Cuento de nah-vidad

Hace no muchos años, la magia y el olfato de los grandes magnates del comercio dieron vida a tres pequeños elfos de nahvidad: Zampa, Pimpla y Despilfarra. Su tamaño es imperceptible para el ojo humano, pero con sus poderes mágicos se instalan en el cerebro de niños y mayores moldeando la voluntad de las personas a su antojo, o más bien en pro del interés de quienes los crearon con ese fin.

Estos pequeños seres vestidos de rayas rojas y blancas, con gorro y zapatos puntiagudos y cara de pillastres consiguen que el paso de las hojas del calendario se acelere como un cohete supersónico, y que la noche de Halloween, alojada en el 31 de octubre, dé paso, solo un día inmediatamente después, a la carrera frenética hacia la nahvidad.

Nada más despuntar noviembre todo huele a nahvidad: hay turrones y mazapanes en los supermercados, guirnaldas y árboles con espumillón de mil colores, galletas de jengibre, renos y papanoeles, infinidad de luces parpadeantes en ventanas y balcones y en las calles de las ciudades; suenan jingle-bells y all-I-want-for-Christmas-is-you. Para contribuir a la carrera frenética llega también el black Friday o los black days, con descuentos increíbles (precisamente eso, increíbles) para que las personas, avivadas por el ahorro, satisfagan el susurro imperioso que late en su cabeza y que proviene de la magia poderosa de Zampa, Pimpla y Despilfarra, los elfos de nahvidad.

Las carteras y las tarjetas de crédito se vacían para poblar y saturar los hogares con manjares suculentos, vinos y bebidas alcohólicas de todo tipo, dulces típicos y dulces importados: panetone, barras de chocolate Dubái, Baklava, dátiles. Las personas se vuelven locas buscando los regalos perfectos para toda la familia, creyendo que esa cartera de piel o esa novela best-seller que compran para la cuñada que no soportan el resto del año les hará quedar bien y cumplir el expediente.

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Crear la atmósfera idónea es muy importante, y Zampa, Pimpla y Despilfarra son expertos. Llenan diciembre de comidas y cenas de empresa, quedadas con los del instituto, las del gimnasio, los de pádel. Brindis por aquí y por allá, ruido, música y desenfreno. Se trata de consumir, gastar y no pensar, no detenerse ni para mirar el extracto del banco. No hay dolor ni arrepentimiento, es lo que hay que hacer en estas fechas, y si hay gente que puede permitírselo, también los elfos intentan que a algunos se les ocurra hacer un viaje exótico para celebrar la nah-vidad y colgar cientos de fotos en Instagram con el hashtag #merrychristmas.

Y en mitad de todo este desenfreno existen seres arrebujados bajo una manta raída que ven pasar las piernas de la marabunta consumidora. Solo de vez en cuando algunas piernas se detienen y una mano arroja unas monedas al cestillo que sigue todavía muy vacío después del paso de muchas horas y de mucho frío y de mucha soledad y desesperanza.

Esos seres arrebujados bajo una manta raída quizá recuerdan todavía con añoranza esos días de diciembre con castañas calientes en las manos, alrededor de una mesa a la que se sentaban familiares que se marcharon de este mundo ya, y en la que se servía consomé y merluza en salsa verde. A los postres se sacaban los mazapanes, el turrón duro y el blando y algún polvorón; se tocaba la pandereta y la zambomba y se cantaba Los peces en el río y El tamborilero. Los regalos eran humildes y siempre eran objetos que se necesitaban. Presidiendo el hogar estaba el portal de Belén, y no había luces de colores pero sí mucho amor y otra calma de vivir.

Desde la oscuridad de un refugio improvisado al calor de los animales, con la sola luz de una estrella en el cielo que guía hacia la luz más refulgente y hermosa, hay un Niño que no puede creer en qué se ha convertido lo que un día fue Navidad. En nada, en vacío, en nah. En nahvidad.

Los amigos del arte

Los responsables de urbanismo de cada ciudad española deberían plantearse con urgencia establecer zonas (paredes, muros), a ser posible en lugares céntricos y de paso, para que todo el mundo pueda pintarrajear consignas, colgar banderas o lanzar a lo loco botes de pintura (o huevos, quién sabe), y para que todo el mundo lo vea. Esta medida lograría que cada cual pueda escupir (literal y figuradamente) sobre un muro ad hoc sus reivindicaciones. Cada cierto tiempo se limpiarían, y el número y dimensiones de tales superficies irán acordes con la cantidad de habitantes de la localidad o municipio en cuestión, y una vez limpios vuelta a empezar.

Con unos muros así, quizá la gente proclive al borreguismo insensato se inhibiría de atacar fachadas, escaparates y comercios por el simple y llano motivo de porque-me-sale-de-los-cojones. El pasado 27 de septiembre, para celebrar por todo lo alto las fiestas de San Fermín de Aldapa (o “Txikito”), un grupo de jóvenes tuvo a bien lanzar huevos y provocar destrozos en el local recién inaugurado de ‘Sabor a España’, marca con tiendas en diversas ciudades de nuestro país. Se ve que el solo nombre de España les produjo tal iracundia que quisieron dejar claro, ya en los comienzos de este negocio en Pamplona, quién manda aquí, faltaría más. Radicales atacan con huevos el comercio ‘Sabor a España’ recién abierto en Mercaderes La mencionada tienda elabora frutos secos garrapiñados, turrones, pastas, golosinas, etc., y está ubicada en la Plaza Consistorial, 1. Emplazamiento publicitario número 1.

El mismo tipo de gente –supongo que se conocerán o serán de la misma cuadrilla- es el que tiró pintura roja, verde y negra a la fachada del edificio donde está ‘Zara’. El edificio de Zara en el centro de Pamplona amanece manchado de pintura (14 de septiembre). Vídeo: Zara, objeto de las protestas de los manifestantes a favor de Palestina (3 de octubre). No hará falta que especifique qué vende ‘Zara’; la fachada atacada en cuestión, dos veces en el último mes, está en la Avenida de San Ignacio, 7. Se ve que Amancio Ortega y sus herederos tienen toda la culpa de lo que pasa en Gaza, y por eso se les decora la pared con los colores de la bandera palestina, para recordárselo. Los amables manifestantes también pusieron pegatinas chulísimas en los cristales. Emplazamiento publicitario número 2.

