(Puede parecer un relato ficticio, pero es real. Tan real como que nos quejamos por tonterías, ponemos cara de fastidio a todas horas y no vemos más allá de lo que creemos que nos importa)
Por su apariencia podría tener edad de abuelo. Para suplir su desconocimiento del idioma, sonríe mucho, inclina la cabeza y vuelve a sonreír. La primera vez que me lo encontré, en la puerta de cierto supermercado pidiendo limosna, le dijo «bonita» a mi hija pequeña, y yo le di unas monedas al salir. Otra de las veces, estaba yo sola y fui a sacar del maletero unas bolsas con ropa usada de mis hijos para llevar a Traperos de Emaús. El aparcamiento del supermercado me quedaba bastante cerca de la trapería, y por eso decidí ir andando y él me vio con las bolsas. Se acercó a mí y me preguntó «¿ropa?» mientras se señalaba los pantalones. Le dije que sí, pero ropa de bebé, al tiempo que sacaba una de las prendas para que viera que no era ropa de adulto. Con gesto de decepción, sonrió de nuevo y se volvió a su silla de pedir limosna.

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Es asiduo a la puerta de ese supermercado, pero no está todos los días, porque no siempre que voy me lo encuentro. Hoy estaba, y he ido con mis hijos. Nos ha reconocido al entrar, le hemos sonreído y le he prometido la moneda del carro cuando nos marcháramos. Una vez pagada mi compra, mis hijos pedían con ahínco que les comprara un huevo Kinder, estratégicamente colocados a la altura de 80 a 100 centímetros de estatura y junto a la línea de cajas, para que cualquier chiquillo goloso se fije en ellos. Me he negado, aun presintiendo la rabieta de la pequeña (por suerte, el mayor ya va tolerando mejor la frustración), y hemos salido del local dejando un rastro de lágrimas.
Estaba lloviendo bastante, cosa que al entrar no ocurría, y ahí seguía él, a cubierto y de pie junto a su silla plegable. Hemos ido al coche a meter la compra en el maletero, y a causa de la lluvia he metido a los peques dentro del coche para ir yo sola a devolver el carro a su lugar. Él se ha acercado para recogerlo, pues le había prometido la moneda de euro, y así yo no me he tenido que mojar tanto. Cuando ya me había metido en el coche y estaba a punto de accionar el contacto, veo que se acerca a nosotros con el brazo en alto y llevando una botella en la otra mano. Me he bajado del coche y he reconocido la botella de vino que había comprado hace un momento: me la había dejado en el carro olvidada, probablemente por los nervios de lidiar con la rabieta de cierta personita e intentar que se sentara de una vez en su silla de auto. Venía a devolvérmela, y repetía, sin dejar de sonreír, tan solo estas palabras: «Rumanía piensan roba, Rumanía no roba».
Acerté a decir únicamente gracias. Cuando, conduciendo, pasé a su altura, nos decía adiós con la mano.