nunca dejéis de cuidaros el uno al otro. Vosotros dos sois lo más importante para papá y para mí, y estáis por delante de cualquier cosa.

Llevo diez años currando en esto de la maternidad, y no ha sido fácil ni lo será nunca. Pero le pongo todo el empeño: espero estar haciéndolo bien, y seguir creciendo contigo a mi lado, aprendiendo cada día con tu evolución. Te estás haciendo mayor y pronto serás un jovencito con muchos proyectos en la cabeza: seguirás estudiando, trabajarás, te enamorarás. Estaremos a tu lado para lo que necesites, ya lo sabes. Me convertiste en madre un mediodía de noviembre, me encontraba exhausta pero tu llegada me hizo olvidar todos los males, y trajiste contigo el amor más puro, genuino e incondicional.

Estoy orgullosa de ti, mi niño. Disfruta muchísimo de uno de tus días favoritos, el de tu cumple. Te quiere: mamá.

Almas tristes

En la película de animación Trolls (Dreamworks), esos pequeños seres de pelos de colores, canciones pegadizas y purpurina a raudales se ven por un momento atrapados por los tristes «bergen», y sus esperanzas de escapar se desvanecen. Sus cuerpos de colores y sus cabelleras llenas de luz y vida se apagan y se tornan grises. Hasta que uno de los trols entona una melodía llena de amor y poco a poco hace que cada trol vuelva a recuperar sus colores, su esperanza y el ánimo para intentar un plan de huida en equipo que finalmente resulta exitoso.

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Vivimos un tiempo gris, nuestras cabelleras han perdido su arcoíris, y entonar canciones felices resulta cada vez más difícil. Siguiendo con el símil cinematográfico, vivimos un día de la marmota perenne. De casa al trabajo y del trabajo a casa -el que tenga trabajo, claro. El ocio se ha reducido a ver pelis y series en el sofá, guasapear mensajes a nuestros familiares y amigos, a quienes no vemos o vemos muy poco, en la calle y sin un triste abrazo, y marchar al monte más próximo a pasear a ver si la naturaleza es capaz de sanar nuestra alma triste.

El otro día fui con mis hijos al cine, no habíamos estado desde el verano. Era miércoles, no esperaba ver mucha gente en la sala. La película, Trolls 2, quizá por eso he empezado esta entrada hablando de estos seres. Sesión de las 18:30 y la sala vacía, sin poder comer ni beber. Vacía a excepción de nosotros cuatro. Ignoro cuánta gente podría haber en las demás salas, pero a juzgar por cómo estaba el pasillo de acceso imagino que estarían desiertas o casi.

La pandemia nos está quitando muchas cosas y a muchas personas, y una de esas cosas es la capacidad de dar sorpresas. Se nos ha acabado presentarnos de improviso en casa de un amigo, o tomar unos potes después del trabajo y terminar yendo de farra sin haberlo planeado. O visitar a los abuelos y que los niños imploren a la hora de marchar a casa quedarse a dormir con ellos, porfi, porfi. Las fiestas de cumpleaños con mucha gente y soplando muchas velas también se han extinguido. Por cierto, nunca hasta ahora habíamos pensado en la guarrería que supone soplar encima de un alimento. En fin. El azúcar de la rutina se va desvaneciendo, y estamos permanentemente ante un plato de brócoli hervido.

Será esta luz de otoño, será la proximidad de unas no-navidades. Será la crispación que atraviesa la pantalla del televisor cuando vemos las noticias. La tristeza nos inunda, y necesitamos un trol cantarín y colorido que nos devuelva la sonrisa. Busquen a su trol, quizá es ese amigo con el que hace tiempo que no habla. Quizá son sus hijos ya crecidos e independientes, a los que debe recordar más a menudo que los quiere mucho y los echa de menos. O sus hijos pequeños, esos valientes que no se quejan de todo lo que están viviendo porque su capacidad de adaptación es asombrosa. O un libro por abrir y que inesperadamente les hace olvidar un rato las penurias. Les deseo de corazón que encuentren a diario a su trol cantarín que les anime el alma. Cuídense y dejen que la vida les sorprenda, por difícil que sea.