Algunos establecimientos tienen claras fallas de memoria, y por eso amablemente se les volvió a recordar este mes de octubre que no son bienvenidos. Es el caso del Starbucks de la calle Mercaderes, 6, (emplazamiento publicitario número 3), que ha recibido su recordatorio en forma de pintura, por si la rotura de cristales de diciembre de 2024, primero, y mayo de 2025, después, no fue suficiente Vandalizan otra vez el escaparate de Starbucks en Mercaderes

Esta gentuza tan aficionada a redecorar comercios (y que tendrán amigos en el gremio de cristaleros, supongo) justifica sus actuaciones bajo excusas tales como “no es comercio local”, “no son de aquí”, “son explotadores”, “son españoles» (sic), y demás. Nunca se paran a pensar en los empleados de dichas tiendas y comercios, que a lo mejor son nacidos en Lerín, Añorbe o Elizondo, y que bastante tienen con haber logrado un trabajo, mejor o peor pagado, acorde o no con su formación y experiencia, para además tener que limpiar destrozos o simplemente pasar el mal trago de que una turba lance cosas contra los cristales mientras ellos intentan trabajar.

Mención aparte merecen los amantes del arte, en este caso del arte ajeno. Tanto les gusta el arte que buscan aportar su visión pictórica añadiendo unas pinceladas de sopa de tomate La joven que atacó con tomate un cuadro de Van Gogh: «Necesitamos que la gente hable del cambio climático» o de pintura roja -eso sí, biodegradable Dos activistas de Futuro Vegetal arrojan pintura roja sobre un cuadro de Colón en el Museo Naval de Madrid El motivo de tal afán artístico es lo de menos: llamar la atención por el clima o protestar porque en 1492 un tipo con calzas y peinado a lo Greta Thunberg se equivocó de ruta y llegó a las costas de la actual América del Sur, donde todo era paz y armonía y los indios eran superamigos y en absoluto se comían unos a otros.

Para esta gente la historia no vale nada, el arte no vale nada, solo importa su minuto de caso, su hazaña por la que abrirán informativos. Qué importa si se ataca un Van Gogh, ¡como si quiere hundirse todo el techo de Notre Dame! Mirad, estúpidas niñatas de colegio de pago que jugáis a la revolución: vuestro activismo me resulta repugnante y totalmente falto de consideración. Conseguís el efecto contrario, mi total desafección hacia lo que reivindicáis. Espero que, al menos, os hagan pagar de vuestro bolsillo los daños y desperfectos que vais ocasionando.

Por último, a los directores de museos de todo el mundo: igual que nos cachean a los aficionados al entrar a un campo de fútbol, espero que se empiece ya a poner detectores de metales, guardias de seguridad y toda medida disuasoria para que estos alelados del espray y el bote de pintura sean pillados antes de cometer sus barbaridades. Si hay que pagar más cara la entrada porque las medidas cuestan caras, se paga.

Nota final: la publicidad que he hecho a ‘Sabor a España’, ‘Zara’ y ‘Starbucks’ no me reporta ni un céntimo de euro. La hago gratis.

Nota final 2: ayer fue 12 de octubre. A todo el que piense «genocidio en América», «nada que celebrar», «España debe pedir perdón» le recomiendo encarecidamente que lea Nada por lo que pedir perdón, de Marcelo Gullo Omodeo. Y tampoco cobro por la publicidad, simplemente lo he leído, y es muy bueno, y creo que le hace falta a mucha gente.

Si has llegado hasta aquí, gracias por leerme.

Enfermos de calor

Ahora que está la inteligencia artificial en boca de todos, veamos qué responde a la pregunta de cuántos hospitales públicos en España disponen de aire acondicionado:

Me llevo una pequeña decepción, ya que la IA no me sabe decir cuántos centros hospitalarios de mi país tienen instalación de aire acondicionado. Vayamos más allá. Buscando noticias sobre hospitales y aire acondicionado encuentro lo siguiente:

«Pacientes denuncian la falta de aire acondicionado en hospitales: Esto es un horno; una sauna» 01/07/2025, noticia de Gerona publicada en la web de Antena 3 noticias.

«Hasta 40 grados en hospitales de Canarias por la falta de aire acondicionado: No están en condiciones para los pacientes» 13/08/2025, publicado por Informativos Telecinco.

«Los hospitales españoles, asfixiados por el calor: pacientes y sindicatos denuncian las altas temperaturas que sufren en los centros» 01/07/2025, publicado por La Sexta Noticias.

Me voy ahora a lo que tengo más cerca, a mi tierra: Quejas por el calor en el pabellón de geriatría del Hospital Universitario de Navarra, publica Diario de Navarra publica Diario de Navarra el 13 de agosto. En referencia a este hospital en concreto, un sindicato de enfermería ya ha denunciado la situación, y explica que se trata de un problema estructural y crónico, que se repite todos los veranos en los últimos años. La misma situación se extiende a algunas plantas del antiguo hospital Virgen del Camino, y por supuesto ocurre parecido en el área de salud de Estella y de Tudela.

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Este sindicato exige una revisión urgente de las condiciones térmicas de todos los centros sanitarios, la dotación de sistemas portátiles de climatización donde sea necesario, y la ejecución inmediata de planes de reforma estructural, con inversión y mantenimiento diario.

También han pedido revisar las condiciones laborales en los servicios más afectados, dando prioridad a la salud de pacientes y profesionales. “Esto no va de comodidad, va de salud, de seguridad y de dignidad. Las enfermeras no pueden seguir cuidando en estas condiciones, y los pacientes no merecen ser tratados en habitaciones que superan los 28 o 30 grados”, han advertido. (Estos dos últimos párrafos los pueden leer aquí: Denuncian temperaturas de más de 30 grados en hospitales navarros y no hay soluciones)

Desconozco cuál puede ser la solución, pero es urgente que quienes gestionan el servicio público de salud se sienten a trabajar sobre este único y prioritario punto del orden del día. No se puede tolerar que los enfermos, sus acompañantes y los trabajadores de un hospital tengan que soportar estas temperaturas poniendo en riesgo su salud. Imagino que no será nada fácil; hablamos de edificios antiguos, con un mal aislamiento térmico, con plantas en altura -las plantas más afectadas por el calor suelen ser de la quinta para arriba-, y, claro está, hablamos de una inversión millonaria.

