Trece

Hoy, 16 de marzo de 2024, Osasuna se enfrenta en El Sadar al Real Madrid.

Hace trece años de la última victoria rojilla contra los blancos. Y trece son las victorias totales del club navarro ante los merengues en toda la historia, en los casi 104 años de historia de Club Atlético Osasuna. Repasémoslas, ya que no son tantas, y deleitémonos con un placer que los equipos grandes y con exceso de títulos no conocen: el placer de retener en la memoria todas y cada una de las gestas que suponen ganar a un equipo superior en presupuesto, en socios, en juego, en masa social, en poder mediático, arbitral, etc. Qué aficionado merengue o culé puede recordar con exactitud todas las veces que venció ante el «Osasunica». Alguno habrá, pero para ellos son otras victorias más. Vamos allá:

TEMPORADAJORNADAFECHARESULTADOGOLEADORES ROJILLOS Y MINUTO
1956-57430/09/19562-0Vila Escuer (21’, 80’)
1957-581605/01/19581-0Marañón (47’)
1981-822521/02/19823-2Martín (13’), Iriguíbel (52’), Echeverría (83’)
1982-831619/12/19822-1Rípodas (30’), Echeverría (80’)
1984-852917/03/19851-0Lumbreras (35’)
1986-87705/10/19861-0Bustingorri (37’)
1987-882313/02/19882-1Goikoetxea (21’), Rípodas (60’)
1990-911630/12/19900-4Urban (17’, 37’, 52’), Iñigo Larrainzar (56’)
2001-023414/04/20023-1Fernando (32’), Alfredo (39’), Rosado (74’)
2002-032216/02/20031-0Manfredini (37’)
2003-043211/04/20040-3Valdo (2’), Pablo García (44’), Moha (61’)
2008-093831/05/20092-1Plasil (15’), Juanfran (60’)
2010-112130/01/20111-0Camuñas (62’)
De las trece victorias, once son en casa y dos fuera. Hay enlaces a vídeos con los goles en algunos de los resultados.

Destaquemos los siguientes hechos: trece victorias en 103 años; once de las cuales han sido en El Sadar (la importancia de jugar en casa); nueve de estas victorias se produjeron en temporadas consecutivas (años 1956, 1958, 1982 -dos veces-, 1986, 1988, 2002, 2003, 2004), lo cual habla de la importancia de los ciclos y las buenas plantillas y/o entrenadores; cinco de las trece victorias ocurrieron en los años 80, con aquel Osasuna de los «indios»; y las únicas dos veces que Osasuna cometió la osadía de ganar en el Bernabéu lo hizo goleando. Soy joven pero no tanto: he vivido casi la mitad de estas victorias, seis, desde el 0-4 de 1990 hasta la actualidad. Cómo me gustaría hacer un viaje en el tiempo para ver cómo jugaba aquel Osasuna de los ochenta, eléctrico, de la casa, de partidos con farias, bota de vino y asientos de piedra (estos sí los conocí, ya he dicho que no soy tan joven).

Va siendo hora de cambiar estas estadísticas. Trece son muchos años ya sin ganar a esta cuadrilla de millonarios, y el 13 además es un número feo. El fútbol ha cambiado muchísimo desde entonces, desde aquella última victoria, y no voy a disertar sobre el tema porque daría para otra entrada. Pero voy a apelar desde ya al corazón y la rasmia, palabra tan definitoria del club de mi vida. Estamos en un momento de la temporada sin apuros clasificatorios, venimos de cuatro partidos sin perder, más el tropiezo en Montilivi contra el Girona el otro día, que nos pasó por encima. Sabemos que el Madrid nunca juega cómodo en El Sadar, metemos mucha presión y, tanto jugadores como afición, siempre hemos sido conscientes de ser, a priori, carne de derrota, pero también somos conscientes de que, en un momento como el actual -con la permanencia asegurada- hay que salir a morder, no hay nada que perder y mucho que ganar. ¿Tres puntos? Sí, claro, como en cualquier otro partido. Pero las nuevas generaciones necesitan gestas nuevas, porque no vivieron las anteriores. ¡Trece años!

