La Roja

Reconozco que no me considero una seguidora acérrima de la selección española; de ninguna, en realidad: ni de fútbol, ni de baloncesto, hockey, gimnasia rítmica o natación sincronizada. Para sincronizada la opinión de los medios a la hora de afear ciertos comportamientos, pero vayamos por partes. 

Aunque no sigo de cerca al equipo masculino español de fútbol (lo mío con el balompié es casi exclusivamente osasunismo en vena), siempre me ha gustado ver los partidos de las grandes citas y apoyar a nuestra selección. No suelo ver las rondas previas de clasificación para mundiales o el europeo, sino los partidos decisivos, como en la reciente Eurocopa de Alemania. La final (y la semifinal, los octavos, y los cuartos) se vio en mi casa con todos los nervios y la tensión propios de un momento tan importante. El ánimo estaba por las nubes tras la victoria en Wimbledon de Carlos Alcaraz, y el juego exhibido por la Roja en esta Eurocopa hacía presagiar que, si bien era un partido difícil, había muchas posibilidades de acabar el torneo como campeones de Europa. Y vaya si acabamos campeones, siete victorias de siete conseguidas por los elegidos de Luis De la Fuente. 

Toda España estaba a muerte con los jugadores, hasta quienes no siguen nunca el fútbol ni saben explicar qué es un fuera de juego. Por primera vez en la historia, una selección logra cuatro Eurocopas: 1964, 2008, 2012 y 2024. Los políticos de turno no tardaron en subirse al carro de los ganadores alabando la diversidad y la condición racializada –vomitiva palabra- de algunos jugadores, queriendo así destacar su oposición a la derecha radical que abomina de la inmigración. Matizo: de la inmigración ilegal.  

Ya todo el mundo conoce la historia de Nico Williams y su hermano Iñaki, y la de Lamine Yamal, de solo 17 años. Donde la izquierda recalca y machaca hasta el hartazgo los orígenes extranjeros (orígenes, que no nacionalidad) de estas perlas futbolísticas, los españoles comunes y corrientes solo vemos dos españoles muy jóvenes que se llevan de maravilla y que en absoluto son los pioneros en eso de defender la camiseta de España puesta sobre una piel marrón chocolate. 

Donato (12 veces internacional), Marcos Senna (campeón de la Eurocopa 2008), Adama Traoré Diarra (participó en la Euro 2020), Catanha (3 veces internacional), Thiago Alcántara (participó en las últimas dos Eurocopas), Diego Costa (de vasto currículum, su última participación fue en el Mundial 2018), Vicente Engonga (participó en la Euro 2000), Robert Sánchez (jugó en el Mundial de Qatar 2022, también en la Euro 2020), Alejandro Balde (también jugó en el Mundial 2022), Rodrigo Moreno (participó en el Mundial 2018), Ansu Fati (jugó en el Mundial 2022) e Iñaki Williams (convocado para el Mundial 2018, ha defendido también la camiseta de Ghana): todos ellos han jugado en el pasado con España y tienen orígenes extranjeros, pero son españoles, y entonces la izquierda ni ningún político se percató de su comparecencia con la selección, tanto en la absoluta como en categorías sub. La razón es que ciertos políticos señalan a Nico y Lamine por su color de piel porque esto sí les interesa resaltarlo. Callan cuando alguien del mismo color de piel ha cometido una violación o siembra las calles de desórdenes y violencia. Callan cuando el máximo goleador del torneo ha sido un chico español pero rubio y blanco, Dani Olmo. No interesa hablar de él. Callan cuando el mejor jugador del torneo ha sido un chico español pero madrileño y blanco, Rodri. No interesa hablar de él. 

El fervor de los politicuchos por tan inclusiva y diversa selección y por su logro deportivo comenzó a enfriarse con la celebración posterior. La recepción a los jugadores por Pedro Sánchez en la Moncloa nos dejó imágenes de rostros serios y miradas esquivas, apretones de manos escurridizos, ausencia de aplausos cuando Morata le entregó la camiseta al presidente y una duración de la visita de un cuarto de hora escaso. En el saludo protocolario todas las iras izquierdosas apuntaron a Dani Carvajal, amigo de Abascal y por tanto enemigo público número uno. El defensa de Leganés fue el segundo en saludar a Sánchez, tras el capitán Álvaro Morata, y apenas le miró mientras le daba fugazmente la mano. Qué curioso que Lamine Yamal, nacido en Esplugas de Llobregat, hijo de marroquí y ecuatoguineana, tampoco sonrió ni se mostró encantado con el saludo de Sánchez, y sin embargo ningún medio de opinión sincronizada destacó su ¿mal? comportamiento. Me pregunto cuál será el motivo.

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Vamos a ver: los jugadores, y por tanto la Federación Española de Fútbol, deben atender estos actos protocolarios y son muy libres de no bailarle el agua al presidente de la nación. Ninguno dejó de saludarlo ni muchísimo menos lo insultó. Quizá los medios afines al gobierno están tan acostumbrados a la genuflexión constante que creen equivocadamente que todos los españoles (porque además de futbolistas son ciudadanos españoles) deben adorar a su sanchidad como es preceptivo. Está claro que esta selección no quiere ser víctima de manipulaciones políticas (tienen el ejemplo contrario en Jenni Hermoso), y por ello pidieron expresamente que Sánchez no bajara al vestuario a celebrar con ellos después de eliminar a Alemania. 

Creo que no han faltado al respeto a nadie; es más, han devuelto la alegría aunque sea de manera efímera a un pueblo, el español, harto de la polarización, la corrupción, las estrecheces económicas, la dificultad de conseguir vivienda a precios asequibles, las paguitas, la negación de la patria, el venderse por siete votos. En todos los rincones de España se ha celebrado la victoria de la Roja, también en Cataluña o en Euskadi, a pesar de las pintadas en Elorrio contra Merino y Oyarzábal por ser jugadores de la selección. De esto no hablan los medios, como tampoco del vídeo en el que se ve a una pandilla de tíos, muy valientes todos, arrancarle del cuello una bandera de España a una chica en una plaza de San Sebastián. Pensemos también que mientras todos hablamos de Carvajal no se habla de la imputación de Begoña Gómez o de que quieren imponer una censura informativa desde el gobierno. En fin.

Quizá la celebración en Cibeles a la manera de Pepe Reina micrófono en mano y con una tajada del quince en unos jugadores que no pasarían un control de alcoholemia puede resultar algo desfasada en 2024. No voy a juzgarles: su logro deportivo es difícilmente repetible, son jóvenes y se llevan de puta madre, permítaseme la expresión. Quien se ofenda porque uno salga sin camiseta (¿masculinidad tóxica?) y canten Gibraltar es español con todo el humor y la retranca posibles, tiene un problema: no sabe disfrutar de la vida.  Morata show completo Cibeles

Me quedo con la alegría que nos han transmitido en el campo de juego y fuera de él. Me quedo con el compadreo que tienen con el rey Felipe, con el pelazo de Cucurella, el banderín de córner de Mikel y su padre (los Merino y Stuttgart, ese idilio increíble), el cabezazo de Dani Olmo casi en la línea de gol, la unión que han demostrado como equipo, el trabajo y la humildad de De la Fuente, la proclamación de su fe sin sonrojos ni complejos. Ojalá nadie empañe esta alegría y esta unión, qué manía tienen los políticos con llenarlo todo de mierda y confrontación. 

Que viva la Roja (que les ha salido poco roja), que viva España y que vivan sus deportistas.