Teniendo en cuenta que aquí en Navarra las mayores partidas presupuestarias van para sanidad, educación y el convenio económico con el Estado, algunos me dirán que ya se invierte en salud, y que nuestra comunidad presume de tener una de las mejores o la mejor sanidad de España. Una búsqueda sencilla por internet nos sitúa a la cabeza junto con País Vasco y Asturias, en un informe de 2024. Pero siempre se puede mejorar, y una mano de pintura barata no va a hacer que los desconchones que sufre nuestra sanidad desaparezcan. No hay duda de que soportar un ingreso hospitalario con temperaturas tórridas es un desconchón de tamaño considerable, y no digamos nada si se trabaja allí atendiendo pacientes, en jornadas de 7, 10, 12, 24 horas.

Otro día podemos abrir el melón de los aparcamientos de pago en zonas hospitalarias, que hoy ya me he extendido mucho hablando del calor. Tener un familiar enfermo durante días o semanas y tener que apoquinar no pocos euros para poder visitarlo o permanecer de acompañante es, a mi modo de ver, sangrante, injusto, recaudatorio e inhumano. Pero en fin, ya digo que no da tiempo a hablar de todo.

Aprovecho este párrafo final para agradecer al siempre humano y amabilísimo personal del Hospital Universitario de Navarra y centros análogos del Servicio Navarro de Salud su disposición y cuidados para con los pacientes. En los últimos años he tenido familiares ingresados por diversas patologías y el trato ha sido siempre exquisito.

Aparcar en zona rosa

A veces me pregunto si entre los propios políticos acostumbran a sacar a la luz tonterías supinas para tapar escándalos mayores, lo que se conoce como cortinas de humo, vamos. De escándalos mayores vamos bien surtidos últimamente, a pesar de que el Número Uno asegura no conocer nada ni estar enterado de lo que hacían sus amigos del Peugeot. Ahora nadie sabe quién es Santos Cerdán, el nuevo habitante de Soto del Real.

En fin, resulta que en León ha saltado la noticia o la cortina de humo de que el consistorio, socialista para más señas, ha habilitado varias plazas de aparcamiento de una zona de la ciudad marcándolas con un distintivo que representa a las mujeres. Es decir, serían plazas donde preferentemente aparcarían mujeres, una práctica al parecer habitual en otras ciudades europeas y que persigue la seguridad de un colectivo “vulnerable”. Aquí dejo la noticia en cuestión: Nueva polémica por los aparcamientos para mujeres en León: vandalizan los pictogramas una semana después de su entrada en vigor

Es admirable cómo la izquierda, dueña siempre de la autoridad moral para todo, cae constantemente en sus propias contradicciones.

Si las mujeres y los hombres somos iguales –principio del feminismo- ¿por qué se necesitan plazas de aparcamiento diferentes según el sexo?

Si el género es un constructo social y no viene determinado por la biología, sino que más bien es una cuestión de sentires y de autopercepción, ¿qué impide a un hombre aparcar ahí si asegura percibirse como mujer? ¿Con qué derecho se le puede pedir que vaya a otro lugar del parking?

Si los juguetes de color rosa perpetúan los estereotipos de género, ¿por qué el símbolo que han pintado en el pavimento es de color rosa? ¿Las mujeres llevamos asociado este color por el hecho de serlo? Qué patriarcal todo, ¿no?

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Si una falda o un vestido no debe considerarse una prenda femenina per se, o es machista representar a las mujeres con esas prendas de vestir, ¿por qué el muñeco pintado lleva falda?

Si existen los baños inclusivos, donde puede usted hacer pipí y popó sin preocuparse de qué muñecajo aparece en la puerta, ¿por qué deben existir plazas de aparcamiento no inclusivas?

Si el aumento de la criminalidad y la delincuencia en España son un invento de la ultraderecha y los pseudomedios, ¿por qué es necesario habilitar plazas de aparcamiento con más luminosidad y próximas a la zona del intercambiador de transporte para no tener que recorrer a oscuras toda la superficie del parking? ¿Por qué, eh? ¿No hemos quedado en que España tiene tasas de criminalidad bajísimas y se puede caminar por la calle sin ningún problema?

Si las mujeres podemos hacer cualquier labor o tarea igual que los hombres, si no se nos puede discriminar por razón de género, si estamos tan empoderadas, ¿por qué se nos da trato de favor? ¿Significa que solamente a nosotras nos beneficia aparcar en estas zonas VIP? Un señor de setenta años que conduce y aparca en la zona oscura ¿no corre ningún riesgo de ser asaltado mientras camina por el aparcamiento?

Todo esto me recuerda a algo de lo que escribí hace casi seis años en cuanto a la gratuidad de determinados grados universitarios si se es mujer: Oferta en la uni

El socialismo siempre presume de igualitario y justo, pero acaba siendo injusto y discriminatorio, una y mil veces más. ¿Por qué, si no, promete y concede a los jóvenes descuentos para viajar este verano sin importar el nivel de renta? ¿Acaso es justo dar la misma subvención a un currela que cobra el SMI que a un niño de papá y mamá sin problemas económicos?

Menos mal que el PSOE está siempre vigilante en pro de la igualdad y nos dota a las mujeres con plazas de aparcamiento para nosotras. Seguro que esta solución era la más acertada, y no la de iluminar mejor los aparcamientos, o poner vigilancia, cámaras o más dotación de patrullas policiales, o hacer que los delincuentes entren en prisión y no acaben en libertad a la mínima para que vuelvan a hacer de las suyas hasta que los vuelvan a trincar, si eso ocurre.

Gracias, políticos, no sé qué haríamos sin ustedes.

No te lo puedes perder

Menos mal que el apagón que sufrimos en España y Portugal el pasado 28 de abril no sucedió el 9 de mayo. Creo que hubiéramos lamentado cientos ¡o miles! de suicidios en masa si tal viernes en concreto, con hordas de seguidores pendientes del ordenador o el móvil, se hubiera producido un cero absoluto en plena espera de la cola virtual para conseguir entradas de los conciertos de Bad Bunny.

Confieso que no soy capaz de nombrar o tararear una sola canción de este muchacho al que le llevo 14 años. Lo busco en internet y leo que se llama Benito Antonio Martínez Ocasio; normal que se buscara nombre artístico, y en inglés, claro: no hay narices para hacerse llamar Conejito Malo. Perdió la ocasión, eso sí, de montar un dúo y llamarse Benito y Manolo.

Al parecer, para ver y escuchar a Bad Bunny se han vendido todas las entradas para los conciertos en España, que tendrán lugar ¡dentro de un año! Ha tenido que lanzar nuevas fechas ante la locura colectiva desatada en nuestro país. En este vídeo de El Mundo lo explican muy bien.