Es inevitable acordarse hoy del 6 de mayo de 2023, nuestra última final, que se llevó el Real Madrid a la vitrina en forma de su vigésima Copa del Rey. Lo tuvimos muy cerca y cualquier rojillo recuerda lo que sintió y cómo lo vivió cuando marcó gol Torró. Con total seguridad digo que celebrar un gol así (como el de Aloisi en 2005, que tampoco sirvió para ganar la Copa), tiene mucho más poder en la memoria colectiva de una afición que cualquiera de los cientos de copas y trofeos que atesora el club madrileño.

Esta tarde iré al Sadar con el sueño de sumar otra muesca en la historia, la decimocuarta. Los chavales de mi tierra tienen mucho que enseñar a cierto jugador que acapara portadas y recibe premios por sus acciones solidarias, y también recibe todo el cariño que merece de las aficiones rivales, un incomprendido, el brasileño. Deseando estoy de verlo con las orejas gachas porque ha vivido en sus carnes una derrota en el infierno del Sadar.

Termino con una frase de Rafa Nadal: «Si no pierdes, no puedes disfrutar de las victorias». Pues hagámosle el favor a Vini, que pierda de una vez contra Osasuna, y así disfrutará el doble del siguiente triunfo.

Lo que no te mata te hace más fuerte (#cuestióndealma)

Más de un mes soñando con ir a Sevilla, esa ciudad de color especial y olor a azahar. Nervios de punta por encontrar alojamiento y no dejar la cuenta a cero, sumando el medio de locomoción, la entrada al estadio, comida, bebida, atuendo. Más de 900 kilómetros separaban Pamplona de la sede de la final, pero la distancia y la incomodidad de tener que viajar tan lejos -teniendo que pedir días de vacaciones y tirando de calculadora para llegar a fin de mes- no consiguieron amedrentar a los 25.000 rojillos que nos dimos cita en La Cartuja.

En sus 102 años de historia, Osasuna solo ha disputado dos finales. He tenido la suerte de haber presenciado ambas, y no por televisión, sino in situ. Entre una y otra han pasado 18 años, y en ese tiempo el club ha crecido muchísimo deportivamente y en masa social. También es cierto que hace tan solo ocho años estuvo al borde de la desaparición si no hubiera sido porque el agónico empate a dos en Sabadell nos permitió permanecer en segunda división para ascender un año después (2016), volver a descender a segunda en 2017 y regresar a primera como campeones de segunda división con Jagoba Arrasate, en 2019. Cuatro años llevamos en primera desde entonces, y el de Berriatua ha hecho crecer a Osasuna como nunca, imprimiendo un estilo de juego que arraiga en la forma de vivir el fútbol de ese Sadar renovado que conserva aún la esencia de los indios de Alzate, pero con detalles técnicos y fútbol directo y de calidad, de presión y segundas jugadas.

Lo vivido en Sevilla no se puede expresar con palabras. Ver las calles inundadas de camisetas rojas y buen ambiente invitaba a soñar, por qué no, con la victoria y el primer título de nuestra historia centenaria. Algunos sevillanos preguntaban si se había quedado alguien en Pamplona o estaban todos allá. Los camareros aprendieron a preparar kalimotxo y hacían el agosto en mayo, sorprendidos por la capacidad de ingerir alcohol de muchos navarros. Más de uno entró en el estadio sin voz, pero aún quedaba lo mejor. Poco a poco se fue llenando todo el fondo sur de camisetas rojas. El delirio fue in crescendo cuando salió Roberto Torres al stand de televisión, y siguió creciendo cuando Edu, nuestro speaker, fue cantando la alineación titular. Cada nombre iba seguido del apellido -o cada apellido del nombre- en un rugido unísono que hacía retumbar el cálido aire hispalense, puro coliseo romano. Después llegaría el riau-riau más multitudinario cantado en un estadio de fútbol, baile de bufandas al compás. Y casi con la última nota, el gol del Madrid a los dos minutos.

