Larga vida a la buena música

Cursaba yo octavo de EGB cuando sonaba en la radio el tema Please Forgive Me (1993) como sencillo del álbum recopilatorio So Far So Good. Era la única canción nueva de aquel “grandes éxitos” de Bryan Adams, pero eso yo aún no lo sabía. La portada del disco la ocupaba por completo un neumático con el título escrito en la goma. Aquella balada sentimental me enganchó por su melodía y también por la voz rasgada y afinada del canadiense, nacido en Kingston en 1959. Un día, en aquel octavo de EGB, el profesor de educación física, que ponía música al acabar la clase para disfrutar de unos minutos de relajación tras el ejercicio, puso esta canción, Please Forgive Me. No recuerdo cómo ocurrió, pero un compañero de clase comentó que él (o su madre, no sé) tenía el álbum So Far So Good en casa. Le pregunté si me lo podía grabar en una cinta de cassette. Empezaba así mi amor incondicional por este cantante y compositor de aspecto aniñado.

Con el paso de los años me hice con la mayoría de los CD que iba publicando, y subía el volumen de la radio cada vez que sonaba un sencillo suyo. Los escuchaba una y otra vez mientras leía las letras que venían en el papel del CD, y acababa aprendiéndomelas. Otro día podemos hablar del bien que hace para el aprendizaje de idiomas escuchar música. Mi padre también se aficionó, y en 1999 fuimos él y yo y mi amiga Montse a un concierto de Bryan en San Sebastián, en la plaza de toros de Illumbe, que supuso su inauguración como recinto musical.

Han pasado 26 años (uf, demasiado tiempo) y he tenido la gran suerte de volver a un concierto de Bryan, esta vez en mi ciudad. Presentaba disco nuevo, Roll With The Punches (‘adaptarse a las circunstancias’, viene a significar), que se pondrá a la venta en España en agosto, y de este disco cantó tres temas que sonaron muy bien y en la línea de su música. Pero el resto de las canciones que fue desgranando en las dos horas del concierto del 6 de junio de 2025 fue una estupenda recopilación de grandes y conocidísimas canciones. Todo el Navarra Arena -11 000 espectadores- coreó todos y cada uno de los temas.

En un momento dado, como a la mitad del espectáculo, mi padre se me acercó y me dijo: ¿sabes que en el concierto en el que lo vimos por primera vez yo tenía la edad que tienes tú ahora? No puedo explicar qué interruptor accionó esa pregunta, pero empecé a llorar de emoción dándome cuenta de lo generosa que es la vida en tantas ocasiones. Ahí estábamos en la pista del Navarra Arena, padre e hija, un cuarto de siglo después, compartiendo amor por la música, también con mi marido y mis dos grandes amigos.

Hace falta vivir la experiencia para poder entender lo que se siente en el concierto de alguien a quien admiras y sigues desde hace tanto tiempo. Quien lo ha probado, lo sabe. Solo puedo decir que no olvidaré esa noche mientras viva. La de mayo del 99 fue especial, pero esta lo ha sido mucho más, por el correr de los años, el sentimiento que se produce, no lo sé. Iba con muchas expectativas a este concierto, y fueron superadas por la calidad de sonido y voz, por el ambiente nostálgico, la edad madura de los asistentes y la magia que se creó. En mi última entrada del blog hablaba de los desorbitados precios que tienen hoy los grandes conciertos. Pagué sesenta euros para este concierto, y los volvería a pagar sin dudarlo, lo reconozco.

No soy nada objetiva, porque hablo como fan, pero la música de este hombre siempre me ha tocado el corazón: los temas lentos, por sus letras y sentida música, con esas subidas de guitarra y preciosas melodías; los más roqueros, por su punto canalla y divertido, su exacerbado carpe diem y su juvenil disfrute. 18 Till I Die, 18 hasta que me muera, dice en uno de sus conocidísimos himnos. Así nos hiciste sentir a todos, Bryan. Acertadísimo es el título del nuevo disco: tú sí que te adaptas a las circunstancias. Cincuenta años de carrera y atrapas como el primer día a diferentes generaciones y sin renunciar a tu sello y a tu estilo.

Una canción titulada Kiss Ass, gamberra desde el comienzo, relata la creación del mundo: la tierra, los cielos, los mares, y el hombre, que degeneró y cayó en un agujero negro, el de hacer mala música. Dios lo resolvió enviando un ángel para solventar la falta de rock music. Un ángel que calza botas, pantalones vaqueros y gorra de béisbol, y que suscita las miradas de la creación cuando invoca la guitarra, el bajo, la batería y los teclados. Bryan, you’re an angel to me. Thank you so much.

No te lo puedes perder

Menos mal que el apagón que sufrimos en España y Portugal el pasado 28 de abril no sucedió el 9 de mayo. Creo que hubiéramos lamentado cientos ¡o miles! de suicidios en masa si tal viernes en concreto, con hordas de seguidores pendientes del ordenador o el móvil, se hubiera producido un cero absoluto en plena espera de la cola virtual para conseguir entradas de los conciertos de Bad Bunny.

