Lo de las hamburguesas

Si vives en Pamplona o has venido de visita en los últimos diez días, has tenido que oír hablar seguro del macroevento culinario del momento: The Champions Burger. O lo que es lo mismo: lo de las hamburguesas. Si vives en una cueva o a mil kilómetros, te dejo la información aquí para que leas de qué va la vaina: https://thechampionsburger.es/ Por cierto, la siguiente edición es en Gijón.

Nosotros también hemos estado -¿y quién no ha estado aún?-, porque en Pamplona, cuando se trata de comer, y aunque no sea gratis, allá que vamos. Y eso que las colas interminables y el mal tiempo no han puesto fácil la labor. Estuvimos un miércoles a las 18:30, que ni que fuéramos ingleses para cenar a esas horas, pero nos habían recomendado ir pronto (abren a las seis) si no queríamos comernos, no solo la hamburguesa, sino hora y pico de fila. También tuvimos que esperar, pero un tiempo relativamente corto, y hasta cogimos mesa donde poder degustar nuestros panes con carne e ingredientes diversos.

La conclusión de todo esto es que lo que manda en todas las propuestas que se presentan a esta liga de campeones de la «carne con cosas» es apostar por una buena carne (obviedad al canto), casi siempre producto nacional, madurada mucho tiempo, y que el fuego se encargue de exprimirle todo el sabor. Los aderezos son la parte diferencial: salsas con trufa, con picante, sabor umami, de queso, torreznos, doritos, etc. El universo de las hamburguesas tiene como límite la imaginación: palomitas de maíz o glaseado de donut forman parte de algunas de las recetas de un plato que admite cualquier cosa mientras esté bueno. Yo me comí una Acecina (precioso el juego de palabras), de El Surtidor, pero también probé un poco de la Trufada 2.0 de Rico Burger, otro poco de la Bruuuutal 2.0 de Bobby’s y otro poco de la Double Black de Vacarnal (otro juego de palabras: carnaval, carnal, bacanal, vaca-carne).

La primera vez que probé una hamburguesa (muy alejada de lo que se está cocinando estos días en Pamplona), fue con mis amigas a los trece o catorce años en un local, inexistente hoy, llamado Tutti Pasta, en el barrio de San Juan de Pamplona. A pesar del nombre, no era de comida italiana, o quizá sí, pero no lo recuerdo porque todos los de esa edad a lo que íbamos allí era a comer hamburguesas que, como he dicho, no se parecían casi nada a las creaciones de hoy. Era lo más parecido a ir al McDonald’s, que a Pamplona no llegaría hasta muchos años más tarde, aunque en España la primera tienda, en Madrid, se abriera en 1981.

Quizá porque a las ciudades pequeñas como la mía tarda todo en llegar mucho más que en las grandes urbes, o porque hasta hace pocos años era impensable que artistas de primera línea eligieran Pamplona como parada en sus giras de conciertos, a mí me hace especial ilusión que se celebren eventos de este tipo en mi ciudad. Porque no todo va a ser San Fermín para ponernos en el mapa: aquí no hacemos ascos a campeonatos deportivos, exhibiciones, congresos o festivales de comida, cine o literatura. Por eso no entiendo mucho el «vinagrismo» que les entra a algunos cuando se concentra tantísima gente para asistir a eventos tan excepcionales. Los columnistas, opinólogos y odiadores profesionales se despachan a gusto estos días por diferentes medios despotricando de lo mal que está el tráfico en los alrededores del Parque de la Runa (lugar de peregrinación por unos días para comer hamburguesas gourmet), de lo caras que son, de la cantidad de gente que se ve por la Rochapea estos días, de que no hay quien aparque, de que hay que esperar horas y horas en las filas, y todo por una comida guarra.

Pero que tan guarra no es, eh, dicho sea de paso, salvo porque te manchas cuando chorrea la salsa por entre los dedos. Que no es como ir a un restaurante lo tenemos todos claro: no hay platos ni cubiertos, te sirven en un cartón, si llueve te mojas, pagas por adelantado en lugar de al terminar de comer, hay más gente que en la guerra, el precio de la bebida es desorbitado (pero puedes llevar tu bebida sin problema), y has de invertir mucho tiempo para lo poco que tarda la hamburguesa después en acabar dentro de tu estómago. ¿Muchas incomodidades? Oye, la gente va en verano a festivales de música con un saco de dormir mugriento, sin posibilidad de ducha, durmiendo en el suelo, rodeada de gente alcoholizada o cosas peores y escuchando grupos de los que no había oído hablar hasta ese fin de semana.

Creo que la clave, tanto en esos festivales de música como en lo de las hamburguesas, está en la edad del asistente al evento. Cuanto mayor, peor. ¿Sí o no? Bueno, pues como a mí me ha gustado, será señal de que tan mayor no estoy todavía. Cuando vaya (si voy) a un festival de música de esos indies os cuento a ver…

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