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Los fantasmas empiezan a aparecer por las mentes: nos van a golear, no puede ser, están como flanes, el Madrid no juega finales, las gana. Todo el planteamiento táctico se desmorona si te marcan a los dos minutos, pero Osasuna supo rehacerse y fue de menos a más. El éxtasis llegó con el trallazo de Lucas Torró, el pulpo de Cocentaina, que metió un golazo para la historia y lo celebró dedo en alto, como Aloisi en el Calderón, allá en 2005. Es imposible no sentir un cosquilleo viendo el gol, la celebración y la reacción de la grada. Grité, abracé a mis padres, a la pareja de jóvenes de mi derecha, al de la fila de abajo que estaba a su vez abrazando a su colega. Salté, reí, soñé: quizá sí. Pero no duró mucho la alegría.

Tras el 2-1 los minutos corrían como Usain Bolt por la pista de atletismo, como la tapada por césped artificial en ese intento de estadio de fútbol llamado La Cartuja. Osasuna lo intentó hasta el final, lástima esa de Kike Barja que no pudo rematar porque Carvajal metió el pie, o antes la de Abde que sacó también Carvajal. Osasuna llegó a disparar más veces a puerta que el Madrid, pero el fútbol puede ser muy injusto. El pitido final cayó como un rayo fulminante en los corazones rojillos, se acabó.

Ver a mi equipo roto por no poder corresponder a su afición es algo que no voy a olvidar nunca. Muchos lloraron, a mí me faltó poco, pero recogimos los pedazos de la desilusión (que no decepción), y con la cabeza muy alta seguimos alentando a Osasuna, ese club humilde de presupuesto ridículo comparado con el del club madridista. En una unión perfecta, jugadores, cuerpo técnico y aficionados nos aplaudimos los unos a los otros con el alma ensanchada porque nuestro pequeño club se había hecho enorme. Había demostrado que se puede jugar de tú a tú a un megaequipo millonario plagado de títulos como el Real Madrid. Hicimos perder el tiempo a Courtois, desquiciamos a Vinicius; más de media España estaba con nosotros, demostramos que el sentimiento por unos colores puede ser más grande y tener más valor que todos los trofeos del mundo. Ahí estaba la afición del Madrid casi en silencio contemplando otra copa más. Y ahí estaba esa grada roja sonriendo a pesar de todo, subcampeones de Copa pero ganadores de todo lo demás. De la diversión, el disfrute, el apoyo incondicional, el saber perder, el compañerismo, el sentimiento de pertenencia.

Llevo tres días (el partido fue el 6 de mayo) sin parar de ver vídeos en internet; vídeos de las calles de Sevilla, del recibimiento al autobús del equipo (tremendas imágenes, pelos de punta), vídeos del partido, declaraciones de jugadores, de Jagoba, de Braulio, del presidente Sabalza; vídeos del riau-riau, del gol de Torró, de gente que no conozco saltando como loca en una grada que casi se viene abajo, valla rota incluida.

Pocas cosas nos unen a los navarros como este club. Osasuna nunca se rinde. Y algún día levantaremos un trofeo de metal con inscripción y lazos y todo eso. Pero nuestro mejor trofeo ya lo tenemos desde hace 102 años, y se llama osasunismo.

(La etiqueta que Osasuna ha utilizado para los días previos a la final y durante el propio partido y los días posteriores fue #CuestiónDeAlma).

