Joaquín Sabina; A vuelta de correo
Hace unas semanas en nuestro buzón había una carta que contenía la invitación a la boda de mi prima. No es nada frecuente que encontremos correspondencia personal o familiar en estos tiempos: todo son facturas (y a veces ni eso, pues ya llegan en formato electrónico), publicidad (colchones, cadenas de supermercados, pizzerías, etc.) o a lo sumo alguna publicación municipal (programas de fiestas, eventos, cursos en centros culturales…).
Así es que tan grato acontecimiento -el de encontrar una carta con sello y todo, y el hecho de que anunciara una boda que estaba más que anunciada- me ha hecho recordar momentos de mi pasado en los que todavía recibía cartas y, cómo no, también las escribía.
En 1º de BUP, allá por 1995, la profesora de inglés del instituto nos animó a apuntarnos a un programa internacional de intercambio epistolar con alumnos de otros países, con el fin de que practicáramos inglés con alguien nativo y de nuestra edad. El programa lo gestionaba una empresa finlandesa llamada International Youth Service (IYS), que cerró en 2008. Había que rellenar un formulario con nuestros datos e intereses, y ellos buscaban a alguien afín con quien cartearnos. De este modo estuve varios años escribiéndome con un chico de Irlanda del Norte llamado Brian Campbell, y un día, sin más, dejaron de llegar cartas y dejé yo de escribirlas. Supongo que nos habíamos hecho mayores o habíamos empezado la universidad, o ambas cosas. No he vuelto a saber de él, y nunca llegamos a vernos en persona, solo por foto (y bastante mala, por cierto). De aquellos años de carteo obtuve, además de las correspondientes cartas, una cinta de casete de Cindy Lauper (era su cantante favorita) y otra de éxitos variados de Roxette, Wham!, Céline Dion, Elton John, y otros.
Sin movernos de aquellos años de instituto, también mantuve correspondencia un par de veranos con una compañera de clase que era de Iturmendi, a 46 kilómetros de Pamplona. Nos llevábamos bien e intercambiamos alguna carta que otra contándonos lo que estábamos haciendo en las vacaciones estivales. Con una de mis amigas de la cuadrilla, que terminó viviendo lejos de Pamplona, también estuve una buena temporada manteniendo correspondencia. Ahora no nos hace falta, los mensajes de WhatsApp proporcionan la inmediatez que requieren dos madres con dos hijos cada una -y poco tiempo libre- cuando necesitan decirse algo o preguntarse qué tal va todo. Por supuesto que entonces también teníamos la opción de llamarnos por teléfono, pero lo de abrir el buzón y ver carta nos hacía a las dos especial ilusión.

Photo by John-Mark Smith on Pexels.com
Con otra compi de clase, esta vez de la facultad, también llegué a cartearme tanto en los veranos entre curso y curso, como después de acabada la carrera. Es de Valencia y hace muchos años que ni nos escribimos ni nos vemos, pero guardo muy buenos recuerdos de ella. Otra chica de Madrid que conocí en la universidad aunque no estudiaba lo mismo que yo todavía me manda el tradicional christmas para felicitarme las fiestas. Ella es quien inspiró esta otra entrada de mi blog: Perdona nuestras ofensas
No quería ponerme nostálgica, pero es evidente que ya nadie o casi nadie escribe cartas de amistad o de tipo familiar, mucho menos aún cartas de amor. El género epistolar requiere unas convenciones que deben conocerse, y hay grandes muestras de excelente nivel literario en cartas que entrecruzaron escritores coetáneos, científicos o amantes famosos. Las cartas que mis amigas y yo intercambiábamos no tenían estilo literario ninguno, pero las conservo aún con cariño y añoranza de unos años estudiantiles que ya quedan bastante atrás. Mi madre una vez me enseñó una carta que le escribió mi padre cuando estaba haciendo la mili, y leer un documento así pone los pelillos de punta. Espero que mis hijos, cuando crezcan, lean algunas de las cartas que he mencionado y descubran un poco cómo era su madre en su juventud.