Creo que no se habla lo suficiente del fenómeno “compraré entradas al precio de lo que cuesta el kilo de jamón ibérico de bellota para un evento al cual ni sé si podré ir o me habré muerto antes”. El cantante portorriqueño es joven y supongo que gozará de buena salud, pero imaginen esto mismo para ver a los Rolling o a los Scorpions, que vienen a Pamplona en julio, por cierto: gente que viste arrugas por todo el cuerpo a juego con la guitarra eléctrica y tiene más años que un bosque, y que lo mismo estira la pata antes de la fecha de actuar. Que nadie estamos libres de que nos venga a buscar la parca, claro, pero una cosa no quita la otra.

En el último decenio, calculo, se ha normalizado el hecho de sacar a la venta entradas para todo tipo de espectáculos con varios meses de antelación. Da lo mismo que sean montajes teatrales, de ballet o circenses, monólogos de humor, conciertos, espectáculos de magia… La tónica viene siendo anunciar la programación en los grandes auditorios con mucho tiempo de adelanto. Te registras, le das a “comprar entradas” cuando quedan, quizá, cinco o seis meses. Y apenas quedan butacas libres para elegir, solo algún hueco en el gallinero o en las filas de atrás. La gente no corre, vuela.

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Es muy curioso (y desolador) comprobar lo diferente que es adquirir entradas para ir al cine. La taquilla presencial y tradicional, donde alguien te vende la entrada tras informarte de qué filas tiene libres (“la catorce, centraditas”), se está convirtiendo muy rápidamente en una especie en extinción. Lo habitual es acceder tú mismo a la página web del cine, elegir película y sesión, reservar las butacas y pagar. La mayoría de las veces, salvo estrenos muy esperados que arrastren a la gente al cine -que haberlos, haylos-, la web mostrará el dibujo de una sala prácticamente vacía, con casi todos los asientos disponibles para hacer clic.

La oferta para ver, por suscripción, en nuestros televisores y dispositivos multitud de filmes barre y destierra a la pantalla grande. Para qué salir de casa a ver un estreno que, en poco tiempo, tendremos disponible usando el mando a distancia. Lo podremos ver el día que queramos, a la hora que elijamos, y detener la historia, retrasarla o volverla a ver las veces que nos dé la gana; podremos ponerla en otro idioma, con subtítulos o sin ellos. Incluso las plataformas nos permiten crear una lista de lo que tenemos pendiente de ver, algo muy práctico que yo suelo hacer para no tener que acordarme después, pero que en cierto modo me crea algo de ansiedad: tantas pelis (o series) que quiero ver y tan poco tiempo para hacerlo…

Todo esto me lleva a pensar en lo siguiente. Cualquier espectáculo en directo, que transcurre delante de nuestros ojos, con cientos o miles de desconocidos a nuestro alrededor que han ido a ver lo mismo que nosotros, convierte ese espectáculo en un momento único e irrepetible. Por muchos conciertos -o representaciones, recitales, obras, etc.- que un artista tenga programados en su gira, ninguno será idéntico a otro. El público tiene mucha culpa de ello, así como el escenario, el ánimo o la inspiración con los que se encuentre ese día el intérprete, o incluso las condiciones atmosféricas. Una película permanece inalterable y sigue siendo la misma historia con las mismas interpretaciones, diálogos, fotografía o música. Todas las veces.

Pero lo que sucede aquí y ahora no vuelve a repetirse de la misma manera, igual que en la vida. Vale también para los deportes, claro. Un gran evento deportivo (o el partido del chiquillo con su equipo en un campo embarrado) es irrepetible. La primera palabra de un niño o sus primeros pasos tambaleantes son un evento único en la vida de sus orgullosos padres. Cualquier momento de la vida que lleve por delante «la primera vez que» es un instante mágico.

Solo deseo a los afortunados que lograron entrada para el Conejo que realmente merezca la pena el esfuerzo. Y que guarden el móvil en el bolsillo y disfruten del concierto. No se lo pueden perder.

Kitt, te necesito

Ha sido un placer, queridos lectores. Me despido de ustedes en previsión de muerte violenta por ataque nuclear, conflicto bélico, misil Trump y/o Putin, nueva pandemia, huracán, tornado, sequía pertinaz, desabastecimiento de víveres o cualesquiera otras causas de desaparición de vida humana, animal y vegetal. 

He vivido bien, sin estrecheces; he conocido el amor de mis padres, abuelos y bisabuelas, el de mis hijos, el amor fraterno, el conyugal y el de la amistad, que es otra clase de amor, pero amor, al fin y al cabo. He recibido educación, he estudiado lo que he querido, he viajado, he vivido experiencias inolvidables y no tengo enemigos, que yo sepa. Mi equipo de fútbol no ha ganado nunca un campeonato de nada, pero en ese barco estamos muchísimos mortales, así que tampoco me quita el sueño.  

No guardo esperanza alguna de supervivencia porque se me da fatal usar herramientas, no he encendido nunca un fuego al estilo acampada, y mi condición física y de resistencia es más bien tirando a floja. No he visto ninguna edición de Supervivientes, mecachis. Además soy miope, y aunque no tomo medicación ni tengo mala salud, me veo en considerable desventaja si hay que salir corriendo (me da flato enseguida y no soy nada veloz) o pegarse con el enemigo.  

El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, nos advierte: «Con la última tecnología de misiles que vienen desde Rusia, la diferencia de un ataque a Varsovia o un ataque a Madrid es de diez minutos. Así que todos estamos en el flanco oriental: Ámsterdam, Londres e incluso Washington» (fuente: La OTAN advierte de los misiles rusos: «La diferencia de un ataque a Varsovia o Madrid es de 10 minutos»). Para que no nos defienda la OTAN, igual mejor salirse de ella, ¿no? Si el plan de seguridad es armar un mochilón con pastillas, pilas, agua y comida enlatada, me siento mucho más segura, dónde va a parar. 

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Eso sí, preparar un kit de supervivencia para 72 horas me da una pereza tremebunda, a la par que me genera una rabia incontenible por tener que tolerar que se nos imponga a los ciudadanos de a pie la responsabilidad del sálvese quien pueda. Oigan ustedes, gobernantes del mundo: si las vidas de quienes les pagan el sueldo corren peligro, hagan lo que tengan que hacer para evitarlo, pero no nos pasen el marrón de hacer un curso acelerado de supervivencia. En mi casa serían cuatro kits, y no tengo sitio donde guardar tanta mochila. Aunque quizá me bastara con un bolso de señora extragrande, como el que lleva la señora de azul del vídeo Así es el kit de supervivencia de 72 horas que recomienda la UE en caso de guerra que ha divulgado la Comisión Europea. No me digan que el vídeo en cuestión no da un poquito de vergüencilla ajena (cringe, dirán los jovenzuelos). Parece la teletienda, y encima la tía en un momento dado se parte de risa, oigan.

