Obligaciones

Sería maravilloso tener este superpoder: eliminar de la existencia y a nuestro antojo aquellas obligaciones o tareas o circunstancias que nos resultan un suplicio y que llevamos a cabo porque el mundo está así montado y no nos queda otro remedio que pasar por el aro. La vida es demasiado corta, y perdemos un tiempo valiosísimo en estupideces y burocracias que yo, con gusto, borraría con mi varita mágica si la tuviera.

Por 25 pesetas, dígannos marrones, quehaceres y requisitos varios que nos vienen impuestos y que ojalá no se tuvieran que hacer. Un, dos, tres, responda otra vez.

La declaración de la renta. ¿Ya la han hecho? En Navarra se acababa hoy el plazo, ¡cachis! Para mí está en el top 3 de mierdas inmensas que lleva aparejado el mero hecho de existir y ganarse la vida. No basta con pagar impuestos, no, también hay que invertir tiempo todas las primaveras en desentrañar qué es eso de los rendimientos, las rentas exentas, la base liquidable y el mínimo personal. Es que, ojo, hace años, al menos, pedías cita con Hacienda y un empleado público te hacía la declaración. Ahora, si no tienes la suerte de que te envían la propuesta, o la intentas hacer tú en tu casita (si tienes ordenador, que estamos presuponiendo cosas) o acabas pagando (por si no has pagado ya bastante en tu vida por cuantísimas cosas) a un asesor fiscal. Hacienda tiene un sentido del humor muy fino: te dicen en su página web que si no has recibido la propuesta tramites tu declaración de manera muy sencilla. Coser y cantar. Solo debes disponer de certificado digi…

El dichoso certificado digital. La administración será digital o no será. Pobres abuelitos, Dios mío. A ver, es cierto que una vez que lo tienes instalado en el ordenador o lo que sea es práctico y agiliza muchas gestiones, pero hasta que llegas a ese punto tienes que pasar las penas de San Patricio: ir a la página de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, poner mogollón de datos -el grupo sanguíneo creo que no lo piden-, ir a una oficina de registro, darles un código que te ha dado la Fábrica, que te validen la petición, volver a casa o adonde tengas el equipo donde quieres descargar el certificado, abrir el correo electrónico, pulsar en el enlace que te han enviado y descargar el puto certificado. Y repetir el proceso cuatro años después, ¡porque caduca! Briconsejo: yo tengo clave permanente, que no requiere instalarse nada y no expira, y sirve prácticamente para lo mismo que el certificado digital. Ambos son gratis, menos mal. Pero te salen canas.

La Inspección Técnica de Vehículos, la ITV, o cómo pasar un rato agradable haciendo fila detrás de un montón de coches para que, cuando por fin es el turno de tu bólido, un señor vestido de mecánico y con una carpeta de clip en la mano y un boli en la otra te vaya dando órdenes mientras tú te pones muy nerviosa porque conduces tu coche todos los puñeteros días pero de repente se te ha olvidado cómo se ponen las luces largas, y estás ahí como cuando hacías la selectividad, sudando tinta para aprobar. Y además, pagando. Menos mal que luego te dan una pegatina, como cuando te portas bien en el pediatra.

Registrarse para todo es otro de los castigos divinos que hemos de sufrir en nuestras ocupadas vidas. Para comprar entradas para el teatro, para reservar un hotel o un vuelo, para participar en un sorteo, inscribir al niño en el comedor, responder a una encuesta, ver las notas de tus hijos, hacerse una cuenta de correo, entrar en una red social, pedir un libro en préstamo a la biblioteca, etc., etc., etc. Y para todo ello, tachán, tachán, redoble de tambor: usuario y contraseña, usuario y contraseña, usuario y contraseña. Y luego los gurús del internet: no utilices la misma contraseña para todo, que te hackean. Espera, voy a clonar mi cerebro para registrar todas las elaboradísimas y superencriptadas contraseñas que tengo, todas diferentes, para las mil quinientas ochenta mierdas y paridas diversas en las que me he registrado desde que soy un ser humano digital y mandé el papel al ostracismo o al rollo con el que me limpio las posaderas cada vez que me cisco en la vida moderna.

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