carpe diem

vivimos en un mundo de destrucción, colapso e injusticias la gente muere en Siria, Yemen, Afganistán, Libia, Sudán del Sur, Somalia, la gente muere de hambre, muere enferma, muere de soledad

muchos niños soldado muchos niños explotados sexo pederastia pornografía analfabetismo mujeres maltratadas explotadas olvidadas violadas

niños del primer mundo hiperestimulados infraatendidos adictos a las pantallas niños adultos jóvenes desmotivados quequierenseryoutubers y ganar mucho dinero sin esfuerzo parejas sin trabajo con trabajo precario sin piso con hipoteca sin hijos no pueden tener hijos no les llega pero

incendios en Australia, Argentina, Bolivia, Brasil, Rusia, California, incendios que matan destruyen calcinan destrozan ecosistemas hectáreas animales flora fauna vidas

gobiernos que desgobiernan gobiernos dictatoriales señores de la guerra gobiernos de millonarios con pelo imposible gobiernos que solo piensan en su gobierno y no se preocupan por la gente mientras puedan seguir cobrando

inundaciones sequías sequías inundaciones terremotos tsunamis aguas contaminadas mares océanos llenos de basura más basura que peces toneladas de basura generada por ¿humanos?

despilfarro comida tirada a la basura indigencia desigualdad falta de recursos de ayuda de generosidad

virus pandemia global contagios futuro incierto nueva realidad distanciamiento no abraces no toques no beses no te reúnas

necesitamos esperanza necesitamos implicarnos cambiar involucrarnos luchar por las cosas buenas de este mundo por las personas buenas por la humanidad porque

busco motivos de alegría motivos para estar agradecido no es fácil pero he de intentarlo porque

no llevo cinturón de castidad no me va a aplastar un mamut nada más desayunar no han llegado alienígenas que comen ratas ni mi esperanza de vida llega solo a los cuarenta y nueve años como en el siglo XIII

no he vivido una guerra -todavía- abro el grifo y sale agua -potable- tengo amigos familia sueños dos brazos dos piernas cerebro y alma

exprimamos cada segundo todo es una mierda lo sé pero eh, estamos aquí hagamos lo que podamos

tengo ganas de vivir

¿las tienes tú?

Miedo

De las aglomeraciones en sitios cerrados, de tocar algo y no lavarnos las manos (¿dónde he dejado el hidrogel?), de ir a un bar, de tocar la mascarilla para ajustarla mejor, aunque no se debe tocar, no, no, no, no toques. De quedar con amigos a los que estoy deseando ver, tocar, abrazar. De los desconocidos que van con la nariz al aire, o se han tocado la cara para luego tocar otra cosa. De que mis hijos jueguen en el parque con niños completamente desconocidos, muchos de los cuales no llevan mascarilla porque de 6 a 12 años no es obligatorio mientras guarden 1,5 metros de distancia (que no guardan). De ir a la piscina (cuánto la echamos de menos). La playa no, no la echo nada de menos (quien me conoce o ha leído un poco este blog, sabe que odio la playa). De ir de tiendas, probar un pantalón, una camisa, una blusa. No, no, no, no te arriesgues, no.

Miedo. Llevamos desde marzo con el miedo metido en el cuerpo, y nos estamos olvidando de vivir. Nuestro presente está invadido por el miedo, pero también el futuro más próximo. ¿Trabajaremos? ¿Cómo será la vuelta a las aulas, si es que se da? ¿Nos volverán a confinar? ¿Contagiaré, sin saberlo, a mi abuelo, a mis padres?

El enemigo está ahí fuera, nos lo han grabado a fuego, nos lo repetimos día a día. Es un enemigo invisible, no sabes cuándo ataca, no sabes quién ya ha sido atacado. Pero ¡no se puede vivir con miedo! Vivir es un morir lentamente, nos guste o no. Se puede vivir en la angustia, atenazado, alerta, temeroso, receloso de todo y de todos, siempre en pro de la seguridad y de preservar la salud. Pero no es vivir. Lejos de fortalecernos, nos debilita.

Viajamos en coche, continuamente. Nos ponemos el cinturón, respetamos los límites de velocidad e intentamos conducir con los cinco sentidos. Estas son nuestras mascarillas a la hora de coger el coche. ¿Significa eso que no pueda llegar un loco, un borracho, un metepatas, y nos haga sufrir un accidente fatal? No estamos a salvo nunca: es un virus, pero es también una caída, un accidente, un cáncer. La vida es corta y única.

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Soy consciente de lo poco estructurado de esta entrada, y es a propósito, porque la cabeza no para de dar vueltas desde hace meses. Ha sido una primavera entre cuatro paredes y está siendo un verano de mierda, con perdón, y lo que espera a la vuelta no depara cosas más halagüeñas. Hay necesidad de descargar, desahogarse, llorar si hace falta. Hemos vivido un duelo, pasando de la negación o incredulidad a la rabia, la negociación, la depresión, la aceptación, y no precisamente en ese mismo orden, porque todos estos estados de ánimo se repiten, se entrecruzan, vuelven a la carga.