Por salud mental hace mucho, mucho tiempo, que no veo un noticiario en la televisión. Están de nuevo sembrando el miedo e incluso el pánico entre la población, como ya ocurrió otras veces: el gran apagón, incontables meteoritos, el final del granero de Europa, desabastecimiento, el incremento del nivel del mar, la desaparición del hielo del planeta, la viruela del mono, la gripe aviar… Cualquier cosa vale para tener a la ciudadanía acogotada, temerosa y, por ende, manipulable. Durante el confinamiento y la propagación del covid-19 hicimos cosas impensables y tragamos con medidas que, por nuestro bien, elaboraba un comité de expertos (escuchen mi carcajada); medidas inconstitucionales a las que la gran mayoría nos plegamos porque el miedo había clavado sus uñas en nuestras conciencias, impidiéndonos pensar claramente sobre qué estábamos dejando que hicieran con nuestras vidas. 

Así que lo tengo claro: nada va a salvarme de una catástrofe del tipo que sea, ni una equipación para 72 horas, ni el mismo Michael Knight con su Kitt al rescate. La Unión Europea es Rose subida a la tabla, y los ciudadanos somos Jack esperando el final. Ya me disculparán el estoicismo que emana de este texto, queridos míos. Y no se dejen dominar por el miedo: tan solo están haciendo ver que está justificado el gasto ingente en defensa por el que nos van a volver a crujir a impuestos. Como siempre hacen. 

Horas evaporadas

Hace un par de días fue el Día Mundial del Bienestar Mental para Adolescentes, que lleva celebrándose desde el 2 de marzo de 2020 para concienciar acerca de los problemas de salud mental de los jóvenes. Esto me viene muy al pelo para reflexionar sobre un aparato presente en la vida cotidiana de todos nosotros, no solo de la chavalería, y que está afectando cada vez más a nuestra salud mental y a nuestro equilibrio emocional: el teléfono móvil, o más concretamente, el smartphone.

Hace un par de meses tuve ocasión de asistir a dos formaciones para familias que impartió Sonia Ledesma (dejo enlace a su página; también la podéis encontrar en Instagram) acerca de la importancia de enseñar a nuestros hijos a regular el uso de los dispositivos. Partidaria de retrasar lo más posible la entrega del primer móvil (con internet, se entiende), aboga también por encontrar el equilibrio entre el no más rotundo a las nuevas tecnologías y un uso moderado de estas que no les impida realizar actividades de ocio al aire libre, socializar fuera de las pantallas, leer, etc., siendo asimismo conscientes de los peligros que encierra un aparato tan pequeño en manos de niños y adolescentes. Estas charlas, teniendo en cuenta que no hay pociones mágicas y que cada familia es diferente, tuvieron el objetivo de dar algunas pautas para nosotros, los padres, que nos hemos topado con un problema bastante gordo en esto de lidiar con los hijos y su uso (o abuso) de las pantallas.

Empezó explicando cómo es, a grandes rasgos, el cerebro de un niño o adolescente en cuanto a maduración -la corteza prefrontal, que es el conjunto de neuronas situadas en la parte más anterior del lóbulo frontal y cumple funciones relacionadas con la memoria de trabajo, la conducta y el control de las emociones, no termina de desarrollarse hasta casi los treinta años de edad-, o en cuanto, por ejemplo, al control del riesgo y las consecuencias: la promesa de recompensa es más fuerte que cualquier tipo de precaución ante los posibles riesgos. Cuando el lóbulo frontal no ha madurado, las decisiones que los jóvenes tomen pueden ser alteradas por la actividad de otras áreas del cerebro, responsables de controlar los instintos. Si ya a los adultos nos cuesta escapar de la recompensa inmediata, del scroll infinito (deslizar el dedo para ver contenido multimedia sin fin) o de las continuas distracciones que nos provocan las notificaciones del teléfono, cuánto más les costará a los pequeños y jóvenes de la casa.

Al margen del tiempo que nos roba tener un móvil en la mano, más preocupan los problemas derivados de tener demasiado pronto acceso a internet sin control parental, a cualquier hora y sin límite de uso. Sexting, grooming, ciberacoso, pornografía, baja autoestima por el bombardeo de cánones de belleza irrealizables y de estilos de vida falsamente perfecta, aislamiento, falta de empatía, dificultad para relacionarse con los demás cara a cara, etc. Sonia nos contó cómo muchas educadoras infantiles no dan crédito cuando cuidan de bebés que no interactúan con ellas, o que no comen bien porque no reconocen las comidas, ya que en sus casas comen delante de una pantalla sin reparar en los sabores, los colores o las texturas de los alimentos. Estremece ver a niños en carritos y sillas, aún con pañales, y sosteniendo un teléfono mientras su madre hace la compra o se toma un café con una amiga.

Sobre estas líneas, la carta de una lectora de El País que se ha viralizado en los últimos días; me tomo la libertad de citarte aquí, Rocío García Vijande, de Gijón. Quiero pensar que, como Rocío, hay una tendencia al alza en muchos padres y en ciudadanos en general rebelándose contra este uso desproporcionado del móvil.

