Entre el hipotálamo y la hipotenusa
habita una microcélula
que obliga a olvidar.
Olvidar esas piernitas de lorzas a bocados,
olvidar esos faroles llamados ojos.
Ese inexistente parpadeo
y todos sus graciosos gorjeos.
Las noches en modo mecedora,
las vigilias termómetro en mano.
El suave susurro de su respiro acompasado,
los minúsculos dedos aferrando tu meñique.
La exquisita morbidez de unos mofletes
que besaste y apretaste sin calibre.
La microcélula del olvido trabaja duro
y gana alguna que otra batalla.
Su labor es ingrata pero necesaria
para que tú, madre, les dejes crecer y alejarse
en el tiempo.
Tu tiempo y el suyo, un nudo muy apretado
que lento va aflojándose
hasta liberar dos cuerdas
en donde antes hubo una.
Y al igual que en las cuerdas
que una vez estuvieron atadas
queda la marca del nudo,
así en un hijo y su madre
queda por siempre una huella
i n d e l e b l e