Siento ser tan pesada, que no hace más que tres días de mi último escrito, pero me he despertado con un sueño palpitando en las meninges, tan real y a la vez tan imposible, que he sentido como si me estuviese ocurriendo de verdad. He pasado el sábado y el viernes viendo a ratos un maratón en directo en YouTube de mi serie favorita, cuyos protagonistas son tres patrulleros. Quizá por eso en mi sueño éramos tres también. Ya se sabe que lo que vivimos tiene incidencia directa en los sueños. Y tantos capítulos seguidos habrán influido en mi subconsciente, intuyo. Eso sí, en mi sueño no íbamos a salvar la historia ni cruzábamos puertas del tiempo.
En el sueño estaba yo con dos amigos, un chico y una chica de mi edad, que son también amigos entre sí. Se intuía que habíamos quedado para comer, porque recuerdo imágenes sentados en un bar y con comida en la mesa, y luego hubo sobremesa, charla y hasta chupitos. Después me vienen unas escenas extrañas de nosotros tres viendo una especie de performance a cargo de una mujer joven. Sobre un césped algo mal cuidado, ella iba colocando tablones, ramas, hierbas y diferentes elementos naturales, y afirmaba estar representando una escuela. La gente, igual que nosotros tres, se agolpaba alrededor intentando desentrañar el significado de la disposición de los elementos, y a nosotros nos entraba la risa -quizá por los chupitos de antes- y acabamos quedándonos al final de la representación para hablar con la mujer artista, que amablemente nos iba explicando el significado de su obra.

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Después dábamos un paseo. En los sueños, los lugares suelen recordarnos a sitios reales aunque no se parezcan en nada. Pues en este sueño, las calles eran claramente las de Pamplona. No calles en particular que fueran reconocibles e inconfundibles, pero sí el entorno: el embaldosado, incluso; la altura de los edificios, la anchura de las aceras. Todo ello señalaba claramente hacia Iturrama o San Juan: Pío XII, Sancho el Fuerte, toda esa zona. Por ahí andábamos, en amena conversación, y recuerdo que atravesamos también los pasillos de una biblioteca pública: entrar y salir, como quien dice. Luego nos recuerdo sentados en un banco de esos con listones de madera verdes. Era una tarde de cielo encapotado, y se puso a llover estando nosotros sentados en el banco. Abrí mi bolso y saqué uno de los ¡tres paraguas plegables! que llevaba. Aquí viene otro motivo onírico -e irónico-: tenía tres paraguas pero solo saqué uno, lo abrí y nos juntamos los tres, ahí sentados, bajo el mismo paraguas, riéndonos como los amigos se ríen, abiertamente, en confianza y perfecta sintonía.
De pronto, de las ventanas y balcones que nos circundaban, salía la gente y se oían aplausos. ¡Son las ocho!, dije yo. ¡Ostras, que no se puede estar en la calle! Sí, esto pasaba en mi sueño. Aclaro una cosa: mientras paseábamos y ocurría lo que he contado antes, no habíamos estado solos en ningún momento, había más gente por la calle. Pero fue como si, al llegar el aplauso sanitario, nos hiciéramos conscientes de que no teníamos que estar ahí. Así que, metidos los tres bajo el paraguas, nos levantamos del banco y caminamos hacia las paradas de villavesa que nos iban a llevar a cada uno a su casa, y nos entraba el miedito de qué excusa íbamos a poner si nos paraba la policía. Recuerdo claramente ir caminando por la acera del hotel Tres Reyes desde la calle Navas de Tolosa, y cómo mi amiga me decía señalando con el dedo: ¡por ahí viene tu villavesa! (por la zona del Rincón de la Aduana).
Ahora viene un momento genial: di a cada uno de mis amigos un abrazo profundo, intenso, tan real que, si no es porque estaba soñando, juraría que nos lo dimos de verdad. «Bueno, hay que quedar otro día, ¿eh?» En la siguiente escena estoy yo en la parada de villavesa (mis amigos ya se han ido), rodeada de gente que también va para casa (y todos vamos sin mascarillas ni nada, ¡a lo loco!) sacando la tarjeta del bus del bolso mientras reparo en el teléfono móvil, que no he mirado en toda la tarde. Abro los mensajes y tengo un millón entre mi marido y mi suegra, que hablan alarmados entre sí porque nuestra hija pequeña, que debía de estar al cuidado de la abuela esa tarde, está con 40 de fiebre.
Lo adivinan: ahí me he despertado.
PD: prometo que no me he inventado nada. El sueño ha sido tal y como lo he contado. Empiezo a pensar que si esto dura mucho más acabo en el psiquiátrico.
PD2: la villavesa es como se le llama tradicionalmente al autobús urbano en Pamplona. Su nombre viene de Villava, localidad limítrofe con Pamplona, cuna del gran ciclista Miguel Induráin.
PD3: mañana mis hijos y yo cumplimos un mes, ¡un mes!, de confinamiento. Como miles y miles de personas, no piensen que me creo especial. Pero quería recalcar el dato. Un mes. Feliz domingo.