Lo mejor, en palabras de Sonia Ledesma, es predicar con el ejemplo. Dediquemos los ratos en común con la familia a charlar, no a mirar el teléfono. Se puede establecer un horario para consultar el móvil, hacer gestiones o, por qué no, pasar un pequeño rato viendo vídeos de lo que nos gusta, chateando con amigos o respondiendo a ese montón de correos acumulados en la bandeja de entrada. Siempre con un límite de tiempo. Se puede utilizar como excusa el interés de nuestros hijos por un contenido concreto (vídeos de maquillaje, de parkour, de videojuegos, de recetas de cocina o manualidades) para hacerlos salir de ahí, levanten la vista y nos cuenten qué han visto, qué les ha resultado interesante, por qué siguen a tal o cual creador de contenido, etc. Hay que hablarles de los riesgos, de lo que implica también compartir algo íntimo (una foto, una crítica, un chisme), hablarles de que, tras una pantalla, siempre hay una persona, y esa persona a veces no es quien dice ser. Un ejemplo de esto: Un hombre de 38 años llega a la casa de una familia porque los niños le habían dado su dirección por Roblox

Siento, según escribo estas líneas, que el tema da para mucho más. Me doy cuenta, además, de lo incongruente que resulta estar hablando de dejar el teléfono a un lado cuando tú, estimado lector, tienes estas líneas en la pantalla de tu teléfono. Sin él, este texto no llegaría a ti, probablemente. In medio stat virtus (la virtud está en el medio). Tenemos en el bolsillo una herramienta increíble de información, entretenimiento y posibilidades. Pero fuera de ahí está la vida. Saber equilibrar ambos extremos es el reto al que nos enfrentamos, y es un reto en el que debemos implicarnos todos. El otro día mi hijo volvió de pasar una semana con los compañeros y algunos profesores de clase esquiando y haciendo otras actividades de ocio. En las normas de la convivencia venía bien clara la prohibición de llevar móvil o dispositivos electrónicos. El día de su regreso, un correo electrónico de la directora del instituto nos llegó a los padres con un tirón de orejas para las familias que hicieron caso omiso de la prohibición. Muchos estudiantes se llevaron el móvil a la «semana blanca». Qué terrible no ser capaces de limitar esto.

Termino recomendando esta página con recursos para familias y docentes: https://educaciondigitalresponsable.org/, y dos libros que a mí me han entusiasmado, no solo por el tema del móvil, sino por otras muchas cosas: Salmones, hormonas y pantallas, del Dr. Miguel Ángel Martínez-González, y El valor de la atención, de Johann Hari.

De tarea

Me he dado cuenta de que en 2024 llevo publicadas trece entradas en el blog, así que, aunque no soy supersticiosa, vaya aquí la decimocuarta para no conjurar la mala suerte en el último día del año.

Un año más se me han vuelto a pasar los 365 días + 1 (ya que fue bisiesto) volando. Entre trabajar, los niños, los quehaceres cotidianos y los imprevistos que se inventa la vida, se acaba ya el año en que cumplí 44. Qué razón tenía mi abuelo cuando me decía que, pasando de los 18 años, el tiempo corría que se las pela. Sin darme ni cuenta ya tengo un hijo adolescente y otra cada vez más cerca de serlo. Confieso que a veces me entra morriña y desearía, por un minuto, que menguaran y volviesen a gatear, balbucear y tener esa textura blandita y achuchable de bebés. Después se me pasa, claro, pero algo ha detectado el algoritmo del móvil que no hace más que proponerme vídeos de bebés monísimos.

Las peleas ahora no son para que coman, duerman la siesta o se les pase una rabieta. Los esfuerzos se centran en combatir el exceso de pantallas, en que se concentren por más de treinta minutos seguidos para realizar una tarea o estudiar para un examen, en que lean, salgan a la calle, hagan deporte y les dé el aire, desarrollen su personalidad y eviten las malas compañías. En definitiva, estas y otras batallas libradas cada día por padres y madres de adolescentes tienen lugar en un escenario a veces nada alentador: llegamos del trabajo cansados, nuestros hijos regresan también de una jornada intensa que los ha levantado a las siete de la mañana y los ha tenido en clase seis horas. Tras la comida quieren descansar un poco, pero enseguida han de enfrentarse a los deberes. LA TAREA.

Añadamos otro ingrediente: las nuevas tecnologías. En secundaria utilizan el chromebook para todo. Los profesores suben al classroom (de Google) las tareas de su asignatura: tal o cual ejercicio en tal o cual formato y su fecha de entrega. El alumno se acostumbra o se tiene que acostumbrar a diseñar presentaciones, crear diapositivas, contestar kahoots o interpretar mapas virtuales, o simplemente contestar preguntas, pero en el chromebook: realiza la mayor parte de sus tareas en una pantalla, la mayoría de las veces por pura intuición o aprendiendo a base de errores, ya que manejan aplicaciones que sus padres desconocen por mera brecha generacional.

Supongo que a los profesores les resultará mucho más cómodo corregir treinta o cincuenta ejercicios y trabajos que llegan directamente a su cuenta de classroom, donde controlarán fácilmente quién ha entregado la tarea a tiempo y quién no, donde corregirán y evaluarán a golpe de ratón y devolverán la calificación con un clic. Supongo, también, que no les queda otra porque son directrices de los de arriba, y que habrá muchos docentes contrarios a estas prácticas.

Pues bien, voy a hablar por boca de mi hijo. Está en segundo de ESO y ya está harto de tanto chromebook y tanta pantalla. Cree (y estoy de acuerdo con él) que tardaría la mitad de tiempo en hacer esas mismas tareas en papel. Luego está la cuestión de si se exceden o no con la cantidad de tareas. Al mío le ha caído en suerte -más bien en desgracia- una profesora de física y química que no descansa un solo día: todos los días que toca su asignatura vuelve mi hijo con tarea. Como además no le gusta la materia, es un suplicio enfrentarse todas las tardes y muchos fines de semana a esos deberes. Igual la clave no es la cantidad y la frecuencia de esas tareas, sino la calidad. Valdría más la pena centrarse en tareas importantes, realizadas en clase, y corregidas y explicadas delante de los alumnos, que mandar a diario ejercicios sin ton ni son que solo se califican, sin entrar en explicaciones de dónde se ha fallado o qué se puede mejorar.

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¿Cómo vamos a fomentar que nuestros adolescentes realicen actividades al aire libre o socialicen fuera de una pantalla o del WhatsApp si pasan las tardes encerrados en su habitación despachando deberes mirando una pantalla?

Habrá quien me diga que estamos en el siglo XXI y hay que evolucionar con los tiempos: que las nuevas tecnologías son cruciales para nuestra forma de vivir y trabajar, y que los estudiantes de hoy son los adultos del mañana y deben ser competentes en el uso de aplicaciones digitales de toda índole. Mi opinión es que algo de esto es cierto, pero sin excedernos.

La escritura y el uso del papel y de los libros de texto son cruciales en el aprendizaje, y muchos estudios avalan esta postura. Y ahora que menciono la escritura: mi hija está en cuarto de primaria y sus profesoras les están mandando copiar a mano, como una tarea más que añadir a las divisiones o al inglés, textos de cuentos tradicionales para que practiquen la caligrafía, la ortografía y la presentación escrita. Deben escribir un trocito cada semana, ya que han detectado que la letra les ha empeorado desde infantil, en muchos casos. Por qué será que al final se vuelve a la enseñanza tradicional.

