Vamos de cumple

En cosa de dos o tres meses he llevado a mi hija pequeña a dos cumpleaños de compañeros de clase que cumplían siete años. Hace poco hemos celebrado de manera similar el cumpleaños del mayor. Ninguna de las tres «fiestas» tienen nada que ver con cómo celebrábamos los cumples cuando yo era niña.

Se invitaba a los mejores amigos del cole a merendar a casa. La mamá ponía medias noches con nocilla o chorizo, gusanitos, patatas de bolsa y refrescos, nos apretujábamos en la cocina y mojábamos los ganchitos en cocacola, y cantábamos el cumpleaños feliz ante un bizcocho casero que devorábamos antes de irnos a jugar a la habitación del homenajeado. Si era en tiempo bueno, salíamos al parque a jugar. Los papás de los invitados rara vez se quedaban: volvían un par de horas o tres más tarde a recoger a sus hijos. A veces había regalos, que solían ser libros de Barco de Vapor o puzzles o unos rotus Carioca. Como yo cumplo en agosto, a casa venían solo mis amigas muy amigas, porque seguíamos viéndonos en verano, pero no invitaba a otros niños de mi clase: cumplir en verano tiene esa desventaja de dejar de verse. No tengo recuerdo de cuándo empecé a celebrar así mi cumple, pero no creo que fuera antes de los nueve años.

Los padres de hoy en día organizamos fiestas de cumpleaños a nuestros hijos en cuanto empiezan el colegio con tres años; algunos, aún en la guardería, montan unos saraos con cientos de globos, decoración temática y tarta de tres pisos e invitan a toda la familia, familia política y primos lejanos incluidos. Y el niño en cuestión no ha dejado todavía los pañales ni recordará jamás ese primer cumpleaños hiperbólico. Estas nuevas ¿tradiciones? las considero llegadas fundamentalmente de América latina: hasta hace poco tiempo a los españolitos no se nos hubiera ocurrido montar estas parties.

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Confieso que me metí en esta noria de las fiestas de cumpleaños cuando a mi hijo mayor lo invitó un compañero a los tres años. Las madres en aquel momento ni nos conocíamos apenas, y sonrío porque hoy, varios años después, ya las considero mis amigas. Aquel primer cumpleaños tuvo los mismos ingredientes que los que fueron llegando en años sucesivos: parque infantil integrado en centro comercial, merienda poco o nada sana; niños hiperestimulados y sudorosos dándolo todo en el hinchable, los laberintos y la piscina de bolas; padres alrededor de la mesa sirviendo platos de tarta del Mercadona y tratando de ser sociables con otros padres desconocidos que, a fuerza de juntarse en otros cumpleaños, irán dejando de ser tan desconocidos.

Me he encontrado con opiniones contrarias a estas celebraciones: la última, la de la peluquera, también madre y con niños de las edades de los míos. Padres como ella arguyen que, al no ser viable invitar a toda la clase, quienes no son invitados se sienten excluidos. Añaden que se fomenta además el consumismo y el recibir regalo de cada uno de los amiguitos del cumple. Proponen concentrar trimestralmente en un mismo día todos los cumpleaños de ese periodo y celebrarlos con toda la clase en el patio del colegio o en un parque al aire libre, sin regalos; me explicó que en la ikastola de sus hijos se juntan en el comedor para tal propósito. No me parece mala propuesta si tienen ese lugar cerrado (en invierno es un problema querer celebrar nada a la intemperie); tampoco es mala idea si los padres (y madres, claro) en cuestión están todos de acuerdo, se llevan bien y organizan adecuadamente el tinglado. Otra ventaja es que en una tarde te ventilas de un plumazo unos cuantos cumpleaños que, de haber sido por separado, te hubiesen jorobado varios fines de semana del año y te hubiesen obligado a comprar algún juguete por compromiso y con tique regalo por si lo quieren cambiar por otra cosa.

