Definición inversa (microrrelato)

Microrrelato presentado al XII Certamen Internacional de microrrelatos de San Fermín. Quise darle una vuelta a un término que citaban a menudo las autoridades sanitarias hablando de la pandemia de covid-19.

Enhorabuena a los diez finalistas. Otro año será.

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DEFINICIÓN INVERSA

Lanzar un ¡viva! a escasos centímetros de varias bocas sedientas; sentir que otras manos nos palmean las espaldas y que otros brazos nos agarran con cercana fraternidad.

Compartir un vaso que pierde el hielo por momentos; beber sin tapujos del mismo porrón.

Correr sin espacio a rebufo de un montón de mozos, sintiendo el aliento agitado de quienes se juegan la vida.

Posar la chiquillería sus labios en San Fermín engalanado con flores.

Acariciar el abanico de Josephamunda o tirar de la casaca de Napoleón.

Servirse con la mano de un plato hasta arriba de pinchos.

Esperar a que empiecen los fuegos poblando un césped abarrotado en el que no se distingue dónde acaba una cuadrilla y empieza otra.

Pasarse de unas manos a otras los platos de ajoarriero, pochas o magras con tomate, en el tendido, la peña o en casa de la cuñada.

Bailar en parejas o en grupo, haciendo la conga o el Chocolatero.

Llegar a la barra a fuerza de codazos, empuje y determinación, mezclando nuestro sudor con el de los demás.

Limpiarse las lágrimas después de una jota y no lavarse las manos.

Todo lo que no sea “etiqueta respiratoria” es San Fermín.

Volverán (relato librero)

Durante el confinamiento, la editorial Nórdica puso en marcha un concurso literario llamado «Relatos libreros», invitando a sus lectores a crear un homenaje en forma de relato a las librerías y los libreros, que vivían tiempos inciertos al no poder abrir. El texto ganador sería sobreimpresionado en una bolsa de tela con la imagen de Nórdica, y el autor del relato premiado recibiría varias bolsas en su casa, así como un lote de libros de Nórdica. ‘Instrucciones para salvar el mundo’, el relato ganador del 1er Concurso de Relatos Libreros

No he ganado, pero me divertí pensando mi relato, y aquí os lo dejo para que lo disfrutéis, que es gratis:

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VOLVERÁN

Los pobladores de Negro Sobre Blanco llevaban un tiempo esperando con paciencia y asomándose tras sobrecubiertas y tapas de cartoné, preguntándose unos a otros qué se hizo de los dedos que recorrían sus habitadas páginas antes de que alguien se decidiera a comprarlas. Algún avispado personaje alertó a los demás cuando descubrió, horrorizado, que ni siquiera los libreros estaban presentes ya. No es un inventario, les advirtió. Estarían aquí, y no veo ni oigo a nadie. Ha de ser fuerza mayor, jamás nos abandonarían. Pero volverán, lo sé.

¿Los lectores también? –preguntó una niña desde la página contigua.

Claro, los buenos libreros siempre van acompañados de buenos lectores.

 

Siento un hormigueo

Microrrelato presentado al Certamen 4º peldaño Escalera de San Fermín (blogsanfermin.com)

“¿Por dónde vamos ahora?” Habían dejado atrás una pronunciada cuesta, y el camino torcía ligeramente a la izquierda hacia una plaza desierta, tan desierta como todo lo recorrido desde que partieron. El silencio era avasallador; la reina tenía razón y la suya había sido una gran idea: aquella era la mejor época para hacer esa excursión. Llevaban años planeándola, fue siempre su ilusión, pero los riesgos eran grandes. No podían exponerse a perder efectivos, ya que siempre había sido una zona muy concurrida. Hacerlo de noche tampoco era una opción. Así que ahí estaban, cumpliendo un sueño, y juntas como la gran familia que eran. En cabeza, la reina las guiaba. Ni siquiera ella sabía por qué, de repente, ningún zapato amenazaba con acabar con la colonia. Era como si los humanos hubieran caído en un sueño eterno como el de la princesa del cuento.

“Ya estamos en la curva de Mercaderes”, anunció la reina. Las hormigas sonrieron y gritaron al unísono: ¡Ya falta menos!

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Vecinos nuevos

El siguiente texto es un relato que mandé a la editorial Mueve Tu Lengua, que organizó un pequeño certamen a través de sus redes sociales durante estos días de confinamiento. No resultó premiado, pero me han regalado un vale de descuento para comprar libros suyos. Lo pongo aquí, especialmente dedicado a las personas mayores, a nuestros pueblos vacíos y vaciados, a nuestro hermoso país lleno de encanto en cada piedra, y a la esperanza de que saldremos adelante.

