Quienes me conocen saben que he pasado los últimos casi catorce años de mi vida trabajando en una librería. Y no, no lo he dejado para ponerme a escribir un blog. La marcha fue forzada porque hubo que cerrar: las ventas no eran tan boyantes como hace años, el sector del libro lleva una temporadita en crisis y ya no se sostenían los números. C’est la vie.
Hoy quiero hablar de libros, librerías y lectores. Para situarme un poco, he echado un ojo a esta página: https://www.mecd.gob.es/dam/jcr:bd29177e-2c26-4dbf-80d5-cc40a12a676d/el-sector-del-libro-en-espa-a–junio-2017.pdf
El sector del libro en España (junio 2017). Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Observatorio de la Lectura y el Libro.
Quien esté interesado en estadísticas de todo tipo referentes al mundo del libro, su edición, venta y distribución, tiene información de sobra en este documento. Yo me detendré solo en algunos datos llamativos, sacados de este informe, y los voy a resaltar en negrita para que quede claro que son datos copiados textualmente de dicho informe.
El libro en papel representa cerca del 72% de la edición en España. El digital, más de un 26%. Una parte de la edición, particularmente la referida a libros autoeditados a través de plataformas digitales como Amazon, Ibookstore o Google Play, entre otras, queda fuera de esta estadística oficial, unos datos que no están disponibles.
La irrupción del libro digital ha podido influir, es lícito pensarlo, en que la venta de libros en papel decaiga. Sin embargo, vemos que todavía no es un porcentaje alto el de la edición digital. Es más, según me contaban algunos clientes, muchos lectores tradicionales compaginan el e-book y el papel, y se decantan por uno u otro en función del tipo de lectura. Para el ocio, hay quienes prefieren el papel, y para el estudio o el ejercicio de su profesión, el libro digital. No puedo hablar del libro digital como usuaria (sigo anclada al de papel), pero quisiera destacar el hecho de que, al contrario de lo que pueda parecer, el libro electrónico no es tan barato en comparación con el tradicional. Quizá por eso esté pasando con los libros un poco como con la música: las descargas ilegales influyen en las ventas (o en las no-ventas, para ser exactos). No nos damos cuenta de nuestra responsabilidad como consumidores. Al descargar un libro de manera ilegal, perjudicamos al sector en su totalidad: autores, traductores, imprenta, editores, distribuidores, libreros.
El precio medio del libro en 2015 fue de 20,93 €. En papel sube hasta los 23,74 € y en digital desciende hasta los 12,13 €, un 49% menos que el impreso.
Hablemos del precio ahora. Cuántas veces habré oído detrás del mostrador la siguiente queja: los libros son muy caros. Bien, depende, contesto yo. Pongamos que me gasto veinte euros en una novela -digo veinte porque ya vemos que el precio medio fue 20,93 en 2015. Habrá libros de nueve euros, los de bolsillo en su mayoría, y libros de cincuenta euros, como los de texto universitario-. Si salgo una tarde a tomar una caña con unos amigos y después vamos al cine, haré un gasto aproximado de: 1,80 euros por caña, así que si vamos a un par de bares gastaré 3,60; más 1,80 de un frito de croqueta de jamón ibérico que me tomo con la primera caña, eso hace 5,40 euros. Más unos siete euros de la entrada del cine, suman ya 12,40 euros. Ya he gastado más de lo que cuesta un libro de bolsillo. Si me compro palomitas y una coca-cola en el cine, el desembolso ronda los diecisiete euros. Y todo esto en una tarde de ocio que estoy disfrutando solo yo. Es decir, esos diecisiete euros van destinados a mi propio disfrute: yo tomo las cañas, la croqueta y veo la película mientras como palomitas, etc.
Con veinte euros, tengo aseguradas dos horas como mínimo (depende del número de páginas del libro y de la velocidad lectora) de entretenimiento. Si no lo leo de una sentada, dispondré de muchos micro-ratitos de lectura. Cuando lo acabe de leer, se lo podré prestar a mi mejor amiga, a mi padre o a la vecina. Dentro de cinco años, me podrá apetecer volverlo a leer. Cuando me harte de él, podré sacar por su venta algo de dinero en el mercado de segunda mano. Si, además, da la casualidad de que el autor del libro se ha pasado por mi ciudad, he ido a una charla suya y me ha firmado el ejemplar, quizá hasta tenga un objeto de valor en mi poder. Pues ya han dado de sí los veinte euros, ¿no?
El otro argumento que suelo esgrimir cuando me dicen que los libros son caros es, claro está, el de que con la venta de un libro tienen que comer muchas bocas: vuelvo a lo de la cadena autor-traductor-imprenta-editor-distribuidor-librero. Si aún así no convenzo a mi interlocutor, le pregunto si le duele tanto gastarse sesenta euros en unos pantalones de marca. Y recalco lo de marca porque generalmente quienes más se quejan del precio de los libros tienen una abultada cuenta corriente -es mi apreciación, al menos.
