Ayer fue día de escalera, el cuarto peldaño, y como en un sueño que no podíamos creer se confirmó la ansiada noticia: habrá San Fermín. En los tiempos convulsos y descorazonadores que vivimos es un rayito de luz para quienes sentimos estas fiestas como parte de nuestra idiosincrasia. Saber que, tres años después, volveremos a vivir unos Sanfermines, hace que vislumbremos poco a poco el final de este túnel en el que hemos transitado entre cuarentenas, fallecidos, malestar, distancia, esfuerzo, renuncias y bocas tapadas. Pienso en las criaturas de menos de cuatro o cinco años: o no han vivido nunca esta fiesta o no tienen recuerdo de ella.
De pronto me descubrí planificando comprar ropa blanca nueva, porque las tallas no perdonan y los hijos han crecido mucho en tres años. Me visualicé comiendo, bebiendo o bailando rodeada de gente, de mucha gente, y qué cosas tienen el cerebro, la costumbre y el miedo: «¿y los contagios?» Imaginar de pronto la multitud que lleva aparejada San Fermín me lleva a creer necesitar una desescalada como la que ideó el gobierno cuando salíamos del confinamiento en 2020. Pensar en dejar de golpe y porrazo una rutina en la que mis contactos sociales en un día normal caben en los dedos de mis manos a vivir en una Pamplona cuya población se quintuplica durante nueve días me genera un poquillo de ansiedad, lo reconozco. Debe de ser resiliencia pero al revés: en lugar de sobreponerse a una adversidad, volver a una felicidad extrañada y lejana. En esto me llevan ventaja los jóvenes que desde hace meses han reconquistado la noche, el salir con los amigos y el relacionarse con todo el mundo como se ha hecho siempre.
Supongo que la clave está en no pensarlo mucho y en lanzarse al ruedo, nunca mejor dicho, sin volverse majara por tener tan cerca a la gente, a desconocidos que exhalan su dióxido de carbono sin tapujos. Porque, no nos engañemos, casi nadie llevará la mascarilla para entonces, si ya están diciendo de quitarla también en interiores para antes de Semana Santa. Ojo, que ganas hay, ya es hora. Pero que habrá síndrome de Estocolmo, también, porque hace casi dos meses que la mascarilla no es obligatoria en la calle y aún se ve gente paseando solitaria con ella puesta.
Será como meter la punta del pie en una piscina del norte o en las aguas del Cantábrico: está el agua fría pero qué a gusto se está cuando te lanzas por fin. Toca disfrutar de veras, desquitarnos y homenajear a quienes ya no pueden estar o a quienes les encantaría estar pero no pueden porque están lejos o por mil motivos. Como la tribu masái del vídeo viral que circula desde ayer. Viva San Fermín, ya falta menos.
Vídeo realizado por Borja Lezáun