En fin, ya perdonarán estas disertaciones. Tenía ganas de desahogarme sobre estos temas y se me ha echado el año encima. Que Dios nos asista, que nos queda más de la mitad de la secundaria aún.

Muy feliz año nuevo, que 2025 les traiga salud, buenas noticias y días felices.

España llora

No tengo ni familiares ni amigos en la Comunidad Valenciana; es más, apenas la conozco, solamente he estado de vacaciones un par de veces en Peñíscola (Castellón). Ni siquiera he estado en las Fallas de Valencia; todo lo que conozco de esta comunidad es por referencias de otras personas o por reportajes de la tele. Ahora, por desgracia, puedo nombrar más de cinco municipios cercanos a Valencia: Paiporta, Alfafar, Aldaya, Sedaví, Chiva, Catarroja, Masanasa, Algemesí… Sigo sin conocer estos lugares, pero mi mente y mi corazón llevan acampados allí desde hace varios días. No logro soltar mi teléfono porque siento que viendo vídeos y escuchando testimonios y denuncias y llantos desgarradores de gente normal que ha vivido una pesadilla horrible estoy de algún modo a su lado y no dejo que caigan en el olvido.

No voy a analizar qué ocurrió, o quién tuvo la culpa de no avisar a tiempo, o qué hubiera pasado si. De eso ya se está hablando hasta la saciedad en programas de televisión, prensa, redes sociales, etc., y además entrar en ese juego del «y tú más» no hace más que enfrentarnos los unos a los otros. La única cosa cierta es que a las víctimas las han abandonado incluso antes de llegar a ser víctimas, porque la actuación que no se produjo podría haber minimizado las pérdidas humanas, que sobrepasan ya los dos centenares. Han transcurrido siete días desde el fatídico día, y el aquí y el ahora son lo importante, y el aquí y el ahora nos hablan de miles de personas que han perdido a seres queridos, vivienda, enseres, recuerdos, negocios y toda esperanza de volver a recuperar sus vidas tal como eran hasta las primeras horas de la tarde del martes 29 de octubre de 2024.

Las muchas personas que están sobre el terreno ofreciendo sus manos para limpiar, para dar alimentos o agua, para abrazar a quien lo ha perdido todo, son los verdaderos salvadores de esta pobre gente. Son muchos los testimonios de afectados que aseguran que, de no ser por los voluntarios que no han dejado de llegar desde el día siguiente al desastre, estarían mucho peor. La cruda realidad es que los voluntarios no pueden quedarse allí todo el tiempo necesario, porque tendrán que volver a sus vidas y a sus trabajos. Para la historia quedarán las imágenes de esos ríos humanos de personas yendo a pie a la zona cero armados de cubos y escobas el día después de la gran riada. Y quienes no hemos podido ir allá hemos ayudado con donaciones en dinero y en material.

Pero arreglar tanta destrucción no puede ni debe estar en manos de civiles, y nadie entiende (porque es incomprensible) que no haya sido desplegado todo el ejército desde el primer momento para poder despejar las calles de coches apilados, drenar bajos y garajes, evacuar fallecidos, llevarse el barro y la basura y los muebles inservibles, desalojar viviendas en riesgo de derrumbe, centralizar y canalizar el reparto de ayuda, coordinar a los miles de voluntarios llegados de toda España. Ni siquiera el gobierno ha activado el Mecanismo de Protección Civil de la Unión Europea, y sigue sin hacerlo. Dejo aquí enlace sobre qué es el Mecanismo: https://civil-protection-humanitarian-aid.ec.europa.eu/what/civil-protection/eu-civil-protection-mechanism_es Y dejo otro enlace sobre cómo aún no se ha solicitado: https://www.elconfidencial.com/mundo/2024-11-04/espana-no-activa-mecanismo-ayuda-ue-bruselas_3996930/

La emergencia ahora es sanitaria, añadida a todo lo demás. El agua corriente (quien la tenga) no es potable, el lodo y el agua acumulados por doquier están infestados de químicos, heces, cadáveres que aún no se han encontrado; el aire es irrespirable y sigue habiendo personas enfermas sin salir de sus domicilios, personas que no pueden ir a buscar ayuda porque son muy mayores. Para colmo hay muchas personas que tienen que desplazarse muchos kilómetros a pie para ir a trabajar habiendo perdido su coche, y además amenazadas por sus jefes con el despido si no aparecen puntuales.

¿A qué esperan las autoridades, quien sea, para evacuar todos estos lugares y llevar a la gente a hoteles, a viviendas públicas o a viviendas de buenas almas que ofrecen su casa a quien se ha quedado sin nada? Que entre la maquinaria y se lleve todo desperdicio, se apuntalen edificios y se sanee el alcantarillado, se reestablezca la electricidad y todo lo necesario para recuperar esas poblaciones. ¿A qué esperan para darles comida caliente, ropa, medicamentos y apoyo psicológico como en cualquier desastre natural, conflicto bélico o accidente de graves circunstancias? ¿Por qué España bate récords de solidaridad cuando ayuda a otros seres humanos de cualquier lugar del planeta y ahora que necesita todo tipo de ayuda son sus gobernantes quienes abandonan a sus ciudadanos?

Nada de esto es nuevo. En Galicia tuvieron el Prestige (2002), en Lorca un terremoto devastador (2011); en La Palma el volcán Cumbre Vieja lo arrasó casi todo (2021). En esos lugares el Estado todavía no ha cumplido sus promesas en muchos casos. De qué nos sirve pagar tantos impuestos si tras una desgracia como la de Valencia nadie responde, y no estoy hablando de cosas materiales. Estoy hablando de inhumanidad y desafección, porque a los políticos les importa una mierda lo que le pase a la gente con tal de seguir en la poltrona. Se ha demostrado muchas veces, pero lo de estos días ha sido tan increíble que hasta los medios internacionales lo han resaltado.

Señor Sánchez: Pilatos a su lado era un bendito. En vez de asumir su responsabilidad, que la tiene como presidente del país, ha dejado que Carlos Mazón, (que también tiene su parte de culpa, por supuesto), se coma la gestión de un desastre mayúsculo que no hay por dónde agarrarlo si no intervienen los medios necesarios, intervención que ya pidió la Comunidad Valenciana. Su ministra de Defensa, la señora Robles, se ha lavado las manos tanto como usted. El de Interior, el señor Marlaska, tres cuartas partes. Y mientras tanto cientos de efectivos de Guardia Civil, Fuerzas Armadas, cuerpos de bomberos, etc. se comen las uñas y se tiran de los pelos porque no les dejan ir a sacar esto para adelante. Espero que sobre su conciencia caiga el más horrible de los remordimientos, si es que sabe lo que es eso.

