Carta a Donald Trump

Desalmado señor Trump:

En primer lugar, disculpe que me dirija a usted en castellano o español. Podría escribir en inglés, pero no me da la real gana, porque los protagonistas de esta historia hablan mi lengua materna, y usted los desprecia sin miramientos. Así que, si quiere entender estas palabras, búsquese un traductor y páguele bien, que dinero le sobra.

Quizá a usted le queda un poco lejos en el tiempo el sentimiento de abrazar a sus hijos pequeños, o quizá me equivoco, pues el más joven de su prole aún tiene doce años. Sus otros cuatro hijos están ya creciditos y maduros, y algunos de ellos le han dado nietos. ¿Ocho tiene usted, verdad? Lo he mirado en Wikipedia.

Debe de existir en el ecosistema algún bicho o súper bacteria que transforma a las personas que entran en la política, que las vuelve de acero, inconmovibles, y las hace sentirse por encima del bien y del mal. ¿O usted es así desde pequeñito? Ah, que no sabe de qué le estoy hablando, perdone si divago. Permítame que le pida un esfuerzo: retroceda mentalmente a aquella época en que le llamaban daddy, la época de los besos apretujados, los cuentos nocturnos a los pies de la cama, los juegos al aire libre en algún sitio al estilo Central Park. Si no consigue rememorar nada de esto porque de sus hijos se ocuparon sus señoras madres en colaboración con las nannies (o viceversa: se ocuparon las nannies en colaboración con las madres de sus hijos), créame que no le miento si le digo que le compadezco, porque se ha perdido lo mejor de la vida. Sea como sea, usted tendrá la capacidad de imaginarse lo que se quiere a un hijo, digo yo. Escuche, aunque sea por una vez, a su mujer Melania. Ella no está de acuerdo con su política migratoria, al igual que otros colegas suyos del politiqueo. ¿Le suenan de algo los derechos humanos?

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