Pestañear es el aleteo de dos mariposas en el rostro. Surgen arreboles al atardecer y tiñen el cielo de rojo y anaranjado. Un rayo de luz trazado con tiralíneas atraviesa las nubes y parece un foco sobre el escenario de la tierra. Risas de niños en el parque y sonrisas de abuelos surcadas de arrugas. Una tarde de charla entre amigos alrededor de unos cafés. Salir indemne de un accidente que parecía fatal. Agua que surge limpia y fresca accionando tan solo una palanca. Historias de papel o de pantalla que nos hacen llorar (o reír). Descubrir el amor. Gestar y alumbrar una vida.

Que juntando unos signos seamos capaces de transmitir mensajes y entendernos. Que haya miles de códigos diferentes llamados lenguas que logran ese propósito. Los avances médicos, científicos y tecnológicos. Las invenciones, las serendipias. Ver una estrella fugaz. La luna redonda como un queso, brillante como una moneda nueva. Las olas del mar, rítmicas, cíclicas, hipnóticas. La música.
Emocionar y que nos emocionen; que una simple caricia nos desarme. Esas miradas que dicen tanto, no hablemos ya de las sonrisas. El poder sanador de un abrazo o el de una carcajada. Soñar.
Esta es mi lista de milagros, inadvertidos casi siempre, pero que suceden a diario. Si estamos rodeados de milagros, si estamos hechos de milagros, ¿por qué no creer que este podrido mundo aún tiene esperanza? Así lo espero.