De forma generalizada, el libro de texto es el que produce mayores ingresos en todos los tipos de editorial excepto en las más pequeñas, donde los libros de ciencias sociales y humanidades y los de literatura generan buena parte de la facturación —el 24,8% y el 20,9% respectivamente.
El libro de texto da de comer a las librerías -y a muchas editoriales- más que ninguna otra cosa. Aun así, se está dando un claro descenso de la compra de libros de texto por varios factores. La gratuidad de los libros de texto que promueven muchos gobiernos autonómicos, entre ellos el de Navarra, hace que aquellos se presten dentro de los propios colegios de un curso escolar a otro, con lo que el gasto ya no recae en las familias. Este proceder es beneficioso para el bolsillo de los hogares con niños en edad escolar. Lo que no es tan beneficioso, al menos para las librerías, es que se permita que los centros educativos vendan estos libros como si ejercieran esta actividad comercial en lugar de ser únicamente un centro educativo. En otras palabras, zapatero a tus zapatos.
Tampoco se venden tantos libros de texto como hace unos años. Muchos colegios optan por una enseñanza menos centrada en la letra impresa y más en el aprendizaje por proyectos, cosa que alabo porque veo resultados muy positivos en mi propio entorno. Por otro lado, el mercado de segunda mano en lo que a libros de texto respecta está en alza. Los universitarios, por ejemplo, se comunican entre sí en busca de tal o cual libro que les pueda salir mucho más barato que comprarlo nuevo. Quien no lo encuentra así, se lo compra nuevecito por internet a un precio ligeramente más barato, un cinco por ciento más barato exactamente, que es lo que la ley del libro permite en España. Ese cinco por ciento no lo pueden aplicar todas las librerías, porque el margen que le queda al librero es ya de por sí exiguo. Pero los gigantes de la venta on line como Amazon pueden permitirse eso y más. Y de paso se cargan a la competencia.
España cuenta con un gran tejido librero cuyas dimensiones nos sitúan, según los datos del INE recogidos por Eurostat (2013), como el estado de la Unión Europea con mayor número de librerías. Las librerías españolas representan el 21,8% del conjunto de las librerías europeas. En su mayoría son pequeñas librerías: más de la mitad de ellas — un 50,60%— vende libros por un valor de menos de 90.000 euros anuales, mientras solo un 1,1% —30 librerías— supera los 1,5 millones de euros.
He aquí un dato esperanzador: somos un país plagadito de librerías. Pero también de bares, ¿no? Y sin embargo, a pesar de las dificultades del sector, todavía hay valientes que abren librerías. Cómo me gustaría ir paseando por cualquier ciudad española y que me salieran al paso muchas más librerías de las que hay, y que estas estuvieran llenas de gente cualquier día del año, no solamente en vísperas de Reyes, Navidad, san Valentín o el Día del Libro (23 de abril, para quien no sepa la fecha). Dejo un dato: en 2017, Pamplona tenía 2,25 bares por cada 1.000 habitantes, según un estudio de la firma Coca Cola y la Federación Española de Hostelería y Restauración. Navarra tenía en 2015 11,7 librerías por cada 100.000 habitantes.
Leer es la segunda actividad cultural más practicada por los españoles, solo por detrás de escuchar música.
Esta afirmación que, repito, he sacado del informe citado al comienzo, no consigo creérmela del todo. En las encuestas la gente miente. ¿Conocen ustedes a alguien que reconozca ver Sálvame o Gran Hermano? Pues eso, que no me creo mucho que leer sea la segunda actividad cultural más practicada por los españoles, más aún cuando creo firmemente que leer parece que solo se practica en la intimidad, como hacía Aznar con el catalán. Y es que todos podemos ver gente pegada a su teléfono móvil en el autobús pero casi no encontramos a nadie con un libro en la mano.
Madrid, Navarra y País Vasco son las comunidades más lectoras
Un aplauso por nosotros, los navarros, que estamos en este podio.
La lectura es una actividad más frecuente en mujeres que en hombres, disminuye con la edad y aumenta según el nivel de estudios.
Es increíble que las mujeres, con todo lo que tenemos encima entre trabajar y conciliar, saquemos más tiempo que los hombres para leer. De donde se deduce que «no tengo tiempo» es, una vez más y como en tantas otras cosas, una excusa. También hay muchos lectores jóvenes. El hábito lector disminuye con la edad, es cierto. Los niños de ocho o diez años leen bastante más que los jóvenes de veintitantos. Y eso lo palpaba cuando era librera.
En fin, podría seguir y seguir. La lectura, sea de lo que sea, es una de las actividades que nos distinguen de los animales. Leer nos hace más libres, nos forma y fomenta nuestro espíritu crítico, enriquece nuestro vocabulario, moldea nuestra ortografía y nuestra forma de expresarnos, nos lleva a vivir otras vidas, a pensar, a divertirnos, a evadirnos de nuestra propia realidad. Desde aquí les animo a practicar el reading. A ver si por decirlo en inglés se pone de moda, como el running y el salir a correr de toda la vida.