Como digo, son varias las ventajas. Sin embargo, en mi experiencia personal, creo que conceder protagonismo a mis hijos cuando llega su cumpleaños y darles la oportunidad de celebrarlo con sus mejores amigos es un pequeño sacrificio que estoy dispuesta a hacer. Otros padres se gastan burradas más a menudo que yo en ir a cenar porquerías con los niños, en que jueguen a las maquinitas del centro comercial o en unas zapatillas de marca para su retoño. O les sueltan un móvil de 400 euros en su primera comunión. Por supuesto, nadie tiene obligación de aceptar la invitación a una fiesta de cumpleaños: parece perogrullada pero existe la opción de decir no, gracias. Tampoco dice en ningún sitio que haya que ir con un regalo para el cumpleañero. Mis hijos invitan a quienes quieren, y suelen ser poquitos niños; por descontado, reparten las invitaciones sin que se entere toda la clase, aunque ya sabemos que los niños luego lo van largando todo. Mis hijos saben que la propia fiesta ya es un regalo de nuestra parte: no reciben paquete alguno de papá y mamá. Con la dichosa pandemia dejamos de hacer la celebración: mi hija no tuvo «fiesta» ni en 2021 ni en 2022 porque ambos años, en enero, el virus estaba desatado. Mi hijo se perdió solo la de 2020, ha tenido más suerte. No van a ser niños eternamente, y no me arrepiento de haberles organizado siempre que se ha podido su pertinente combinado de camas elásticas, hinchables, coches de choque, pizza, chuches y hasta partida de bolos. Ver sus caras y las de sus amigos es la mejor recompensa. Ya llegará el día en que echaremos todo esto de menos.

Feliz cumpleaños, papá

Me contaron que no cabías por los pasillos de maternal, que “tú me viste primero” –mi madre dormida aún por la anestesia tras la cesárea. No sé qué cara habrías puesto, papá, pero a buen seguro una muy parecida a la que luciste al coger a tu primer nieto en brazos.

Rigoberta Bandini ha hecho un himno a las madres que tienen siempre caldo en la nevera (o un táper listo para llevar: te quiero, mamá), pero aquí va un homenaje humilde a quien siempre tuvo y tiene un abrazo en la recámara. Rigoberta Bandini – Ay mamá

Llevas tatuada en el corazón la palabra familia. Cuando eras muy pequeño la tuya vio aflojarse el nudo de la lazada ya que la mamá se fue demasiado pronto al cielo. Con el nudo flojo, otros parientes estuvieron ahí para apretarlo un poco y cuidar de ti y tus hermanos. La vida te recompensó de alguna manera cuando formaste tu propia familia con una mujer extraordinaria. No estabas llamado a hacerte seminarista; por suerte te viniste de los Salesianos para Pamplona a buscarte las lentejas y encontraste además a la chica más guapa de la Ribera.

En esas noches de dos canales de televisión y fatiga en el cuerpo, ahí estabas a los pies de mi cama para que me durmiera. Te perdías media película por mi culpa. Nana a media voz y salías de puntillas de mi cuarto creyendo que ya estaba roque pero… papááá, no te vayas – ¿Aún no te has dormido? Historias que se han repetido también en mi casa, con mis hijos.

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Ya sabías lo que hacías cuando aquel enero de hace 32 años me llevaste contigo al Sadar. Muchos dirán que solo es fútbol, pero tengo tantos recuerdos bonitos ligados a nuestro equipo y contigo a mi lado–también después con mamá- que sé que no se borrarán nunca y los reviviré con cada gol celebrado presente y futuro.

Me has dado tu apoyo en mis decisiones en la vida, aunque no siempre estuvieras de acuerdo, dándome tu opinión por si me servía. Y es que siempre has sido conciliador. Discutidor también, pero de buen rollo, que se lo digan a tus yernos si no.

Si he tenido tanta suerte por tenerte de padre, la tengo doble por ser el abuelo de mis hijos: el abuelo pirigüelo al que se le cae la baba a borbotones. Me siento muy dichosa por haber llegado a la edad adulta teniendo a mis padres jóvenes y sanos. La mano siempre tendida antes incluso de que el otro pida ayuda. Tú y mamá sois así con todos: atentos y amables, buena gente con mayúsculas, con la que puedes contar en cualquier momento.

Hoy es tu cumpleaños y tendrás un día muy ajetreado, como cada año. Te quiere tanta gente que el teléfono arderá con llamadas –no tantas como antes, las nuevas tecnologías mandan- y mensajes, muchos mensajes. Doy gracias al cielo porque tu piña familiar, de la que formo parte, podemos darte un abrazo en vivo y en directo más allá del típico mensaje de feliz cumpleaños. Te queremos, papá.