Al volante, paciencia constante

Tenía esto guardado entre mis textos. Sucedió hace unos meses.

De lo más surrealista lo que me ha pasado este mediodía. Voy a aparcar en un hueco en línea, de sobra holgado para mi coche. Delante del hueco hay un coche aparcado, ligeramente torcido hacia la derecha, de manera que asoma un poco el morro hacia la calzada. Lo primero que pienso es quién habrá aparcado tan mal, alguien con prisas seguramente. En la acera, en la puerta de un bar, hay cuatro o cinco hombres de estos que llamamos chiquiteros, asiduos a los bares. Aparco y, cuando estoy por sacar las cosas del coche, una chica algo mayor que yo va a desaparcar el coche torcido. Está despidiéndose de los chiquiteros, no hago caso de lo que hablan. La chica se dirige entonces a mí y me pide si puedo echar mi coche para atrás, que va a salir. Incrédula, miro hacia la parte delantera de mi coche, por si he dejado poco espacio y no me he dado cuenta, y veo que hay como cuarenta centímetros de hueco. Le digo a la chica que ya hay sitio para salir, que no hace falta. Ella insiste. Resoplo. Monto, arranco el coche, reculo y paro el motor. Ella monta, arranca, el coche no sale, ella maniobra, los hombres le indican “a la contra, a la contra”, “ahora gira, gira, gira”. No puedo creer lo que estoy viendo. Porque había visto antes que se conocían, porque si no era como para que ella hubiera bajado del coche y les hubiera dicho algo como métanse en sus asuntos. Al mismo tiempo pienso en la ineptitud de algunos para aparcar y desaparcar. O no cogen apenas el coche o Dios no les dotó, porque mira que tenía fácil la maniobra. Con el morro mirando para la carretera, y con el hueco que le había dejado, tenía la salida más fácil del mundo. Finalmente desaparca el coche, y entonces uno de los vermuteros me aconseja que eche otra vez el coche para adelante, para que no venga luego otro a aparcar y me deje “encajonada”. A punto estoy de decirle que tengo recursos para desaparcar sin problemas si eso ocurriese, pero me callo y hago lo que dice, todo ello, incluida la escena anterior, con un gesto de fastidio en mi cara y una vocecita en mi cabeza que suelta improperios y resopla, resopla y resopla. Cuando ya por fin veo que puedo irme tranquila con mis hijos, entonces otro de los chiquiteros me pregunta si puede abrir el coche para mirar. Si la vida fuera un tebeo, ahí se me hubiesen salido los ojos de las órbitas. Le pregunto para qué. Y otro contesta por él: es que a este le encantan los coches. Le abro la puerta, sigo resoplando mentalmente, y pienso en que tengo educación y paciencia para no soltar a todos esos señores una barbaridad, que si no… Si no, salgo en los papeles al día siguiente.

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