Kitt, te necesito

Ha sido un placer, queridos lectores. Me despido de ustedes en previsión de muerte violenta por ataque nuclear, conflicto bélico, misil Trump y/o Putin, nueva pandemia, huracán, tornado, sequía pertinaz, desabastecimiento de víveres o cualesquiera otras causas de desaparición de vida humana, animal y vegetal. 

He vivido bien, sin estrecheces; he conocido el amor de mis padres, abuelos y bisabuelas, el de mis hijos, el amor fraterno, el conyugal y el de la amistad, que es otra clase de amor, pero amor, al fin y al cabo. He recibido educación, he estudiado lo que he querido, he viajado, he vivido experiencias inolvidables y no tengo enemigos, que yo sepa. Mi equipo de fútbol no ha ganado nunca un campeonato de nada, pero en ese barco estamos muchísimos mortales, así que tampoco me quita el sueño.  

No guardo esperanza alguna de supervivencia porque se me da fatal usar herramientas, no he encendido nunca un fuego al estilo acampada, y mi condición física y de resistencia es más bien tirando a floja. No he visto ninguna edición de Supervivientes, mecachis. Además soy miope, y aunque no tomo medicación ni tengo mala salud, me veo en considerable desventaja si hay que salir corriendo (me da flato enseguida y no soy nada veloz) o pegarse con el enemigo.  

El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, nos advierte: «Con la última tecnología de misiles que vienen desde Rusia, la diferencia de un ataque a Varsovia o un ataque a Madrid es de diez minutos. Así que todos estamos en el flanco oriental: Ámsterdam, Londres e incluso Washington» (fuente: La OTAN advierte de los misiles rusos: «La diferencia de un ataque a Varsovia o Madrid es de 10 minutos»). Para que no nos defienda la OTAN, igual mejor salirse de ella, ¿no? Si el plan de seguridad es armar un mochilón con pastillas, pilas, agua y comida enlatada, me siento mucho más segura, dónde va a parar. 

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Eso sí, preparar un kit de supervivencia para 72 horas me da una pereza tremebunda, a la par que me genera una rabia incontenible por tener que tolerar que se nos imponga a los ciudadanos de a pie la responsabilidad del sálvese quien pueda. Oigan ustedes, gobernantes del mundo: si las vidas de quienes les pagan el sueldo corren peligro, hagan lo que tengan que hacer para evitarlo, pero no nos pasen el marrón de hacer un curso acelerado de supervivencia. En mi casa serían cuatro kits, y no tengo sitio donde guardar tanta mochila. Aunque quizá me bastara con un bolso de señora extragrande, como el que lleva la señora de azul del vídeo Así es el kit de supervivencia de 72 horas que recomienda la UE en caso de guerra que ha divulgado la Comisión Europea. No me digan que el vídeo en cuestión no da un poquito de vergüencilla ajena (cringe, dirán los jovenzuelos). Parece la teletienda, y encima la tía en un momento dado se parte de risa, oigan.

Por salud mental hace mucho, mucho tiempo, que no veo un noticiario en la televisión. Están de nuevo sembrando el miedo e incluso el pánico entre la población, como ya ocurrió otras veces: el gran apagón, incontables meteoritos, el final del granero de Europa, desabastecimiento, el incremento del nivel del mar, la desaparición del hielo del planeta, la viruela del mono, la gripe aviar… Cualquier cosa vale para tener a la ciudadanía acogotada, temerosa y, por ende, manipulable. Durante el confinamiento y la propagación del covid-19 hicimos cosas impensables y tragamos con medidas que, por nuestro bien, elaboraba un comité de expertos (escuchen mi carcajada); medidas inconstitucionales a las que la gran mayoría nos plegamos porque el miedo había clavado sus uñas en nuestras conciencias, impidiéndonos pensar claramente sobre qué estábamos dejando que hicieran con nuestras vidas. 