Confieso que no soy capaz de nombrar o tararear una sola canción de este muchacho al que le llevo 14 años. Lo busco en internet y leo que se llama Benito Antonio Martínez Ocasio; normal que se buscara nombre artístico, y en inglés, claro: no hay narices para hacerse llamar Conejito Malo. Perdió la ocasión, eso sí, de montar un dúo y llamarse Benito y Manolo.

Al parecer, para ver y escuchar a Bad Bunny se han vendido todas las entradas para los conciertos en España, que tendrán lugar ¡dentro de un año! Ha tenido que lanzar nuevas fechas ante la locura colectiva desatada en nuestro país. En este vídeo de El Mundo lo explican muy bien.

Creo que no se habla lo suficiente del fenómeno “compraré entradas al precio de lo que cuesta el kilo de jamón ibérico de bellota para un evento al cual ni sé si podré ir o me habré muerto antes”. El cantante portorriqueño es joven y supongo que gozará de buena salud, pero imaginen esto mismo para ver a los Rolling o a los Scorpions, que vienen a Pamplona en julio, por cierto: gente que viste arrugas por todo el cuerpo a juego con la guitarra eléctrica y tiene más años que un bosque, y que lo mismo estira la pata antes de la fecha de actuar. Que nadie estamos libres de que nos venga a buscar la parca, claro, pero una cosa no quita la otra.

En el último decenio, calculo, se ha normalizado el hecho de sacar a la venta entradas para todo tipo de espectáculos con varios meses de antelación. Da lo mismo que sean montajes teatrales, de ballet o circenses, monólogos de humor, conciertos, espectáculos de magia… La tónica viene siendo anunciar la programación en los grandes auditorios con mucho tiempo de adelanto. Te registras, le das a “comprar entradas” cuando quedan, quizá, cinco o seis meses. Y apenas quedan butacas libres para elegir, solo algún hueco en el gallinero o en las filas de atrás. La gente no corre, vuela.

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Es muy curioso (y desolador) comprobar lo diferente que es adquirir entradas para ir al cine. La taquilla presencial y tradicional, donde alguien te vende la entrada tras informarte de qué filas tiene libres (“la catorce, centraditas”), se está convirtiendo muy rápidamente en una especie en extinción. Lo habitual es acceder tú mismo a la página web del cine, elegir película y sesión, reservar las butacas y pagar. La mayoría de las veces, salvo estrenos muy esperados que arrastren a la gente al cine -que haberlos, haylos-, la web mostrará el dibujo de una sala prácticamente vacía, con casi todos los asientos disponibles para hacer clic.

La oferta para ver, por suscripción, en nuestros televisores y dispositivos multitud de filmes barre y destierra a la pantalla grande. Para qué salir de casa a ver un estreno que, en poco tiempo, tendremos disponible usando el mando a distancia. Lo podremos ver el día que queramos, a la hora que elijamos, y detener la historia, retrasarla o volverla a ver las veces que nos dé la gana; podremos ponerla en otro idioma, con subtítulos o sin ellos. Incluso las plataformas nos permiten crear una lista de lo que tenemos pendiente de ver, algo muy práctico que yo suelo hacer para no tener que acordarme después, pero que en cierto modo me crea algo de ansiedad: tantas pelis (o series) que quiero ver y tan poco tiempo para hacerlo…

Todo esto me lleva a pensar en lo siguiente. Cualquier espectáculo en directo, que transcurre delante de nuestros ojos, con cientos o miles de desconocidos a nuestro alrededor que han ido a ver lo mismo que nosotros, convierte ese espectáculo en un momento único e irrepetible. Por muchos conciertos -o representaciones, recitales, obras, etc.- que un artista tenga programados en su gira, ninguno será idéntico a otro. El público tiene mucha culpa de ello, así como el escenario, el ánimo o la inspiración con los que se encuentre ese día el intérprete, o incluso las condiciones atmosféricas. Una película permanece inalterable y sigue siendo la misma historia con las mismas interpretaciones, diálogos, fotografía o música. Todas las veces.

Pero lo que sucede aquí y ahora no vuelve a repetirse de la misma manera, igual que en la vida. Vale también para los deportes, claro. Un gran evento deportivo (o el partido del chiquillo con su equipo en un campo embarrado) es irrepetible. La primera palabra de un niño o sus primeros pasos tambaleantes son un evento único en la vida de sus orgullosos padres. Cualquier momento de la vida que lleve por delante «la primera vez que» es un instante mágico.

Solo deseo a los afortunados que lograron entrada para el Conejo que realmente merezca la pena el esfuerzo. Y que guarden el móvil en el bolsillo y disfruten del concierto. No se lo pueden perder.