Ven, princesa, y déjate llevar a un mundo ideal

(Ojo, contiene destripes)

Quienes pasamos de la treintena hemos crecido con la magia de Disney, ese universo azucarado de finales felices, icónicos personajes inolvidables, canciones pegadizas y virtuosismo visual. Nuestra infancia no hubiera sido la misma sin Bamby, Aladdin, Peter Pan o El Rey León. Y la factoría sigue creciendo, y desde que se asoció con Pixar, sigue pariendo obras maestras, como la última que he visto, Coco, una delicia que recomiendo disfrutar.

Pero hoy quiero hablar de las princesas Disney (de aquí en adelante, las P.D.). No soy crítica de cine; quiero decir que no ejerzo de tal, pero como espectadora de montones de películas Disney, voy a destacar los cambios que han experimentado las P.D.

En un primer grupo meteré a Blancanieves, Aurora (La bella durmiente), Cenicienta, Ariel (La Sirenita), Pocahontas, Yasmine (Aladdin) y Anna (Frozen, el reino de hielo). Su rasgo distintivo es el flechazo amoroso. Todas ellas caen en algún momento de la película rendidas ante el macho alfa. Los casos más llamativos son los de Blancanieves y Aurora, quienes, estando totalmente groguis (una por envenenamiento brujeril y la otra por hechizo con rueca) se enamoran perdidamente de sus respectivos príncipes azules al ser despertadas por un beso de amor. No sé cómo no tenemos más traumas después de esto, de ver cómo un desconocido, por muy príncipe que sea, les planta un beso y se casa para el resto de sus días felices llenos de perdices (y pichones, caviar, marisco y aguacates a tutiplén). Todas estas P.D. centran su existencia en estar junto a él, su chico. El caso de Anna es un poco diferente: el príncipe del que cree estar enamorada es al final el villano de la película. El que se lleva su amor cuando acaba toda la aventura es un personaje fuera del tópico «príncipe azul» (Kristof), pero esa es otra historia. Sigue leyendo