Así que lo tengo claro: nada va a salvarme de una catástrofe del tipo que sea, ni una equipación para 72 horas, ni el mismo Michael Knight con su Kitt al rescate. La Unión Europea es Rose subida a la tabla, y los ciudadanos somos Jack esperando el final. Ya me disculparán el estoicismo que emana de este texto, queridos míos. Y no se dejen dominar por el miedo: tan solo están haciendo ver que está justificado el gasto ingente en defensa por el que nos van a volver a crujir a impuestos. Como siempre hacen. 

Operación Esperanza

Que una persona logre sobrevivir perdida en la naturaleza varios días o una semana ya me parece una proeza. Pero que cuatro niños aguanten vivos 40 días en la selva colombiana y sin demasiados recursos materiales resulta, a mis ojos occidentales y urbanitas, un guion hollywoodiense de una cinta de aventuras o directamente un milagro del cielo. No tardará Netflix o cualquier otra empresa audiovisual en crear un documental o largometraje basado en la historia de los hermanos Mucutuy.

Así es Lesly, la niña de 13 años que cuidó de sus hermanos en la selva

Los niños rescatados en la selva amazónica esperaron ayuda cerca del avión durante cuatro días

Aquí, en el mundo de cemento y hormigón, vivimos rodeados de gente muy joven que no sabe que existía el listín telefónico, que no sabe leer un mapa ni qué es una escala; gente que apenas ha utilizado un diccionario y mucho menos una enciclopedia por tomos. Cualquiera de nosotros ya no da indicaciones para ir a un lugar, sino que envía la ubicación por WhatsApp. Miramos al cielo y no reconocemos las constelaciones, ni dónde quedan el norte y el sur; la dirección del viento no nos cuenta nada de nada, las mareas solo nos interesan si vamos a plantar la toalla en la playa, y todos los árboles nos parecen eso: árboles sin nombre ni apellidos. No hablemos ya del canto de los pájaros, que no distinguimos una tórtola de un gorrión. Solo las personas muy vinculadas al mundo rural tienen algún tipo de habilidad para desenvolverse en la naturaleza.  

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Pero es que la selva son palabras mayores, no es un bosque con mariposas y ardillas. La abuela de los niños rescatados con vida, indígenas de la etnia huitoto (me encanta la palabra), parece ser que les había enseñado los fundamentos indispensables para una supervivencia exitosa en un medio tan hostil. Lesly, la mayor, sabía dónde obtener agua, qué comer o cómo refugiarse, y mis hijos no saben ni manejar bien un cuchillo para trocear una patata. La fortaleza y el buen instinto de la niña mayor, de solo trece años, me parecen increíbles, y sus decisiones y liderazgo resultaron determinantes para que esta historia haya tenido un final casi feliz. Digo casi porque la mamá falleció a consecuencia del accidente de la avioneta donde viajaban, pero allá donde esté observará orgullosa a sus pequeños.

Tengo ganas de sentarme con mis hijos a ver Náufrago, película protagonizada por Tom Hanks y que, a bote pronto, me ha venido a la cabeza por tratarse de otra historia de supervivencia, apta además para todos los públicos. Otra peli muy famosa es Lo imposible, en la que un tsunami real como la vida misma destruye todo lo que encuentra a su paso: esta galardonada cinta no he sido capaz de verla todavía, no creo que pudiera soportar la angustia. El milagro de la selva colombiana me ha hecho reflexionar acerca de lo verdaderamente importante y de cómo difieren las prioridades según el entorno y nuestras circunstancias personales y familiares. De nada nos iba a servir saber hacer un trámite de la administración con la clave permanente, manejar una hoja de Excel o los mandos de la Nintendo si sobreviniera un desastre que nos sacara de nuestra comodidad y nos obligara a puramente sobrevivir. No me apetece nada comprobarlo, pero supongo que mi instinto de supervivencia lo tendré más que atrofiado. Ni cantando por Mónica Naranjo sonaría creíble el sobreviviré. Siempre podría entonar el Color esperanza de Diego Torres, aunque me estuviera comiendo los mocos. Quizá al desafinar el agua de lluvia me surtiría de agua potable en caso de necesitarla.