Me digo hoy: ¡basta ya! Voy a seguir siendo precavida, con mascarilla como cinturón de seguridad, con distancia e higiene como límites de velocidad. Pero con ganas de vivir, de ser consciente de todo lo bueno que me rodea, de ser agradecida. Lucharé para que mis hijos y todos los que me importan sean felices en esta nueva forma de estar y de convivir. Sin miedo. Y si vienen mal dadas, lo afrontaremos juntos.

Definición inversa (microrrelato)

Microrrelato presentado al XII Certamen Internacional de microrrelatos de San Fermín. Quise darle una vuelta a un término que citaban a menudo las autoridades sanitarias hablando de la pandemia de covid-19.

Enhorabuena a los diez finalistas. Otro año será.

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DEFINICIÓN INVERSA

Lanzar un ¡viva! a escasos centímetros de varias bocas sedientas; sentir que otras manos nos palmean las espaldas y que otros brazos nos agarran con cercana fraternidad.

Compartir un vaso que pierde el hielo por momentos; beber sin tapujos del mismo porrón.

Correr sin espacio a rebufo de un montón de mozos, sintiendo el aliento agitado de quienes se juegan la vida.

Posar la chiquillería sus labios en San Fermín engalanado con flores.

Acariciar el abanico de Josephamunda o tirar de la casaca de Napoleón.

Servirse con la mano de un plato hasta arriba de pinchos.

Esperar a que empiecen los fuegos poblando un césped abarrotado en el que no se distingue dónde acaba una cuadrilla y empieza otra.

Pasarse de unas manos a otras los platos de ajoarriero, pochas o magras con tomate, en el tendido, la peña o en casa de la cuñada.

Bailar en parejas o en grupo, haciendo la conga o el Chocolatero.

Llegar a la barra a fuerza de codazos, empuje y determinación, mezclando nuestro sudor con el de los demás.

Limpiarse las lágrimas después de una jota y no lavarse las manos.

Todo lo que no sea “etiqueta respiratoria” es San Fermín.

Volverán (relato librero)

Durante el confinamiento, la editorial Nórdica puso en marcha un concurso literario llamado «Relatos libreros», invitando a sus lectores a crear un homenaje en forma de relato a las librerías y los libreros, que vivían tiempos inciertos al no poder abrir. El texto ganador sería sobreimpresionado en una bolsa de tela con la imagen de Nórdica, y el autor del relato premiado recibiría varias bolsas en su casa, así como un lote de libros de Nórdica. ‘Instrucciones para salvar el mundo’, el relato ganador del 1er Concurso de Relatos Libreros

No he ganado, pero me divertí pensando mi relato, y aquí os lo dejo para que lo disfrutéis, que es gratis:

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VOLVERÁN

Los pobladores de Negro Sobre Blanco llevaban un tiempo esperando con paciencia y asomándose tras sobrecubiertas y tapas de cartoné, preguntándose unos a otros qué se hizo de los dedos que recorrían sus habitadas páginas antes de que alguien se decidiera a comprarlas. Algún avispado personaje alertó a los demás cuando descubrió, horrorizado, que ni siquiera los libreros estaban presentes ya. No es un inventario, les advirtió. Estarían aquí, y no veo ni oigo a nadie. Ha de ser fuerza mayor, jamás nos abandonarían. Pero volverán, lo sé.

¿Los lectores también? –preguntó una niña desde la página contigua.

Claro, los buenos libreros siempre van acompañados de buenos lectores.

 

Siento un hormigueo

Microrrelato presentado al Certamen 4º peldaño Escalera de San Fermín (blogsanfermin.com)

“¿Por dónde vamos ahora?” Habían dejado atrás una pronunciada cuesta, y el camino torcía ligeramente a la izquierda hacia una plaza desierta, tan desierta como todo lo recorrido desde que partieron. El silencio era avasallador; la reina tenía razón y la suya había sido una gran idea: aquella era la mejor época para hacer esa excursión. Llevaban años planeándola, fue siempre su ilusión, pero los riesgos eran grandes. No podían exponerse a perder efectivos, ya que siempre había sido una zona muy concurrida. Hacerlo de noche tampoco era una opción. Así que ahí estaban, cumpliendo un sueño, y juntas como la gran familia que eran. En cabeza, la reina las guiaba. Ni siquiera ella sabía por qué, de repente, ningún zapato amenazaba con acabar con la colonia. Era como si los humanos hubieran caído en un sueño eterno como el de la princesa del cuento.

“Ya estamos en la curva de Mercaderes”, anunció la reina. Las hormigas sonrieron y gritaron al unísono: ¡Ya falta menos!

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