Pasen por taquilla

     El 9 de febrero Osasuna se enfrentará al Real Madrid en el Sadar, en un partido declarado por el club rojillo como “medio día del club”, circunstancia que obliga a los socios que deseen ir al encuentro a pagar su correspondiente entrada, a un precio inferior al que pagaría el público general no socio. El partido ante el Real Madrid será Medio Día del Club
Parece que a algunos abonados de Osasuna la noticia les ha sentado como una rotura de ligamento cruzado. Argumentan que el club podría haber anunciado en la renovación de abonos que se iba a hacer “medio día del club”, y así haber cobrado por adelantado este partido a quienes lo deseasen. Ha sentado mal que se anuncie nueve días antes del encuentro. Si bien es cierto que en campañas anteriores Osasuna daba la posibilidad de incluir en el precio del abono de temporada el o los partidos de pago (Real Madrid y Barcelona, casi siempre), y esta práctica era habitual y resultaba cómoda para quienes acudimos a todos los partidos ya esté cayendo una nevada apocalíptica o tengamos que ir con muletas al estadio, no es menos cierto que hace bastantes temporadas que no se nos cobra un “extra” a los socios. Sea porque las últimas temporadas han sido un ir y venir de Primera a Segunda, sea porque el último año en Primera (temporada 2016-2017) no se celebró “día del club” como premio a la afición por el apoyo prestado en la campaña anterior, la del ascenso con Martín Monreal, sea porque el río Sadar pasa junto al estadio homónimo, el caso es que este año en que ha habido que fichar a última hora porque se nos ha roto la estrella (fuerza, Chimy), este año en que tenemos el campo en obras y hay que pagarlas, este año la directiva ha decidido, por estos u otros motivos, cobrar a los socios para ver al Real Madrid. Allá cada cual con su decisión: habrá quien pase por taquilla y compre su entrada, habrá quien no lo haga y prefiera gastarse ese dinero tomando unos pacharanes en el bar y viendo el partido en la tele; habrá quien se gaste el triple o más de lo que cuesta la entrada en pagar autobús, entrada, comida y bebida en algún desplazamiento más o menos lejano por ver a Osasuna; habrá quien no entienda además que al renunciar a comprar la entrada el club pueda disponer en consecuencia de su asiento para venderlo a alguien que sí esté interesado en ir al partido y no sea socio de Osasuna. Yo a esto no lo llamo traición ni pido que se lleve a los juzgados, como se ha insinuado en alguna red social. Lo llamo rentabilizar un asiento: si no lo ocupa el socio, vendo una entrada para que lo ocupe otra persona. El gran beneficiado es el Club Atlético Osasuna, no lo olvidemos.

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Si de verdad es el club de nuestros amores, no es tan grande el sacrificio económico pagar una entrada cuyos beneficios van a reportar una mejora económica a Osasuna. No son precios tan astronómicos para lo que se estila en otros campos. Cuando muchísimos aficionados acompañan al equipo a Bilbao, a Madrid, a Valencia o a Sevilla, mayores serán los gastos que tendrán que soportar, y lo hacen encantados porque su ilusión es ver al equipo (dicen que estamos locos de la cabeza, cantamos en el Sadar). También habrá quienes paguen la entrada para luego revenderla por treinta o cuarenta euros más y sacarse así un beneficio a costa de algún “merengue”. Todas las opciones son respetables.
Lo que no puedo entender es que haya gente que lapide a un equipo directivo que cogió en sus manos a un club desahuciado y en pleno escándalo por temas extradeportivos. Ellos, con sus aciertos y sus errores, han saneado el club y lo han vuelto a llevar a la élite deportiva. Algunos aficionados, en rebeldía ante la decisión de cobrarnos a los socios, están hablando ya de boicot y de protestas el día del partido. Un partido que debería ser una fiesta: no todos los años pasa por Pamplona el Real Madrid (o cualquier otro equipo de Primera). Nos acordaremos de esto cuando regresen (espero que tarden mucho en regresar) los años fatídicos de Segunda. No está muy lejos aquel partido de Sabadell. Ojalá estemos muchas temporadas teniendo que rascarnos el bolsillo porque vienen aquí a jugar los equipos grandes. A Fermín Ezcurra también se le criticó sobremanera cuando cobró a los socios mil pelas de entonces porque venía el Ajax de Amsterdam al Sadar (año 1991, eliminatoria de UEFA), equipo que acabaría ganando el torneo europeo. Si alguna vez volvemos a Europa, ¿también nos quejaremos si hay que pagar?