Por de pronto ya ha anunciado hoy que le urge la aprobación de los Presupuestos Generales, en los que va a haber partidas económicas para Valencia. El chantaje está clarísimo: ha visto la ocasión que ni pintada; parece decir «los diputados me van a votar que sí los Presupuestos porque no les va a quedar otra». También le urgía mucho convalidar la reforma de RTVE, mientras moría gente arrastrada por el agua. No se dio tanta prisa en visitar Paiporta, y encima se presentó allá con una media sonrisa y zapatitos de piel, pero tuvo que salir huyendo como la rata que ya ha demostrado muchas veces ser. Pero luego la culpa es, cómo no, de la ultraderecha.

Solo quienes madrugan cada día y saben lo dura que es la vida y lo que cuesta hacerse con un hogar, levantar una familia, pelear por un trabajo y ahorrar cada euro saben lo que debe doler perder todo eso de un día para otro. Por eso es la gente la que está salvando a la gente. No debería ser así, pero así está siendo. España sosteniendo a España a pesar de los putos inútiles de políticos que tenemos.

Que todo esto no caiga en el olvido. Ánimo a todos los afectados, y mi más grande aplauso a todas las buenas personas que están llevando algo de esperanza allá.

Lo de las hamburguesas

Si vives en Pamplona o has venido de visita en los últimos diez días, has tenido que oír hablar seguro del macroevento culinario del momento: The Champions Burger. O lo que es lo mismo: lo de las hamburguesas. Si vives en una cueva o a mil kilómetros, te dejo la información aquí para que leas de qué va la vaina: https://thechampionsburger.es/ Por cierto, la siguiente edición es en Gijón.

Nosotros también hemos estado -¿y quién no ha estado aún?-, porque en Pamplona, cuando se trata de comer, y aunque no sea gratis, allá que vamos. Y eso que las colas interminables y el mal tiempo no han puesto fácil la labor. Estuvimos un miércoles a las 18:30, que ni que fuéramos ingleses para cenar a esas horas, pero nos habían recomendado ir pronto (abren a las seis) si no queríamos comernos, no solo la hamburguesa, sino hora y pico de fila. También tuvimos que esperar, pero un tiempo relativamente corto, y hasta cogimos mesa donde poder degustar nuestros panes con carne e ingredientes diversos.

La conclusión de todo esto es que lo que manda en todas las propuestas que se presentan a esta liga de campeones de la «carne con cosas» es apostar por una buena carne (obviedad al canto), casi siempre producto nacional, madurada mucho tiempo, y que el fuego se encargue de exprimirle todo el sabor. Los aderezos son la parte diferencial: salsas con trufa, con picante, sabor umami, de queso, torreznos, doritos, etc. El universo de las hamburguesas tiene como límite la imaginación: palomitas de maíz o glaseado de donut forman parte de algunas de las recetas de un plato que admite cualquier cosa mientras esté bueno. Yo me comí una Acecina (precioso el juego de palabras), de El Surtidor, pero también probé un poco de la Trufada 2.0 de Rico Burger, otro poco de la Bruuuutal 2.0 de Bobby’s y otro poco de la Double Black de Vacarnal (otro juego de palabras: carnaval, carnal, bacanal, vaca-carne).

La primera vez que probé una hamburguesa (muy alejada de lo que se está cocinando estos días en Pamplona), fue con mis amigas a los trece o catorce años en un local, inexistente hoy, llamado Tutti Pasta, en el barrio de San Juan de Pamplona. A pesar del nombre, no era de comida italiana, o quizá sí, pero no lo recuerdo porque todos los de esa edad a lo que íbamos allí era a comer hamburguesas que, como he dicho, no se parecían casi nada a las creaciones de hoy. Era lo más parecido a ir al McDonald’s, que a Pamplona no llegaría hasta muchos años más tarde, aunque en España la primera tienda, en Madrid, se abriera en 1981.

Quizá porque a las ciudades pequeñas como la mía tarda todo en llegar mucho más que en las grandes urbes, o porque hasta hace pocos años era impensable que artistas de primera línea eligieran Pamplona como parada en sus giras de conciertos, a mí me hace especial ilusión que se celebren eventos de este tipo en mi ciudad. Porque no todo va a ser San Fermín para ponernos en el mapa: aquí no hacemos ascos a campeonatos deportivos, exhibiciones, congresos o festivales de comida, cine o literatura. Por eso no entiendo mucho el «vinagrismo» que les entra a algunos cuando se concentra tantísima gente para asistir a eventos tan excepcionales. Los columnistas, opinólogos y odiadores profesionales se despachan a gusto estos días por diferentes medios despotricando de lo mal que está el tráfico en los alrededores del Parque de la Runa (lugar de peregrinación por unos días para comer hamburguesas gourmet), de lo caras que son, de la cantidad de gente que se ve por la Rochapea estos días, de que no hay quien aparque, de que hay que esperar horas y horas en las filas, y todo por una comida guarra.

Pero que tan guarra no es, eh, dicho sea de paso, salvo porque te manchas cuando chorrea la salsa por entre los dedos. Que no es como ir a un restaurante lo tenemos todos claro: no hay platos ni cubiertos, te sirven en un cartón, si llueve te mojas, pagas por adelantado en lugar de al terminar de comer, hay más gente que en la guerra, el precio de la bebida es desorbitado (pero puedes llevar tu bebida sin problema), y has de invertir mucho tiempo para lo poco que tarda la hamburguesa después en acabar dentro de tu estómago. ¿Muchas incomodidades? Oye, la gente va en verano a festivales de música con un saco de dormir mugriento, sin posibilidad de ducha, durmiendo en el suelo, rodeada de gente alcoholizada o cosas peores y escuchando grupos de los que no había oído hablar hasta ese fin de semana.

Creo que la clave, tanto en esos festivales de música como en lo de las hamburguesas, está en la edad del asistente al evento. Cuanto mayor, peor. ¿Sí o no? Bueno, pues como a mí me ha gustado, será señal de que tan mayor no estoy todavía. Cuando vaya (si voy) a un festival de música de esos indies os cuento a ver…