De China para el mundo

Todos teníamos muchos planes para este fin de semana, y un bicho asqueroso de rapidísimo contagio nos los ha desbaratado. Hemos pasado en poco tiempo de la incredulidad y la negación, al miedo o la tristeza, al enfado y la rabia, a la aceptación y, finalmente, la resignación. En menos de una semana se han dejado atrás las reivindicaciones por el 8M, que ocupaban desde hacía días todos los informativos, y hemos asistido al goteo constante y machacón de noticias en torno al COVID-19.

Antes de la reclusión voluntaria en casa, pude oír opiniones de todos los tipos. Gente alarmista había, pero también personas que le quitaban importancia y no estaban tomando ninguna precaución y confesaban no estar siguiendo todas las noticias porque se agobiaban más y se estaban saturando de tanto martilleo catastrofista. Reconozco que, hace unas semanas, vivía tranquilamente haciendo mis rutinas diarias (que eran muy «sencillicas» y de escasa vida social), pero el paso de los días nos tiene a todos así, haciendo alarde del #YoMeQuedoEnCasa, haciendo acopio de víveres en la medida en que la locura colectiva nos lo permite y, quienes somos padres, haciendo acopio de toneladas de paciencia.

woman sitting while reading a book

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Un poco de reflexión sobre todo esto del bombardeo de los medios y el tono apocalíptico en las redes sociales me ha hecho acordarme de la segunda Javierada, prevista para el domingo 14 de marzo, y suspendida por el mismo motivo por el que se llevan suspendiendo multitud de eventos con más o menos concentración de personas. Se pospone la segunda Javierada ante la expansión del coronavirus ¿Qué tenía que ser emprender un viaje a un país muy, muy lejos de tu casa, sin conocer apenas nada de ese destino exótico, sin saber el idioma, y sin los medios de transporte modernos? San Francisco Javier, patrón de Navarra, santo a quien se dedican las llamadas Javieradas, se pasó trece meses viajando entre 1541 y 1542 para llegar a Goa (India) a evangelizar habiendo partido de Lisboa en 1541. Voyages of St Francis Xavier

No somos conscientes del privilegio que supone poder estar conectados con cualquier persona a un clic de distancia. En otros siglos el correo -en papel- era el único medio de transmisión de noticias, y una carta podía tardar años en llegar a su destino. Se enfrentaban a enfermedades desconocidas, la mayoría mortales, y poquísimas personas tenían acceso a la educación o a fuentes fiables de información sobre las epidemias que les asolaban. La asepsia era una práctica desconocida en medicina, de ahí las innumerables muertes, evitables con los debidos conocimientos.

Puede resultar un fastidio estar oyendo a todas horas informativos con noticias a cada momento más pesimistas y poco esperanzadoras. Pero agradecidos deberíamos estar de que contamos con medios de difusión, de que cualquier noticia de cualquier punto del planeta nos va a llegar al momento.

Ahora más que nunca, somos ciudadanos del mundo. Olvidemos el terruño, sintámonos compatriotas de un lugar llamado Tierra. Quizá las terribles circunstancias que estamos viviendo sirvan para labrar un futuro mejor entre todos. No perdamos la esperanza ni la fe en la humanidad, que ya ha demostrado de qué es capaz en las figuras de médicos, científicos, enfermeros y personal sanitario en general. Ellos son nuestros ángeles de la guarda y, a pesar de las dificultades con las que se están encontrando, a pesar de ser ellos los más expuestos al contagio, siguen dándolo todo para intentar atender a todos los enfermos, los del coronavirus y los de otras patologías.

Nada más que añadir, no voy a repetir lo que ya sabemos todos porque ya lo oímos en la tele, la radio, lo leemos en prensa, internet, etc. Solo me queda desearles precaución, paciencia, cordura y salud para quien ya esté contagiado. Quien crea, que rece mucho. Quien no, que cruce los dedos para que esto se vaya frenando más pronto que tarde. No olvidaremos en mucho tiempo lo vulnerables que somos y lo poco que, a veces, apreciamos lo que tenemos.