VECINOS NUEVOS

Volvía de dar su paseo matinal cuando Avelina se detuvo a pocos metros de su casa y contempló aquel descomunal camión de mudanzas. Lo siguió con la mirada: el camión continuó subiendo un poco más la cuesta y giró a la derecha. Avelina recorrió el mismo trayecto, y pronto vio el camión detenido frente a la casa donde en tiempos vivieron Antonio y Brígida. Junto al camión había otro vehículo grande, de tipo familiar, en el que no había reparado hasta ese momento. “Vecinos nuevos, alguien ha comprado la casa”, pensó.

Se aproximó más y pudo ver a un niño de unos diez años mirando lo que parecían unos cromos –una buena colección que a duras penas podía sujetar en sus pequeñas manos- y a una niña cuatro o cinco años más pequeña que sostenía una muñeca de pelo largo y rubio mientras daba saltitos sobre una pierna. La pequeña reparó en Avelina, mientras el que sería su hermano cambiaba de mano un cromo tras otro. La niña estaba mirándola fijamente y acabó por esbozar una sonrisa.

-Hola. Te pareces a mi abuela, que se fue al cielo.

La anciana le devolvió la sonrisa, metió la mano en el bolsillo de su bata y le tendió a la niña un caramelo de naranja. “Tienes una muñeca muy bonita. ¿Qué le pasó a tu abuelita?”.

-Cogió el coronavirus. Mis papás están ahí dentro sacando nuestras cosas.

Entonces, de la casa de piedra salió una pareja que pasaba de los cuarenta. Se notaba a la legua que venían de ciudad. La mujer se acercó a Avelina. “Hola, buenos días. ¿Es usted de aquí, del pueblo?”.

Hechas las primeras presentaciones, pasaron unos pocos días y los nuevos vecinos fueron entablando relación con los cuatro gatos que vivían aún en el pueblo, entre ellos Avelina. Las tardes soleadas que aún le quedaban al verano las pasaban los dos niños correteando por las cuestas, persiguiendo pájaros y jugando a nombrar todos los futbolistas de los cromos de una temporada inacabada. Su madre era sobrina-nieta de Antonio y Brígida, y propietaria de la casa y de un terreno que pertenecieron a sus tíos.

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La vida en la ciudad se había vuelto complicada. Además del desconsolador aspecto laboral, estaba el emocional. Los niños –y también los padres- necesitaban el contacto con la vida más pura y libre. Abrirían en la enorme casa un alojamiento rural, pues tenían habitaciones de sobra.

Venían de dejar atrás muchas lágrimas e incertidumbres, pero bajo aquel atardecer estival aún podían sonreír viendo a sus hijos jugar felices.

“¿Y aquí no tuvieron ningún contagio?”, le preguntaron un día a Avelina. “Ninguno. Somos muy de cuidarnos. Y estamos acostumbrados a estar solos”.

“Bueno, ahora estamos nosotros”, le dijo la mujer a Avelina poniéndole la mano sobre la rodilla.

Lista de buenos propósitos

El 4 de abril, día de escalera sanferminera, la página Blogsanfermin recibió decenas de relatos tras lanzar unos días antes la iniciativa de que todo el quisiera escribiera relatos de no más de 204 palabras y que tuvieran algo que ver con la mítica frase «ya falta menos». Los relatos los harían llegar al Complejo Hospitalario de Navarra para entretener a los pacientes y trabajadores. Envié dos, y uno de ellos ya ha salido publicado, así que lo comparto también por aquí:

Lista de buenos propósitos

Para comer pintxos en lo viejo. Para abrir una caja de garroticos y unos boletos de la tómbola. Para volver a la niñez con un cucurucho de Nalia. Para subirnos al quiosco y contemplar nuestro salón repleto de vida. Para unas compras por la calle Mayor y un concierto en Condestable. Para disfrutar de las vistas desde el Caballo Blanco. Para embobarnos con el remozado claustro de la catedral. Para un paseo por la Vuelta del Castillo y un rato de charla sentados en la hierba. Para unas cañas en una terraza, pero una terraza de las que tienen camareros, no la terraza del ático, que de esa ya estamos más que aburridos. Para un rato en los columpios de la Plaza de la Cruz. Para un trago de agua fría en la fuente de Recoletas. Para contemplar las aves de la Taconera. Para chutar un balón en el verde de Yamaguchi. Para cantar un gol en el Sadar. Para volver a ser libres. Ya falta menos.